sábado, 10 de noviembre de 2012

LA HIPOTECA DE LA VERGÜENZA

    
      La culpa no es del sistema financiero, ni de unas leyes desfasadas, unos políticos autistas y alejados de la realidad,  de unos jueces lavándose las manos a diario o de unos medios de comunicación untados hasta el gaznate, sería un error pensar eso ya que nos conduciría a un camino sin retorno y retroalimentado en el tiempo por la propia mierda que los sustentan, la culpa es de un sistema podrido hasta la náusea en el que todos hemos metido el hocico hasta narcotizarnos, en el que hemos colaborado y lo seguimos haciendo con una demagogia inusual, resignación de perdedores o cobardías subsidiarias donde nos hemos acostumbrado demasiado a agachar la cabeza, miedo a los listos de turno que enseguida cuando te terminen de leer se apresurarán a velar tu indignación con una chufla verdulera haciéndote pensar en lo inepta e inservible de tu actitud, casi se reirán de ti o acudirán al recurrente ya estamos bastante jodidos como para tener que pararme a pensar un poco en toda esta mierda. Somos parte del sistema, y como tal, espíritus podridos y cobardes incapaces de dar un paso hacia adelante aunque solo sea escribiendo cuatro pijadas donde sueltes tu adrenalina para que cuatro locos ingenuos te lean y piensen lo mal que desvarías
     
 Ayer, el suicidio de Amaia Egaña movilizó las conciencias de millones de ciudadanos. Una noticia más de las muchas que desgraciadamente inundan nuestras pantallas o  portadas, y como tal un suceso más que añadir, solo un número, y de nuevo y sin querer de vuelta a la podredumbre canibalesca  donde convertimos la vida de un ser humano en solo un nombre, un hecho, un dato,  un acto o que más nos da cuando habitamos en la inmundicia y en el terrorismo de la simpleza donde todo enseguida se tapa con la misma mierda que nos cubre y nos sirve de lecho. Oír gritar a la gente desde lo más dentro su impotencia, leer la indignación y escuchar la rabia de muchas de esas personas que se sentían incapaces de hacer algo. Demasiado tarde. Ella utilizó el último recurso que le quedaba, el de su propia libertad, aquel al que Plinio llamaba como el don más preciado que Dios le había dado al hombre de entre todas las miserias de la vida. Utilizó la válvula de la desesperación, aquella que te arrebata tu psique o te enajena del sufrimiento y te libera del yugo de la presión que esta maldita crisis ha estado posiblemente atormentándola durante meses. Toda una vida. El sueño de toda una vida que se diluye cuando oyes sonar el maldito timbre de la injusticia.

   Amaia no era un número, ni el uno ni el dos ni el tres, ni siquiera el número cuatrocientos mil de los que llevamos hasta ahora, Amaia era el espejo en el que ayer nos vimos reflejados millones de ciudadanos que hasta ahora hemos permanecido impasibles, ayer cayó sobre nosotros un jarro de agua helada que nos tendría que servir para reaccionar ante toda esta basura que nos envuelve. Y no, no deberíamos aceptar las liturgias oportunistas de que  ahora hay que empezar a hablar para solucionar un problema, al menos no ahora sin Amaia. Es de cobardes oportunistas llorar la mierda de los demás cuando vivimos protegidos por una capa impermeable que nos inmuniza y nos separa de quienes tenemos la obligación de defender. Es de rastreros incompetentes el estar esperando a que Amaia haya tomado la peor decisión de su vida para ponernos a trabajar en un problema que se lleva denunciando desde hace cinco años y que se ha cobrado casi medio millón de familias. El nombre de Amaia debería martillear el resto de los días sobre los oídos de una sociedad autista y cobarde que ha sido incapaz de ni siquiera frenar la pérdida de una vida, debería caer como chuzos sobre las conciencias de quienes con  sus tropelías lo han consentido y permitido.

   Lo peor de todo esto es el “tontismo” en el que nos hayamos inmersos y la incapacidad de querer hacer frente a la verdad de una puñetera vez y  a los sangrantes problemas que nos rodean a todos. Que nos tomen por tontos ya es el paradigma del cinismo en el que nos movemos, pero que se lo consintamos un día sí y otro también solo nos podría hablar de lo huérfanos que estamos y de lo inoperantes que parecemos, de lo débiles en que nos han convertido. Vivimos en el reino de la hipocresía y de la mentira donde un nuevo feudalismo político capa a sus anchas con el cuento de los reyes magos como bandera, tragando lo intragable y aguantando lo inaguantable, consintiendo que la mentira engorde a todo un país hasta el sonrojo de sentir en nuestras carnes nuestra propia vergüenza.

    El problema no es una ley hipotecaria caduca, ni la premura por su reforma ni su particular utilización, el problema es la merma de nuestros propios derechos con los que trafican y mercadean a su conveniencia, el problema es nuestro silencio y nuestro consentimiento, el problema es entrar en su juego chantajista bajo la amenaza de la inestabilidad de una cada vez más secuestrada democracia, el problema no es de hacer cosas, sino de exigirle hacerlas bien y justas,  no es un problema de números, es un problema de derechos, como el de una vivienda o un trabajo, es un problema de sensibilidad, pero también de firmeza, esa que a nosotros nos está faltando, claudicar hipotecando de por vida el futuro de nuestros hijos y de sus hijos, con nuestro silencio nos estamos convirtiendo en esclavos de por vida de una hipoteca que es mucho más que unos simples números o unos simples años,  es la hipoteca de nuestra conciencia.

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