viernes, 28 de octubre de 2011

CINCO MILLONES AL SOL





Lunes, 24 Septiembre

Hoy  mi papá me ha llevado al colegio. Luego ha ido a recogerme también. Le he preguntado porqué me llevaba él, y me ha dicho que hoy no tenía nada que hacer. Me ha resultado extraño verle tan temprano en casa. Estaba serio, y no ha parado de ver la televisión. Parecía muy callado. Mamá también estaba seria.

Martes, 25 Septiembre

Papá no ha comido en casa. Me ha dicho mamá que había tenido que ir a ver a la abuelita al pueblo y que llegaría tarde. Cuando ha regresado, me ha dado un beso y se ha encerrado en su habitación. No ha salido a cenar. Cuando me he acostado les he oído discutir en su habitación. Mamá lloraba y le preguntaba que qué íbamos a hacer ahora.

Miércoles, 26 Septiembre.

Cuando me he levantado a desayunar, papá aún no se había marchado.  Estaba en pijama y con un periódico en la mano haciendo circulitos en rojo. Mamá tenía los ojos llorosos. Me ha dicho que no podía ir de excursión la próxima semana con el colegio. Y que tampoco podía comprarme la falda gris que me había prometido. Cuando he llegado a casa, papá seguía en pijama y con el mismo periódico. No paraba de llamar por teléfono. Estaba muy serio. Mamá y él apenas se hablaban.

Jueves, 27 Septiembre.

Hoy me ha vuelto a llevar papá al colegio. Estaba contento, y se había puesto un traje con corbata, estaba muy guapo. Me ha dicho que tenía que ir a ver a un señor muy importante. No ha venido a comer. Mamá estaba muy nerviosa y me ha gritado por dejar los libros encima de la mesa.  Después de hacer los deberes, papá aún no había llegado, hemos cenado mamá y yo solas. Mamá estaba fumando mucho. Cuando me había acostado, he oído gritos en el comedor. Papá y mamá estaban discutiendo, papá había llegado borracho. Mamá lloraba.

Viernes, 28 Septiembre.

Cuando me he levantado, he visto a papá durmiendo en el sofá con la ropa de ayer puesta. Me ha llevado mamá al colegio. Estaba de mal humor, y apenas me ha hablado. En la comida hemos estado en silencio. Papá no ha mirado a mamá. Mamá no ha mirado a papá. Por la noche, papá me ha ayudado a hacer los deberes y cuando he apagado le luz le he oído entrar en mi habitación y darme un beso.

Sábado, 29 Septiembre.

Cuando me he levantado, papá estaba de nuevo con un periódico haciendo circulitos. Mamá ha estado todo el día en pijama. Papá no se ha levantado del sillón en todo el día. Hoy no hemos ido a casa de Pablo y Sole  a cenar como todos los sábados. No he querido preguntar. No han salido de casa en todo el día. Papá tiene mal aspecto, lleva barba de dos o tres días y mamá hoy ni siquiera se ha peinado. Los veo tristes.

Domingo, 30 Septiembre.

Cuando me he levantado, papá no estaba. Hemos comido mamá y yo solas. Me ha dicho que ha vuelto a ir al pueblo a casa de los abuelitos. Ha llegado casi de noche, y yo ya estaba en mi cuarto. Les he oído. Mamá le ha preguntado cuánto le habían podido dejar, ciento cincuenta euros le dijo mi papá. Con eso, tenemos que apañarnos toda la semana, le dijo mamá. A papá lo despidieron hace unos meses del trabajo. A mamá también. No salen de casa. Están angustiados. Yo estoy triste de verlos así. Los papás de Paula tampoco tienen trabajo, me lo dijo el otro día en el colegio.


miércoles, 26 de octubre de 2011

HORA CERO



No podía dormir. Caía la madrugada y sacó el coche del garaje. El silencio de la noche arrinconó sus prisas por un instante, pero no lo dudó. Se colocó el cinturón de seguridad y se dispuso a salir. Emprendió un extraño viaje. Repostó combustible hasta llenarlo. Puso la radio y comenzó a hacer kilómetros. Arreciaba el frío y la carretera estaba vacía. Solo la luna se dispuso a acompañarle.
Una emisora, y otra, otra más. Por fin, música suave de fondo. Un cigarrillo. Oscuridad a los lados y solo unos pocos de metros se iluminaban delante de él. Luces que parecían acercarse a lo lejos mientras seguía su marcha. Enlazó con la autovía. Camiones, algunos coches, silencio. 

