viernes, 21 de diciembre de 2012

LA BELLEZA PASA DESAPERCIBIDA


Un hombre se sentó en una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante unos 45 minutos. Durante ese tiempo, ya que era hora punta, se calcula que 1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al trabajo.

  Tres minutos pasaron, y un hombre de mediana edad de dio cuenta de que había un músico tocando. Disminuyó el paso y se detuvo por unos segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.

  Un minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar de propina: una mujer arrojó el dinero en la caja y sin parar,  siguió caminando.

  Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escucharlo, pero el hombre miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es evidente que se le hizo tarde para el trabajo.

  El que puso mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre le empuja fuerte, y el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue repetida por varios otros niños. Todos sus padres, sin excepción, los forzaron a seguir adelante.

  En los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y permanecieron por un tiempo. Alrededor de 20 le dieron dinero, pero siguió caminando a su ritmo normal. Se recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y el silencio se hizo cargo, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún reconocimiento.

  Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Él había interpretado sólo una de las piezas más complejas jamás escritas con un violín Stradivarius  de 3,5 millones de dólares.

  Dos días antes de su forma de tocar en el metro, Joshua Bell llenó un teatro en Boston donde las butacas costaban una media de 100 dólares.

Esta es una historia real. Joshua Bell tocando de incógnito en la estación de metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente. Las líneas generales fueron los siguientes: en un entorno común a una hora inapropiada: ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?

 Una de las posibles conclusiones de esta experiencia podrían ser:

 Si no tenemos un momento para detenernos y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos estaríamos perdiendo?

martes, 4 de diciembre de 2012

"LA TRAGEDIA DE LO MONSTRUOSO"

La espeluznante noche de Halloween se convirtió en tragedia real. Nada más salir del metro y comenzar a bajar hacia el Madrid Arena ya comenzaban a concentrarse masas de personas. La gente bebía en los aparcamientos creando su propia mini rave con su música. Eran las once y media de una noche que dejaría muchas sorpresas. Ingenua, miraba a mi alrededor y me decía: “es imposible que entremos los que estamos aquí, imposible”. La gente revendía entradas y eran capaces de comprarlas por precios bastante más elevados al original solo por escuchar a Steve Aoki. La noche prometía sorpresas, pero nadie auguró que fuesen tan amargas.

    Sobre la una menos diez mis amigos y yo decidimos a entrar. Primero entraron unos cuantos a los que sí pidieron DNI y luego los otros, y no nos lo pidieron: -“Entrada”, dijo el encargado. -“¿Te damos el DNI?”, preguntó una amiga. -“No es necesario”, contestó. Independientemente de si pudiese ser o no menor de edad. Sonaban los primeros DJ. Las gradas de arriba estaban semivacías y en la pista había espacio para bailar cómodamente. De vez en cuando se formaba algún pequeño pogo, pero en poco tiempo se disolvía. Según se acercaban las tres de la mañana y el turno del DJ estrella, Steve Aoki, comenzaba a armarse revuelo entre los asistentes. La gente comenzaba a empujar intentando avanzar hacia filas próximas al escenario. El calor era intenso. De vez en cuando una ráfaga de aire fresco azotaba la pista y era recibida con alegría.

    En esos instantes, mirases donde mirases, solo se veía personas en poco espacio. La pista estaba hasta arriba y las gradas primera y segunda, completas. No cabía nadie más. Había estado más veces en ese recinto viendo espectáculos pero nunca algo así. El penúltimo DJ dio paso a minutos de silencio. El momento de Aoki se acercaba. La adrenalina comenzaba a subir. No tenías espacio. No podías moverte de donde estuvieses. Avanzar hacia adelante era una locura y retroceder un camino peligroso e inviable, no sabías hasta dónde podrías llegar. En esos instantes un fuerte empujón nos sacudió y se formó un río de caídos. Sujetaba a mis amigas como podía y las ayudaba a levantarse mientras hacía equilibrios para no caerme. Poco a poco nos conseguimos poner en pie.

   La locura llegó cuando Aoki salió. La gente comenzó a saltar y a bailar. Carecíamos de espacio mínimo. Y según transcurría la actuación la gente intentaba moverse hacia el escenario. No podía con tanto agobio. Me comenzaron a temblar las piernas, a saltar las lágrimas. Necesitaba salir. Pero ¿cómo? No podía moverme en ninguna dirección. Mis amigos hicieron corro para evitar que la muchedumbre me agobiase más de lo que estaba mientras me intentaban tranquilizar. Mi único pensamiento era: “Necesito salir. Tengo que salir de aquí. ¿Cómo puedo salir?”, y a la vez ya imaginaba que me iban a  aplastar. Me ponía en lo peor. Sentí pánico.

