viernes, 10 de junio de 2011

ESPUMAS DE MAR



     
   Recuerdo aquellos veranos cuando me embarcaba,  aquellas horas de travesía sentado en la popa mientras todos los demás estaban a la proa del barco platicando para matar el tiempo. Me recuerdo sentado en el paño de estribor encima de los corchos y viendo la estela del barco espumar el rastro que su paso iba dejando, alejarse la costa y  quedar rodeado de mar, recuerdo las gaviotas que se iban quedando atrás como no queriendo seguirnos, recuerdo los pequeños botes que se quedaban inmóviles mientras sus gentes se despedían y  amables siempre agitaban sus manos diciéndonos adiós.

Solo el ruido del motor poco a poco se adueñaba de aquellos momentos y entorpecían mis solitarios pensamientos hasta que habituado al sonido al final ni lo oías. Recuerdo abrir el libro por donde me había quedado el día anterior, y me acuerdo de tirar algunas cosas inservibles por la borda y ver como el barco seguía su camino y éstas se quedaban atrás, posiblemente para ser engullidas por un embravecido mar, qué habrá sido de todas aquellas cosas, que casi sin darnos cuenta hemos dejado atrás mientras el barco siempre siguió su camino.

 Cosas que quizás en su  momento fueran importantes y que quedaron atrás sobrepasadas por esa velocidad de crucero que es la propia vida, como siendo incapaces de seguir el ritmo que ese acostumbrado motor te había marcado, me pongo a pensar y me asusto a veces de la grandeza de aquel  buque que a pesar de las inclemencias, de temporales, del tiempo seguía fiel a  su rumbo sin importarle mucho lo que iba dejando atrás. Miraba y lo veía todo alejarse, la sensación de ir hacia delante por momentos me entristecían y ver esas pequeñas cosas caer al mar y ser tragadas por su inmensidad me asolaban momentáneamente sin remedio y la impotencia de pensar que ya no las iba a ver más te sumía en una despedida fugaz y espontánea.
  
Pronto me olvidaba de aquellas cosas y de vez en cuando me asomaba a babor y veía la proa cortar el mar y balancearse el barco a través de las olas para ir avanzando hacia un horizonte desconocido, miraba a lo lejos y solo veía cielo y mar, miraba atrás y el grisáceo de la costa se iba difuminando poco a poco, miraba a mi alrededor y me veía allí, rodeado de jarcias y plomos, de baldes, olía a tabaco y a gasoil y de vez en cuando unas gotas se posaban sobre mi rostro mientras el viento cortado por el mismo barco soplaba mi cuerpo y lo sentía penetrar en mí como envalentonándome y aconsejándome a que me preparara para lo que pudiera pasar.
   
Que pocos metros me separaban de proa, y cuando me acercaba a ella y me asomaba por la misma borda, y veía la quilla cortar el agua, a veces acompañados por una pareja de delfines que nos escoltaban unas millas jugando  para luego con lo que parecía una sonrisa abrirse por sus costados y quedarse por allí. Asomarme a ver las profundidades que apenas me daba tiempo sino a retener un azul intenso lleno de burbujas cortante y chispeante con un sonido maravilloso o cuando alzaba la vista y veía aquella inmensidad de nada pero decididos nos íbamos acercando a ella, la sensación de seguir hacia delante, hacia un destino desconocido, hacia un objetivo incierto, era contraria a lo que había dejado atrás. 

  Se me paraba en la memoria cierto deseo de encontrar algo nuevo, algo distinto, me preguntaba hacia donde nos dirigíamos, hacia que punto exacto de nuestra vida nos llevaría aquel barco, y quizás ese desconocimiento me llenase de cierta esperanza y deseo,  como si hubiese nacido para pescar en el tiempo y en la nada, para descubrir lo que en el fondo del mar siempre hay y esperar a ver lo que te podría sorprender. Solo sabía que navegaba hacia delante siempre, que el viento me advertía y que el sonido de las olas al romper en la amura de proa me repetía que no iba a ser fácil.

 Pero no podíamos hacer nada, solo esperar, y disfrutar de la travesía, mirábamos esa proa con esperanza y en el fondo siempre sabíamos que a algún punto nos dirigíamos, quizás a recoger otras cosas, otras nuevas vivencias o experiencias que nos esperaban al final de ese trayecto.  Cosas quizás importantes, que quien sabe nunca nadie si algún día tuviésemos que dejarlas a popa y que se las engullera el mar, porque quizás algún día tuviésemos que cambiar  el rumbo.

 El momento es eterno en ese instante que solo navegas, piensas y piensas, y quizás el mar y el cielo al ser tan inmensos no te permitan soñar mucho más allá de tu simple proa. Esa que siempre navega hacia delante.

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