La culpa no es del sistema financiero, ni
de unas leyes desfasadas, unos políticos autistas y alejados de la
realidad, de unos jueces lavándose las
manos a diario o de unos medios de comunicación untados hasta el gaznate, sería
un error pensar eso ya que nos conduciría a un camino sin retorno y
retroalimentado en el tiempo por la propia mierda que los sustentan, la culpa
es de un sistema podrido hasta la náusea en el que todos hemos metido el hocico
hasta narcotizarnos, en el que hemos colaborado y lo seguimos haciendo con una
demagogia inusual, resignación de perdedores o cobardías subsidiarias donde nos
hemos acostumbrado demasiado a agachar la cabeza, miedo a los listos de turno
que enseguida cuando te terminen de leer se apresurarán a velar tu indignación
con una chufla verdulera haciéndote pensar en lo inepta e inservible de tu
actitud, casi se reirán de ti o acudirán al recurrente ya estamos bastante
jodidos como para tener que pararme a pensar un poco en toda esta mierda. Somos
parte del sistema, y como tal, espíritus podridos y cobardes incapaces de dar
un paso hacia adelante aunque solo sea escribiendo cuatro pijadas donde sueltes
tu adrenalina para que cuatro locos ingenuos te lean y piensen lo mal que
desvarías
Ayer, el suicidio de Amaia Egaña movilizó las
conciencias de millones de ciudadanos. Una noticia más de las muchas que
desgraciadamente inundan nuestras pantallas o
portadas, y como tal un suceso más que añadir, solo un número, y de
nuevo y sin querer de vuelta a la podredumbre canibalesca donde convertimos la vida de un ser humano en
solo un nombre, un hecho, un dato, un
acto o que más nos da cuando habitamos en la inmundicia y en el terrorismo de
la simpleza donde todo enseguida se tapa con la misma mierda que nos cubre y
nos sirve de lecho. Oír gritar a la gente desde lo más dentro su impotencia,
leer la indignación y escuchar la rabia de muchas de esas personas que se
sentían incapaces de hacer algo. Demasiado tarde. Ella utilizó el último
recurso que le quedaba, el de su propia libertad, aquel al que Plinio llamaba
como el don más preciado que Dios le había dado al hombre de entre todas las
miserias de la vida. Utilizó la válvula de la desesperación, aquella que te
arrebata tu psique o te enajena del sufrimiento y te libera del yugo de la
presión que esta maldita crisis ha estado posiblemente atormentándola durante
meses. Toda una vida. El sueño de toda una vida que se diluye cuando oyes sonar
el maldito timbre de la injusticia.
Amaia no era un número, ni el uno ni el dos ni el tres, ni siquiera el
número cuatrocientos mil de los que llevamos hasta ahora, Amaia era el espejo
en el que ayer nos vimos reflejados millones de ciudadanos que hasta ahora
hemos permanecido impasibles, ayer cayó sobre nosotros un jarro de agua helada
que nos tendría que servir para reaccionar ante toda esta basura que nos
envuelve. Y no, no deberíamos aceptar las liturgias oportunistas de que ahora hay que empezar a hablar para
solucionar un problema, al menos no ahora sin Amaia. Es de cobardes
oportunistas llorar la mierda de los demás cuando vivimos protegidos por una
capa impermeable que nos inmuniza y nos separa de quienes tenemos la obligación
de defender. Es de rastreros incompetentes el estar esperando a que Amaia haya
tomado la peor decisión de su vida para ponernos a trabajar en un problema que
se lleva denunciando desde hace cinco años y que se ha cobrado casi medio
millón de familias. El nombre de Amaia debería martillear el resto de los días
sobre los oídos de una sociedad autista y cobarde que ha sido incapaz de ni
siquiera frenar la pérdida de una vida, debería caer como chuzos sobre las
conciencias de quienes con sus tropelías
lo han consentido y permitido.
Lo peor de todo esto es el “tontismo” en el que nos hayamos inmersos y
la incapacidad de querer hacer frente a la verdad de una puñetera vez y a los sangrantes problemas que nos rodean a
todos. Que nos tomen por tontos ya es el paradigma del cinismo en el que nos
movemos, pero que se lo consintamos un día sí y otro también solo nos podría
hablar de lo huérfanos que estamos y de lo inoperantes que parecemos, de lo
débiles en que nos han convertido. Vivimos en el reino de la hipocresía y de la
mentira donde un nuevo feudalismo político capa a sus anchas con el cuento de
los reyes magos como bandera, tragando lo intragable y aguantando lo
inaguantable, consintiendo que la mentira engorde a todo un país hasta el
sonrojo de sentir en nuestras carnes nuestra propia vergüenza.
El problema no es una ley hipotecaria
caduca, ni la premura por su reforma ni su particular utilización, el problema
es la merma de nuestros propios derechos con los que trafican y mercadean a su
conveniencia, el problema es nuestro silencio y nuestro consentimiento, el
problema es entrar en su juego chantajista bajo la amenaza de la inestabilidad
de una cada vez más secuestrada democracia, el problema no es de hacer cosas,
sino de exigirle hacerlas bien y justas,
no es un problema de números, es un problema de derechos, como el de una
vivienda o un trabajo, es un problema de sensibilidad, pero también de firmeza,
esa que a nosotros nos está faltando, claudicar hipotecando de por vida el
futuro de nuestros hijos y de sus hijos, con nuestro silencio nos estamos
convirtiendo en esclavos de por vida de una hipoteca que es mucho más que unos
simples números o unos simples años, es
la hipoteca de nuestra conciencia.
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