   Poco a poco nos fuimos dispersando. Cada uno se fue buscando un hueco mejor en el que estar. Como parte de la animación, el Dj tiró una barca hinchable sobre el público y alguien se subió. A continuación optó por algo más grande, una cama hinchable de matrimonio. Dos chicas subieron y aguantaron un tiempo. Era lo que mi vista alcanzaba a apreciar. Una locura. No teníamos casi espacio y me costaba coger aire como para que encima pasase sobre mi cabeza una barca o una cama con gente sobre ella… Mi agobio aumentaba y cada vez iba retrocediendo posiciones.

   La gente fumaba. Independientemente de que fuese espacio sin humo, encender una colilla era arriesgado. Intentaban fumar con el cigarrillo en alto para evitar quemar. Pero en tan poco espacio era tarea complicada. Veía las colillas encendidas peligrar cerca de la cara mis amigos. A alguien le iba a tocar y, en efecto, le tocó a una amiga con una pequeña quemadura en el brazo. Había que andarse con cuidado. A parte, el suelo era un campo de basura: restos de disfraces, pelucas, zapatos, diademas, sudaderas… ¡Hasta pilas!

   Eran las cinco menos veinte y la sed era inaguantable. El resto del grupito que quedaba visible decidimos ir a los baños a beber agua. Estábamos en la pista. Intentamos salir por la puerta central. Había dos agentes de seguridad que nos mandaron hacia la puerta de la derecha (de espaldas al escenario). Detrás de los agentes había un pasillo vacío y al final los baños. Nos movimos como pudimos hasta por fin poder salir. Gracias a Dios, a pesar de las condiciones en las que se encontraban pudimos beber agua y sentarnos a esperar que fuesen las cinco y media, hora a la que habíamos quedado con el resto de amigos en la entrada. Ya había sucedido el acontecimiento de la bengala o el petardo, pero sinceramente nosotros desde la pista no oímos nada.

   Un agente de seguridad fumaba en las escaleras. Todo parecía estar en relativa calma acorde con el momento. Comenzamos a agruparnos donde habíamos quedado y a relatarnos los rumores. Amigos vinieron duchados en champagne por Aoki y contando que había tirado una tarta a una chica del público. Anécdotas nada relevantes. Hasta que de repente nos llegó la noticia. Había fallecido una chica. Era creíble, pero a la vez, ingenuos, pensamos que solo se habría desmayado. Más bien no queríamos creerlo. Demasiado atroz para ser real. La siguiente noticia es que no había sido una víctima, sino cuatro. Nuestro nivel de escepticismo aumentó. Demasiado duro para ser cierto.

   Poco a poco nos fuimos organizando para irnos. Buscamos como locos noticias sobre lo acaecido aquella monstruosa noche de Halloween. En mi pensamiento estaban mis amigas. Daba gracias porque estaban bien. Jamás me hubiese perdonado que les pasase algo y me acordaba de los horribles momentos de angustia que pasé en la pista. Ahora pienso, ¿de quién es la responsabilidad de estos fatídicos acontecimientos? Todos vimos la gran cantidad de gente que había. No creo que solo hubiese 9.600 personas. No sé cuántas estaríamos, pero había gente de más. Mientras unos habrán conseguido una considerable suma de dinero hay familias que jamás podrán volver a ver sus hijos, hermanos, nietos, sobrinos o amigos. ¿Quién arregla eso? Ningún padre se acuesta tranquilo cuando su hijo sale, pero todos esperan levantarse y verles en casa, durmiendo, no que les despierte una llamada que pondrá final a la vida que han conocido hasta esos días.

   Estos hechos afectan a todos. Aunque no conociese a las víctimas, me importan. Podrían haber sido algún ser querido o nosotros mismos. Todos fuimos testigos de las negligencias, todavía supuestas. Nadie va a devolver a esas chicas la vida ni les va a quitar el sufrimiento a sus familiares, pero hay que reclamar a los responsables para que nunca vuelva a suceder. Halloween, una de las noches más “monstruosas” esperadas por los jóvenes, se ha convertido en la más dura y trágica que hemos tenido que vivir en Madrid. Una fecha que jamás se olvidará y unos acontecimientos por los que se deberá investigar a los responsables. La verdadera realidad del miedo y el dolor  es más humana que cualquier terrorífico disfraz.