Tras tres horas sin pensar paró en una estación de 24h. Había gente que como él, se encontraba viajando de noche. Les miraba y notaba el cansancio en sus rostros. Les observaba, y entendió que ellos sí sabían donde iban, de donde venían. Tenían prisa por llegar a su destino. Un café con leche. De nuevo en el coche.

Siguió su ruta. Su marcha a ninguna parte. De nuevo kilómetros y kilómetros por delante sin saber hacia donde dirigirse. No importaba. Una emisora, y otra, otra más. Un programa de llamadas anónimas donde la presentadora con voz angelical les escuchaba. Cada uno contaba sus problemas, se desahogaban, noté mucha soledad en la noche, mucha angustia y la necesidad de que alguien te escuchase. Historias tristes, de nostalgia, de recuerdos, pero sobre todo mucha soledad. Y compañía, también compañía.

Imaginaba quién iría en aquellos coches que adelantaba, o quien serían los que conducirían en aquellas horas, quizás gente trabajando,  gente que viene de algún largo viaje de negocios, o alguna pareja que regresa de su luna de miel, o gente a quien algún familiar se le ha puesto enfermo y han salido con prisas. Pensaba en ellos, y supuso que alguien estaría pensando lo mismo que él, que pensarían de él. El solo viajaba, no se dirigía a ninguna parte, solo iba hacia delante. Más kilómetros, una hora más. No tenía sueño. Apagó la radio y empezó a pensar.

A recordar. Pensó en otros tiempos, en cosas vividas, en historias de cuando era niño, en su etapa de juventud y recordaba nombres, algunos nombres de mujer con quien había compartido algo. Y pensó en su familia, en sus amigos, en toda la gente que conocía, y se los imaginó a todos en ese momento durmiendo en sus camas, a oscuras, soñando tal vez y esperando a que sonara el despertador para ir al colegio, o al trabajo, o simplemente a reanudar las tareas de la casa, pensó en todo y en nada. Se acordó de cosas, de detalles que recientemente le habían ocurrido, episodios de sus días, de su vida.

De nuevo otra estación. Un café con leche. Gente nueva, con caras de cansancio. Se lavó la cara. Se fumó otro cigarrillo, estuvo unos veinte minutos allí parado, sentado solo observando a la gente, saboreándolo, no tenía prisa, pero la noche se acababa, y seguía sin saber hacia donde se dirigía. De nuevo se montó en el coche, arrancó y se dispuso a salir a la carretera, pero invirtió el camino, eran casi las cinco de la madrugada. Y reemprendió el viaje de vuelta. Hacia su casa, hacia su cama. Siguió pensando en sus cosas, oyó música y contempló el paisaje conforme iba amaneciendo, siguió mirando las luces de los demás coches, volvía para casa.

Miró el reloj, no tenía prisa. De nuevo los mismos kilómetros, pero ahora, con las primeras luces del alba le puso imagen a su viaje de ida, todo eso lo había recorrido hace apenas unas horas, y ahora parecía tan distinto todo. Había vida, las primeras gentes de la mañana. Seguía haciendo frío. Una emisora, y otra, y otra más. Las primeras noticias del día, el tiempo. La carretera poco a poco se iba llenando de coches, el día de luz. Salida de la autovía, de regreso a casa. Una  ducha. Una cafetería donde tomar un nuevo café. De nuevo al trabajo, al trabajo de cada día. Un nuevo día.

martes, 25 de octubre de 2011

TODO EN UN MINUTO



  Con el vaso entre las manos y mirando a la nada a través del cristal. Aspirando el humo del aturdimiento y sin saber lo que pensar, ni a donde ir, ni lo que hacer. Bebía y fumaba sin dejar de pensar. Sentimiento de tonto o no enterarte de nada que está pasando no dejas de preguntarte,  no lo sabes solo te respondes. Te encuentras mal, jodido, hecho polvo y aún no sabes porqué. Un sorbo tras otro y la mirada perdida, desconocido sin saber porqué.

