martes, 6 de agosto de 2013

HE LEÍDO UN LIBRO...


     A ver… que dicho así queda como si sólo me hubiese leído un libro en toda mi vida. Como si hubiese sido la primera vez. Me he leído un libro, sólo uno. Un libro. Vaya descubrimiento! Me he leído un libro! Hurra!.
     Pues no. He leído más. Más de uno. En realidad he leído muchos, no sabría decir cuantos, pero muchos. Me gusta leer y me gustan los libros. Me gusta ir a la tienda a escogerlos, sentir lo que pesan, ver el diseño de la portada (algunos seguramente son buenísimos, pero sólo por tener una portada horrible ya no los compro… ea! Soy así), hojearlos, ver la tipografía, oler el papel nuevo… Pero a ver, que no soy un ratón de biblioteca, eh! que quede claro, ni una gafapasta fea pero leída. Soy normal, creo.


     Que me voy del tema. Decía que he leído un libro. Seguramente habría quedado mejor decir “he leído un libro que…”. Seguramente así se habría entendido un poco mejor, pero ahora ya está el título puesto.

        Y además, he oído una canción.
     En este caso voy a dejar de dar explicaciones, porque son las mismas de antes, obviamente. Aunque… las canciones no pesan, no? Bueno, hay algunas que sí.

     Y si después de haber leído un libro sobre una tía rara (¿rara?, no, tampoco era tan rara, yo hago cosas muy pero que muy parecidas y yo soy normal, creo), que se imagina cosas, que piensa e imagina cosas sobre su vida y sobre la de los demás, sobre ella misma y sobre los demás, y no se da cuenta de que lo que piensa e imagina son cosas muy importantes a las que no presta atención porque está acostumbrada a pensar en sus para ella tonterías y no les da importancia, y que lo único que en realidad busca es lo que dice la canción que he escuchado, la libertad, y acaba por no encontrarla pero se queda la mar de contenta, entonces… me da por pensar.

     Pues eso, que yo también hacía lo mismo que la protagonista del libro que me he leído: imaginar cosas. Cosas que no pasan y que sabes que nunca van a pasar (no por nada, sólo porque por el mero hecho de haberlas imaginado ya es como si hubieran pasado, y las cosas no suelen pasar dos veces exactamente igual). Son tonterías. Que te encuentras con alguien a quien no has visto hace años en el lugar más tonto… Que te vas a vivir a otra parte… Que te dicen lo que quieres escuchar… Que dices lo que nunca te atreviste a decir… O que te toca la lotería. Qué más da.

     Ahora ya hace tiempo que no imagino. Hubo un tiempo en el que busqué lo mismo que ella, la libertad. He dejado de hacerlo. Las dos cosas, imaginar y buscar la libertad. La primera básicamente porque no lo necesito, no necesito tener una vida imaginaria. La segunda porque básicamente no existe. Eso creo. La libertad no existe.
     Ya, claro, díselo a un preso.
     Pero no es eso a lo que me refiero, no a ese tipo de libertad.
     Siempre hay algo que te ata. Incluso el amor por la libertad te puede atar. Y ese querer ser libre por encima de todo no te deja hacer cosas que realmente te apetece hacer. No eres libre, eres esclavo de tu libertad.
     ¡Soy un espíritu libre, hago lo que quiero y cuando quiero y no me ato a nada ni a nadie!
     ¡¡Venga hombre!!
     ¿¿A quien le gusta estar solo??
     Porque para ser libre tienes que estar solo y no importarte nada ni nadie. Y eso no hay Cristo que lo aguante. En serio lo digo. Me parece egoísta y... un poco triste, la verdad.