Patricia Berbell

jueves, 15 de noviembre de 2012

LOS PASOS DEL SILENCIO



      Seis millones de parados, casi cuatrocientos mil desahucios,  setecientos cuarenta mil millones de deuda,  doce millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social, doscientas treinta mil empresas cerradas desde que comenzó la crisis,  un paro juvenil del cincuenta y tres por ciento o una tasa de emigración en el último año de casi quinientas mil personas son razones más que poderosas para hacer una huelga, en España,  o en el país que sea. La huelga no solo es un derecho reconocido en la Constitución por todos los españoles sino que históricamente ha sido un  medio legítimo fundamental de los ciudadanos y de los trabajadores del mundo para la defensa, protección y promoción de sus intereses económicos y sociales. Y no hay nada más importante en la vida para una persona que su propio derecho a vivir de una manera justa, económica y socialmente. Hablamos de derechos, y hablamos de libertades, hablamos de la propia vida de las personas, del presente y el futuro de todo un país, en definitiva de supervivencia.


    Una huelga no debería ser nunca un fracaso o un éxito, una cifra o una estadística de electricidad consumida, una huelga siempre es el reflejo de una realidad. A mí no me importa si ha sido oportuna o inoportuna, si ha sido política o económica, justa o injusta, si quienes la han convocado han sido de izquierdas o de derechas,  si ha sido aceptada o ha sido rechazada, lo que verdaderamente me importa es que se ha producido, y se ha producido por algo.  No me importa si ayer la secundaron más o menos empresas o si fue mayoritaria o minoritariamente seguida por no sé cuántos trabajadores;  ayer vi a través de diversos medios, pero sobre todo a través de mis propios ojos, a cientos, a miles, a decenas de miles de personas manifestarse pacíficamente por las calles de todas las ciudades de mi país. Y eso sí que me importa.

    El noventa y cinco por ciento del tejido empresarial español son microempresas de entre cero y nueve trabajadores. Estoy seguro que muchos de esos trabajadores que ayer apoyaban la huelga ni siquiera tuvieron la oportunidad de ejercer su derecho a hacerla, posiblemente coaccionados o seguramente imposibilitados de una u otra forma, al igual que estoy seguro que muchos de esos trabajadores anoche formaban parte de alguna de las cientos de manifestaciones que tuvieron lugar. Seguramente no dijeran ni explicaran el porqué, porque no haría ni falta, porque estar allí solo era simbólico, un símbolo de solidaridad, un símbolo de justicia o tal vez un símbolo de esperanza. Miedo tal vez a que algún día formasen parte de los otros, los que obligados por las circunstancias no fueron esa mañana a trabajar sencillamente porque no tenían donde hacerlo ni aunque hubiesen querido.

    En ninguna de las huelgas generales de nuestro periodo democrático nunca ha ganado nadie y jamás ha cambiado  nada, las cosas siempre han seguido igual. Pero a partir de la de ayer, yo creo que ni siquiera las cosas van a seguir igual, sino peor.  Los antes y después de las huelgas son muy endémicos y con unas liturgias repetitivas hasta decir basta, si echamos mano de las hemerotecas veremos en todas las mismas disfunciones, éxito para quien las convoca y fracaso para quien las soporta, irreverencia maquillada de ironía pero lo suficientemente triste como para caer en la trampa de enajenarnos de lo verdaderamente importante y más triste aún cuando percibes que el argumento va lo suficientemente intencionado como para desviar la atención por unas horas para seguir por el mismo camino del desprecio y la sordina.

    La partitocracia en que hemos convertido a nuestra democracia no nos deja otra alternativa,  renunciar silenciosamente al escaparatismo político en el que estamos sumidos y reconquistar paso a paso el poder que nos corresponde a través de nuestros legítimos derechos. Revertir la situación es prioritario y asumir cada uno realmente el papel que le corresponda, ayer cada uno de los miles y miles de ciudadanos que salieron a las calles dieron prueba de lo evidente y de lo irrespirable que se ha hecho la actual situación. Son muchos los obstáculos y enormes las dificultades, la mentira sobre la que se sustenta nuestro estado de derecho se ha petrificado en el tiempo y sus guardianes se han acomodado, ayer los ciudadanos no hicieron una huelga general, manifestaron en la calle su opinión sobre su propio país, hicieron quizás solo una grieta, solo alzó la voz y dijo basta. Quizás solo fue un símbolo, o quizás solo un principio. No es cuestión de derechas ni de izquierdas.... es cuestión de supervivencia, o tal vez de libertad.