Una palabra tras otra, y no alcanzas a comprender el porqué de aquello, porqué a mí, porqué a mí  en ese momento. Tocado y hundido en pensamientos ajenos, ponerte en su lugar o cerrar los ojos y pensar en todo lo peor, impotencia o dolor, miedo o esperanza, sin evitar recuerdos pasados vividos que de forma injusta se perdieron en el tiempo y hoy por sorpresa me vuelven de golpe en forma de, en forma de….

Como dardo al corazón sin saber porqué, herido de muerte, dolorido y angustiado necesito tiempo. Tiempo que estuve sin saber de ti, ahora me lo das todo y abres la puerta un poco y sin querer me asomo y no te veo, pero leo tus palabras y oigo tu lamento, tu deseo de contármelo, ganas de que sepa, de que yo lo sepa. Porqué, me pregunto, porqué yo, porqué yo en ese preciso momento.

No lo evito, lo abro con inquietud y esperanza, emocionado y contento, quizás extrañado por el tiempo y la distancia, por las cosas que nos separaban o por las cosas que quizás nunca supimos. Por intuiciones erróneas, por deseos imposibles, por las cosas de la vida que en cada momento nos indican donde y cómo, o quizás mañana, o ahora es el momento. Nunca piensas, solo esperas, olvidas, o sigues viviendo, acordándote de ella y alegrándote leer su nombre por algún descuido en algún rincón.

Como una flecha directa hacia mí se abrieron aquellas palabras, las tuyas. Certeras, dolorosas, importantes, quizás las lanzaste al aire pensando en si tal vez las cogería, las agarraría y con ellas qué haría te preguntarías. Acepté el trato de abrirlas, asentí y te dije que sí, no podría quitármelas de encima, me pesaban como una losa, las recogí y me fui allí, hacia aquella mesa, donde ahora me encontraba mirando a la nada a través de aquel cristal, bebiendo y fumando, pensando en ellas. Cual tonto me sentía sin saber lo que decir, ni lo que pensar, solo me dolía y necesitaba hacer algo, escribir tal vez, devolverte tus palabras junto a las mías y unirlas en una sola poesía, porque aquello solo podría ser poesía.

Hablaban del ayer, y del  hoy, de árboles y de viajes, de hechos, de cosas, de sueños, de dolor y de esperanza, de soledad y de viejas compañías, hablaban de amor, de silencios prolongados, de saber que estábamos ahí, al otro lado,  siempre a tiro de clic, y ese día te decidiste, y le apretaste. Quizás te temblaba la mano, quizás no. Quizás no le diste importancia, quizás solo era uno más pero lo hiciste. Y yo lo recibí.

 Estaba perdido, no me encontraba muy bien. Mis palabras fueron instantáneas, sinceras, te las devolví con acuse de recibo, y en ellas iban mis respuestas. Hacia dónde se dirigían me preguntaba en ese instante, mirando a la nada a través de aquel cristal, bebiendo y fumando.

Ha pasado mucho tiempo desde que abrí aquello, desde que tus palabras salieron de tus dedos, era así, casi como hoy era aquella tarde, fría, solitaria, rutinaria, una tarde normal, una tarde más. Al ver tu nombre, supe que aquello no era normal. Nunca lo fue. Lo pasé mal hasta  que vi que mis palabras no se perdieron en el olvido, ni en la distancia. Pero eso forma parte de la otra historia. Necesitabas que lo supiera, y lo supe. Acepté trato y aquí mis recuerdos de aquella tarde, de aquel clic.

viernes, 21 de octubre de 2011

LA RUTINA DEL AUTOBÚS

   Solía levantarme muy temprano, sobre las cinco para repasar aquello que había dejado el día anterior, al menos  leerlo era la consigna. Encendía la luz de la mesita, y en la misma cama abría el libro. Empezaba a leer, con mucho trabajo. Cuando me daba cuenta, y casi sin querer, me veía de nuevo leyendo lo mismo que un rato antes, tenía la sensación de que no avanzaba y de que siempre estaba en el mismo párrafo que ya había leído antes. No sé si el que se te cerrasen los ojos serviría para al menos la primera parte se te quedase bien grabada. Lo que sí recuerdo es cuando faltaba poco ya para que sonase el despertador, leerme casi las dos terceras partes que quedaban de un tirón. Y así, casi todos los días. 

