miércoles, 15 de junio de 2011

SEGUNDO DIA


Anoche, cansada de tanta lluvia, paré a dormir. Tenía los ojos enrojecidos por el cansancio y el sueño, y me dolía todo el cuerpo. Había estado todo el día conduciendo bajo la lluvia, pensando, recordando, intentando tomar decisiones. Me dolía la cabeza. Necesitaba parar un poco.

Los nervios del comienzo del viaje empezaban a desaparecer, pero la tensión había hecho mella en mi alma y en mi cuerpo.

Seguía sin saber a dónde me dirigía. Había estado pensando en tomar varios caminos que había visto o había creído ver, pues la insistente lluvia no me mostraba con claridad el camino. Era una lluvia espesa, densa, pesada, continua, que volvía la luz de un color gris plomizo.

Al final del día estaba cansada, muy cansada. Me tumbé en la cama con la esperanza de poder descansar un poco, pero aunque mi cuerpo lo agradeció, mi mente seguía ocupada buscando un destino.

Mi suerte estaba echada, no podía volver atrás, pero los recuerdos a veces gastan malas pasadas y aunque no quería, no tenía fuerzas para luchar contra las imágenes que volvían a mi retina. Una tras otra, esas imágenes iban apareciendo, haciéndome recordar, y preguntándome por qué me había ido.

No había reproches, no había tristeza, no había soledad, ni malas pasadas, ni palabras inconvenientes, ni traiciones o engaños... Por qué entonces había salido huyendo? Por qué había necesitado irme? No sabía si tenía dudas, si empezaba a arrepentirme nada más empezar mi viaje.

Miré mi mesilla de noche. El móvil estaba allí, sin señales de nada, inerte, completamente negro... Fue entonces cuando mandé aquel mensaje. Necesitaba saber algo, lo que fuese... una mínima prueba de que lo que había dejado atrás seguía en su sitio, en orden. La idea de haberme marchado casi sin despedirme, por sorpresa, arrancándome de un lugar seguro para adentrarme en esta especie de sinsentido hacía que los remordimientos y la tristeza no me dejasen descansar.

La respuesta que recibí no fue tranquilizadora al principio, las cosas no estaban bien y yo tampoco lo estaba. Rompí a llorar. Estaba sola por fin, como deseaba, y entonces... por qué lloraba? Por qué había estado todo el día confundiendo mis lágrimas con la lluvia?

Tenía miedo, pero vi el saco pequeñito, ese que llevaba en el bolsillo y casi sin querer, sonreí. Me tranquilizó mirar aquel saquito. Eran las doce de la noche y mirándolo, me dormí.

He despertado con la primera luz que ha entrado por la ventana. Mi dolor de cabeza sigue ahí.

Hoy el día ha amanecido gris. La lluvia no es constante, son tormentas. Deja de llover y al rato, sin motivo aparente las nubes vuelven a descargar con rabia. Sigo con mi viaje, tengo que seguir.

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