     Yo no quiero ser libre. No, no quiero. Quiero tener lazos con personas y lugares. Lazos que me aten, a los que poder aferrarme y estar segura. Quiero saber que siempre tendré a alguien o algo. Siempre. Siempre es una palabra bonita. Siempre….

martes, 5 de febrero de 2013

LA NOCHE MÁS HERMOSA



 “Exhausto y atemorizado, vuelve a su época y le cuenta la historia a sus compañeros. Nadie cree en su historia, pero uno de los tertulianos habituales vuelve el día siguiente y ve cómo el viajero toma ciertas cosas  y parte hacia el futuro. Aquel hablante comenta que aquello ocurrió hace muchos años. Hoy en día, aún espera al Viajero para preguntarle acerca de su nueva aventura…" 

  Treinta y cinco años sintetizados en tan solo unas palabras,  besos, saludos y cómplices miradas salpicadas de nostalgia y envueltas de alegría. Cuando se produce un viaje de éstos a través del tiempo apenas puedes articular palabra, los recuerdos te ahogan y las imágenes adquieren una velocidad inusual, apenas existen minutos para medir en unos cuántos sueños las pocas palabras que te salen. Te bloqueas y apenas aciertas a ubicarte durante unas horas al lado de quien en otro tiempo compartió tantas cosas contigo.

  Deleite de imágenes grabadas apenas perceptibles vuelan a la velocidad del vértigo y apenas descansan durante unos minutos, imposible detenerlas, te superan y cuando quieres echarle mano ya se han vuelto a escapar de nuevo. Así de efímero es el tiempo.

  En un momento de la noche alguien me dijo  que aquella generación siempre había sido muy especial.   Mientras me lo decía noté como le brillaban sus ojos, noté el temblor de sus manos al sentirse incapaz de sostener en mi mirada todos aquellos recuerdos, sentí la fragilidad de su tono ahogado en la emoción irremediable de echar la vista atrás, pero también percibí la ilusión de haberlo vivido, de haber formado parte de ella y de estar en ese momento compartiéndolo conmigo.  Por eso era especial, le dije.

  No había sido el tiempo el causante de aquellas emociones acaecidas… sino la vida. Que nos guardaba para una noche mágica todo su contenido acumulado. Imposible de contar, apenas plausible  retratar un “como te va”, el camino trazado,  las experiencias vividas. No era importante, sino el saber que todos habíamos hecho por estar allí. Que habíamos acudido con la llamada de los años  a la cita de la vida.

  Nudos en la garganta mientras pasaban las fotografías de un tiempo que jamás se quiso parar, risas, anécdotas, sentimientos que se quedaron pequeñitos por la complicidad con que se había envuelto todo, el traslado a otra época, las paredes encaladas o una verja sin candado, el olor a tiza, antiguos profesores,  las aulas abiertas o fijarte sin querer en aquel compañero de al lado.

  Eran miradas perdidas en el tiempo las que sobrevivieron a aquella noche, un abrazo, una palabra y un recuerdo, el de haberlo vivido y haber estado allí para ahora contarlo y compartirlo, para recordarlo. La de direcciones que confluyen en un solo lugar, tiempo, todo el tiempo en un único y preciso momento, como esas velas que arriban y se unen como dos manos estrechadas en el reverso de una leyenda inútil de grabar, imposible de olvidar. La de tumbos que habrá dado la vida, y sin embargo, estábamos allí.

   Solo oía ecos, murmullos por doquier, sonrisas enajenadas, encanto y desencanto por no poder volver,  a veces me salía a fumarme un cigarrillo intentando detener el tiempo, cerraba la puerta tras de mí y  ya había alguien esperándome, sentía que la noche me lo impedía, una fuerza desconocida que actuaba de forma inevitable e  irremediable me decía que no se podía cambiar. Solo era el destino. Un punto de llegada.

  Al llegar a casa noté algo en el bolsillo de mi chaqueta;  en el silencio de la noche  y mientras aún retumbaban en mis oídos aquellas sonrisas  repletas de complicidad, aquellos gestos de cariño,  lo leí. Sabio no es aquel que lo sabe todo y enseña pero  entre todos me enseñaron algo más que a dejar de lado mi edad o mis problemas por unas horas, me ayudaron a recordar.

   He de decir que yo también aprendí mucho durante aquellas horas,  aprendí que a pesar del tiempo y de la distancia, todos los que aquella noche estaban allí, seguían siendo mis amigos.