No sonaba, antes de que lo hiciese, ya lo había parado yo. Me vestía fresco, me lavaba la cara mientras el vaso de leche se calentaba en la cocina de gas. Siempre el mismo pensamiento en ese momento, durante el trayecto tenía que volver a leérmelo de nuevo. Cogía los libros que ese día tocaban, entonces no llevábamos cartera, ni macuto, solo los tres o cuatro libros obligatorios que necesitabas, el cuaderno grande, y el boli en cualquier bolsillo, o entre los mismos libros. Beberte la leche y echar la última mirada al reloj, salir y tras apagar la luz, sentir esa bocanada de aire fresco de frío invierno azotar tu cara, soplar y emprender camino abajo hasta la parada.

Como matemática pura, íbamos llegando al sitio, un portal frente al puerto donde veíamos entrar los barcos seguidos de su séquito de gaviotas, y el sol anaranjado empezaba a subir al fondo, siempre la misma estampa un día y otro día. Cuando llegaba, siempre me encontraba al mismo, siempre el mismo, era como un ritual, siempre, por mucho que corriese, por muy temprano que me levantase cuando llegaba siempre estaba él. Luego iban llegando como por orden, siempre la misma. Y al final, el último, el que siempre llegaba cuando el autobús ya casi empezaba a iniciar su marcha, también el mismo. No fallaba ningún día.

 Con caras somnolientas apenas cruzábamos palabra, si acaso la rutina de si te sabes el examen, si te has dejado alguna pregunta de los deberes sin contestar, entremezclados con el consiguiente vaya rollo o qué sueño de siempre. Al oir el ruido del autobús, inconfundible, entre el silencio de la mañana, nos apresurábamos hacia él, los mismos sitios de siempre, y a la espera de la siguiente parada donde terminábamos de recoger a los demás, hasta completar el autobús. Parábamos diez minutos, seguimos el ritual, en el mismo sitio, y veíamos desde nuestros asientos ir apareciendo uno a uno, una a una, todos los compañeros, las cabezas pasar por debajo de las ventanillas y subir las escalerillas hasta que poco a poco todo el puzzle de asientos se iba rellenando.   

  Pocas palabras, Radio Nacional y la crisis de Irán de fondo con la expulsión del  Sha  Palevi, y las revueltas,  nuevos decretos ley y la música de Battiato de vez en cuando en alguna pausa. Cuando reanudábamos la marcha, y ya con el compañero o la compañera al lado, las primeras impresiones de cómo lo llevábamos, los últimos libros sobre la bandeja de arriba y todo el mundo en su sitio. El viaje de ida, siempre solía ser bastante silencioso. Casi todos con los libros abiertos sobre las piernas, cara grave y ojos forzados mientras observábamos los mismos pinos, los mismos cipreses, los mismos paisajes de día anterior. Ya teníamos calculado el tiempo que restaba de acuerdo al lugar que recorríamos o que nos encontrábamos, eran como señales, esa curva y quedan quince minutos. No importaba, aunque al final, siempre salíamos con precisión suiza, corriésemos más, corriésemos menos, tuviésemos algún percance, pilláramos algún camión lento delante….. siempre llegábamos a la misma hora. A menos cinco.
Los lunes, miércoles y viernes salíamos más tarde, los martes y jueves, cuarenta y cinco minutos más temprano. El viaje de vuelta, cada día, siempre era diferente. El murmullo en el autobús era ensordecedor, las bromas, los chascarrillos, las voces, las risas…. Todo era diferente al viaje de la mañana. Nadie se acordaba del examen o de la lección, o de los deberes del día siguiente, era como una tregua que nos tomábamos hasta que de nuevo llegásemos a casa y nos pusiéramos a pensar en lo que había que estudiar.

