jueves, 16 de junio de 2011

TERCER DIA

Me levanté con las primeras luces que entraron por mi ventana y con ese dolor de cabeza que tanto cariño me ha cogido y que creo que ya es incapaz de dejarme...

El día amaneció gris, con amenaza de tormentas.

No fue un buen día... no lo fue. Fue de esos días en los que mejor me hubiera quedado en la cama cuando sonó el despertador.

Por si lo de las tormentas no hubiera bastado, se rompió la radio de mi coche, los limpias no funcionaban correctamente, la carretera estaba llena de baches y de barro, me salió al encuentro un autoestopista borracho y lisiado que se abalanzó sobre mi coche y casi me hace perder el control y estrellarme contra un árbol, todos los bares de carretera que me encontraba estaban cerrados, y a cambio encontré atascos, mi móvil no sonaba cuando quería que sonase y sí lo hacía cuando prefería que estuviese en silencio....


Yo me sentía extraña, porque me di cuenta de que las desgracias me estaban aliviando. Eran como pequeños o grandes paréntesis en mi cabeza. Me mantenían ocupada y mantenían alerta mi mente. Fue un día extraño y especialmente duro, pero me alivió tener que pensar en otras cosas.De todas formas tanto caos a mi alrededor hizo que me olvidase por unas horas del sentido de mi viaje. No podía pensar más que en que ya no podría oír música, en que debía centrarme en arreglar mi coche si quería continuar, en que lo que sucedía cerca de mi me estaba poniendo a prueba sin yo poder hacer nada por evitarlo. No pensaba, sólo pasaba pruebas una detrás de otra sin pensar. No tenía tiempo.

Las pequeñas o grandes desgracias se habían alineado delante de mi formando un gran eclipse que lo oscureció todo. Putoeclipse!

Sólo quería que terminase el día, pero el día se empeñaba en no terminar y en seguir mandándome una prueba tras otra.

Cuando por fin anocheció me di cuenta de que el tiempo había pasado muy rápido, que todas esas horas en las que parecía que era incapaz de avanzar ya formaban parte del pasado, estaban atrás, y aunque muchas de las “catastróficas desdichas” había sido incapaz de solucionarlas, me encontraba bien porque por lo menos había sido capaz de hacerles frente.


Había pasado un día de preocupación, nervios, rabia, tristeza, melancolía, impotencia... Necesitaba soltar todo el lastre acumulado a lo largo del día y sólo se me ocurrió una forma de hacerlo: acercarme al puerto.

Cuando llegué, me senté en el muelle con los pies colgando sobre el agua, respiré hondo y empecé a mirar los mástiles de los veleros balancearse. No sé qué tiene el Mar... pero conseguí ir a dormir con una sonrisa.

Hoy no me duele la cabeza.

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