viernes, 17 de junio de 2011

DIECINUEVE MINUTOS


   
   Me imagino despierto y mirando hacia el techo,  dándole vueltas a la cabeza y sin poder dormir,   me veo pensativo con miles de preguntas rondándome la cabeza e intentando ordenar un poco mis ideas, pensando que tal vez estaría pasando la película del  día o intentando  adivinar la del día siguiente, haciendo cálculos y programando la manera de pasarlo más aprisa, como planeando ganarle la batalla a éste tiempo que se nos hace eterno.

Entremezclar momentos y recuerdos con nuestra realidad más inmediata, o caminar a empujones  saltándome toda lógica cronológica, es una lucha contra el tiempo, la necesidad de imprimir más velocidad a todo que me permita poner tierra por medio entre lo inmediato y los recuerdos más recientes vividos. No  tengo fácil el calendario porque no se cuenta por días, sino por minutos, quiero pasar las hojas de manera urgente y eso me ralentiza aún más las horas.  Intentando huir, salir corriendo, pero algo frena mi propia contradicción preguntándome  porqué nos tiene que tocar a veces esta locura de carrera.

Aliarse con nuestros silencios pensando que nos ayudarán a soportarla mejor y nos desgarramos el alma intentando evitarlos para poder respirar y sonreir de vez en cuando. Es el sinsentido de nuestras dudas, que hacer o no hacer, que será lo mejor o que será lo peor, lo conveniente o lo inconveniente, lo correcto o lo incorrecto, me pregunto el porqué de esta situación  impertinente que nos impide marcar un número cuando lo estamos deseando.

Que clase de promesa parece que hemos imaginado que nos tienta cada minuto a incumplirla, nos sentimos héroes viendo pasar las agujas del reloj mientras lloramos nuestra cobardía lamentando nuestra postura, qué nos impide romper con todo lo dicho o lo pensado, lo imaginado o lo deseado, de que material estamos hechos cuando somos incapaces de entendernos a nosotros mismos y caemos en nuestras propias indecisiones, nos ponemos nuestras propias trampas y nos  enredamos en ellas para demostrarnos lo complejos que a veces podemos llegar a ser.

Me imagino despierto, con la vista en el techo, mirando pasar el tiempo y pensando en que estaré haciendo allí en ese momento dándole vueltas y vueltas a la cabeza intentando comprender algo que no tiene comprensión, me pregunto que estoy haciendo y si alguien no estará haciendo lo mismo que yo, que clase de tiempo es ese que nos condena y nos impide luchar contra él, nos atenaza y nos paraliza castigándonos con su ignorancia más absoluta. Porqué me veo continuamente mirando el reloj e imaginando cosas que podría estar haciendo en ese momento, o tal vez pensando las cosas que otra persona pudiese estar haciendo al igual que yo, porqué no dejo de mirar al móvil una y otra vez como esperando que la pantalla se ilumine y de nuevo volver a empezar, que clase de sueño estoy teniendo hoy que me impide dormir como un día cualquiera.

No lo soporto y me vuelvo a vestir, la madrugada cae sobre mis cansados ojos y sobre mi retina una simple palabra, un simple deseo, el último, que como un destello de esperanza apareció mientras lo esperaba, solo dos palabras, que tan poca cosa para la ansiedad de tan larga espera, me pregunto si acaso esperaba algo más, no lo sé me respondo volviendo a leer de nuevo esas dos palabras, apenas dicen nada pero que importancia tienen. Me llevan hacia un sentimiento unido en ese momento y compartido en la distancia y en el tiempo, como esa necesidad de saber que estás ahí, tan lejos y tan cerca compartiendo un mismo pensamiento.

Le respondo que la quiero y de nuevo el silencio deja caer su espada  sobre mi espalda dejándome a su merced. Que larga noche me espera pienso mientras la imagino dormir, yo no puedo.  Miro de nuevo para ver si hay contestación, algo que me abrigue algún tipo de esperanza  o que me permita dormir en paz, pero la luz seguía apagada. Me fui a tomar el aire, paseé en la madrugada y compartí  mi silencio con las estrellas, me senté en un banco viejo de madera frente al mar y me fijé en los mástiles de los veleros que tranquilos se balanceaban mientras  dormían, pensé en las estrellas, la luna nos acompañaba…  pero allí tampoco podía quitármela de la cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario