miércoles, 22 de junio de 2011

LA CARTA DE AMOR MÁS BONITA DEL MUNDO

La empecé hace ya muchos años en un bloc de aquellos cuadriculados, me saltaba las primeras hojas donde normalmente tenía puestos mis deberes, y disimuladamente cogía las hojas blancas del centro donde pensaba que nadie se atrevería a mirar. Allí la empecé a escribir una tarde de verano. Pensé en llenarla de cosas bonitas para entregársela algún día en mano a la persona que creía debía ser su destinataria. Las cartas son bonitas siempre y a veces lo son porque no siempre son esperadas por la persona a quien le escribes.

 La empecé diciendo lo guapa que pensaba que era y lo sonrojado que me pondría en aquel momento cuando notase que me había mirado, describí el sueño de verme toda la vida con ella y como me la imaginaba. Durante años la seguí rellenando de cosas bonitas, recuerdo cuando soñé con aquel primer beso en la playa aquel día que jugásemos a la botella y lo azorado del momento, como describí con detalles aquella tarde y lo que sentiría por ella, creía que le estaría escribiendo al amor de mi vida. Relaté la frecuencia de nuestros enfados y pensaba que siempre eran por tonterías, que si había mirado a no sé quien, que si era mentira y así pasaban mis dedos describiendo mi carta entre reproches y reconciliaciones, pero no podía dejar de escribirle en cada momento todo lo que estaría sintiendo por ella.

Pasaron los años, y yo seguía escribiendo mi carta de amor sin dejar de hacerlo ni un solo día. Empecé a describirla y a hablar de sus manos, de su boca y de sus ojos, de su cuerpo y de las cosas que nos estarían pasando, de lo que pensaría de ella y del porqué me estaría enamorando y le diría que quería que lo nuestro no acabase jamás, le hablaría de mis cosas, de mis inquietudes, de mis amigos y de cómo la veía a ella. Le empezaba a hablar de amor y de sensaciones, de lo que pensaría cada noche al regresar a casa y de aquellas llamadas interminables de teléfono donde ponía que no tenía nunca ganas de que acabasen aunque no nos dijéramos nada.

Al cabo del tiempo le escribiría de nuestros sueños, le hablaría de planes y de lo bien que me hacía sentir con aquellas profundas conversaciones a la luz de la luna, le hablaría sobre nuestros trabajos, de nuestros viajes juntos y le hablaría de recuerdos, de lo feliz que me hacía sentir y de lo especial que estaba siendo para mí. Le relataría nuestras primeras vacaciones juntos o la ilusión por nuestra primera casa y de cómo salimos adelante con todos aquellos inconvenientes que nos iban surgiendo y como los íbamos superando apoyándonos el uno en el otro. Les escribiría versos y me inventaría alguna poesía. Le describía aquellos maravillosos momentos íntimos y lo mucho que me hacía disfrutar y lo bien que lo pasábamos, cuando al levantarnos nos tomábamos el desayuno en la cama y lo bien que me hacía sentir a cada momento.

Paso a paso iba describiendo todos mis sentimientos hacia ella y la admiración que cada día más le sentía, lo tremendamente feliz que me hacía y las ganas que siempre tenía de verla, de hablar con ella, de encontrarme con ella, lo maravillosa que me parecía y la tremenda suerte que tuve al haberla encontrado.

La carta, ya era muy grande, pero no por las palabras que contenía sino por las cosas que contaba y lo que significaban, a fin y al cabo, las palabras solo eran excusas para dibujar realmente lo que se pretendía con ellas, su respuesta.

Durante mi vida he conocido a muchas personas, pero jamás me atreví a entregarle a ninguna mi carta. Un día conocí a una persona, y por fin me decidí a entregársela. Habíamos quedado y esa noche estaba decidido a entregársela porque había creído que ella era la persona a quien le había estado escribiendo toda mi vida. En ella ví todo el contenido de los sentimientos y los deseos de mi carta. Cuando me disponía a sacarla de mi bolsillo, me dijo que teníamos que hablar, que necesitaba marcharse y emprender un nuevo viaje. Recuerdo que con mis manos la apretujé todo lo que pude haciendo una bolita de papel con ella, al final ni se enteró, me la volví a guardar apretujada y corroída por la rabia de ese momento.

En ese momento algo me despertó. Había sido una jornada agotadora y me había quedado profundamente dormido. Miré el teléfono, había un mensaje de ella que me decía, “durmiendo supongo”. Le contesté, pero ya era muy tarde. Recuerdo que me levanté con dolor de cabeza y apenas recordaba de manera difusa algo así como que la carta de amor más bonita del mundo, jamás había sido leída.

Ni escrita. No existía. Solo había sido un sueño.

2 comentarios:

Makarena Zuñiga dijo...

Que tierna historia

Anónimo dijo...

Los sueños salidos del alma se buelben realiza

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