Ese viaje de vuelta era distinto, estábamos relajados, contentos de volver a casa, y aunque ya llegábamos de noche, aprovechábamos esos cuarenta minutos al máximo. Quedábamos, hacíamos planes, hablábamos, y cantábamos. Siempre las mismas canciones, la misma alegría, la misma juerga, y las mismas ganas de gritar. Fandangos o Libertad sin ira, brotaban desde nuestras gargantas al unísono, llegando a veces hasta emocionarnos, cincuenta gargantas en un solo compás, quién  lo hacía bien, por quién lo hacia peor, aquello era precioso, no solo por la invitación a pensar y a gritar, sino la sensación de compañía, de camaradería, de compañerismo que te generaba. Como si todos emprendiésemos al unísono el mismo camino, el de vuelta, subidos a la misma canción.

 De vuelta a casa, cansados, una vuelta, la cena delante del televisor, subirte con los libros, encender el  flexo, leer, pensar, la foto enfrente sin la que no te puedes concentrar, subrayar, mirar el reloj, la música de fondo, dormir y poner el despertador de nuevo a las cinco.

jueves, 20 de octubre de 2011

EL OLOR DE LA PALABRA



  Me  asomo como cada día y te veo esperándome, veo tus ojos en busca de mis palabras. El tiempo, las cosas que pasan, lo que leemos, lo que vemos, lo que oímos, todas aquellas cosas que nos distraen a veces nos silencian. No sé que buscas entre mis palabras, si la caricia que añoras, el aire que te falta o la distancia que nos separa.

Buscas entre mis ropas aquel aroma que te falta, entre mis cajones aquel recuerdo que añoras, aquella palabra que me acerque a tu presencia, siempre tienes  hueco para mí, siempre te asomas, esperando hallarlas. Cuántos ojos me esperan, pero qué pocos me necesitan,  quizás solo los tuyos. Volver a soñar con escribirle a la vida, a la luna, a las estrellas o al mar. Dibujar trazos crípticos que solos tú y yo entendemos. Pensar en no sé cuántas cosas o tal vez imaginar,  tal vez soñar.

 Tu refugio mi palabra tras esconderse el sol, vienen frías noches de invierno y las chimeneas empiezan a encender, al calor de la palabra después de tristes días de lluvia, un te quiero, una caricia, un beso suave deslizándose sobre tus labios, una mano apretada, no pasa nada ya lo verás, tu refugio mi mirada aunque no me veas, aunque solo me leas, sabes que la tienes, por eso te asomas.

Ni una lágrima, ninguna rabia, el silencio te envuelve mientras me buscas, o buscas mis palabras, que asome el sol como cada amanecer, que queden atrás las noches sin él, que vuelen lejos los miedos, las falsas interpretaciones, viejas canciones de Brahms, la mentira, la soberbia y el orgullo, que se alejen las sirenas del mar y que el eco no se propague más allá.

El calor de una vieja manta, una cálida luz y solo tu verdad aunque sea en soledad, te estaré esperando, igual que tú me esperas a mí, cada vez que te asomas. Quizás no esté, pero aquí mis palabras son para ti. A veces, sobran, todos lo sabemos, pero las quieres y te las regalo. Me tienes ahí,  aún sin verme porque no hace falta. El calor está ahí aunque no lo sientas, detrás de ese silencio siempre esperarán mis palabras y esas también serán para ti.

 Chirriarán las aves al pasar por encima de nuestras cabezas con ruido ensordecedor a velocidad de vértigo y te saludarán al pasar, pero luego se irán, lejos, muy lejos. Te recogeré al amanecer y cuando las palabras ya se hayan acabado, nos quedaremos solos, en silencio, y leeremos todas las palabras que ya habrán terminado. Huelo el miedo, y la rabia, la incomprensión de un pensamiento inoportuno, tal vez un error,  la mala pintura de un mal cuadro que te tocó pintar, tu refugio mi palabra, tu mirada es mi refugio.

 Y brotarán de entre los cajones las flores cuando el sol empiece a subir, y olerás mis aromas, respirarás el aire de sus campos mientras nuevas caricias nos ayudarán a recordar viejas distancias, y volverás a oir el canto de los pájaros que esta vez no se querrán marchar, y te asomarás una vez más, a buscar entre mis palabras tan solo mis palabras. Volverás a soñar o pensarás si le habré escrito a la vida, a la luna o al mar.