martes, 13 de noviembre de 2012

LA HUELGA


    Corría el año 1978, allá por el mes de Febrero, y el invierno estaba siendo bastante crudo. Las revueltas estudiantiles estaban siendo focos de noticia en todos los diarios y el runrún era cada vez más frecuente en los pasillos de las aulas y en la cafetería. Cuando salíamos al patio, veíamos formarse grupúsculos de cuatro o cinco compañeros todos comentando sobre lo mismo. La excitación era máxima. Todos intuiamos que algo iba a pasar.  Eran esos tiempos de apertura democrática donde empezábamos a levantar un poco, solo un poco la voz. Por entonces, corrió la noticia de que un estudiante universitario había muerto en unos incidentes creo recordar que en Sevilla, y eso nos hizo pensar que las cosas se estaban poniendo francamente mal. 

    Se convocó un paro general en todas las provincias a través de algunas coordinadoras de estudiantes, y se empezó a correr la voz por todo el instituto de que teníamos que apoyarla todos. Nos empezamos a organizar por cursos y después por clases. Nos reunimos en un bajo que un compañero tenía cerca del instituto y logramos preparar un manifiesto de apoyo, que después entre una pequeña colecta que hicimos pudimos fotocopiar en una librería cercana y repartir por todo el centro. Eran una especie de octavillas donde exponíamos de forma anónima nuestro apoyo a la huelga que había convocada.

   Aquellos momentos parecían bastante tensos, sentíamos las miradas desconfiadas de algunos compañeros que intuíamos no iban a estar de acuerdo con lo que pretendíamos. Todo aquello era nuevo para  todos, pero solo el hecho de hacer algo por pequeño que fuese aunque no tuvíesemos ni idea de para qué servía nos hacía sentirnos útiles y solidarios. Habían compañeros que se habían declarado en huelga y nosotros teníamos que apoyarlos como fuese. En realidad el motivo no nos importaba demasiado, solo la necesidad de apoyarlos ya era más que suficiente y justificaba todo nuestro empeño. Más tarde nos enteramos que las reivindicaciones eran una mayor participación de los alumnos en las decisiones de los centros y el rechazo a unas tasas universitarias que habían incrementado un disparate el tanto por ciento. Yo creo que por aquel entonces, se reivindicaba todo, y no solo en el ámbito universitario. Era una época de lucha, de protestas y de injusticias, y nosotros que apenas contaríamos con unos quince o dieciseis años no podríamos mantenernos al márgen por nada del mundo.

   Algunos de esos compañeros que en el patio nos miraban de manera recelosa, fueron con algunos de los panfletos al director, Don Emilio, un señor recto de los de toda la vida y que creo que al leerlo según nos contaron montó en cólera y convocó una reunión urgente con algunos profesores y el jefe de estudios. Entre todos decidieron convocar una asamblea de padres en el salón de actos para informarle de nuestras intenciones de asistir a la huelga que se habia convocado a nivel nacional. Nos vimos obligados a comunicarle a nuestros padres que debían asistir a la reunión. A nosotros no nos dejaron asistir, tampoco hacía mucha falta ya que imaginamos lo que allí se decidiría.

   Recuerdo que en el viaje de vuelta, íbamos otro compañero y yo con nuestros respectivos en el coche e intentaron disuadirnos de la locura de faltar a clase ese día, ya que nos pondrían una falta de disciplina a todo aquel que no asistiera sin motivo justificado y que podría incidir en nuestras notas al final del trimestre. Se montó un gran debate. Eran nuestros padres, desinformados totalmente de la actualidad que reinaba en el país y perfectamente alineados con los profesores, y nosotros, empeñados en la justicia de nuestras reivindicaciones y sobre todo de hacer valer nuestros derechos como alumnos de la incipiente estrenada democracia que éramos, pero sobre todo se trataba de nuestra capacidad de decisión, de levantar nuestra voz por primera vez o tal vez de sentir por una vez la palabra libertad soplándonos en nuestro cogote. No sabría explicarlo bien, eran una sensaciones nuevas que estaba empezando a vivir y que por nada en el mundo quería dejar la oportunidad de sentir.

   El día de la huelga, todos asistimos al instituto como cualquier día, y una vez sonó la sirena, muchos compañeros se metieron a clase, seguramente asustados por las amenazas de los directores y padres;   muchos otros nos quedamos en el patio, organizamos una asamblea que ni siquiera llegamos a comenzar ya que enseguida apareció el conserje para echarnos de allí, o entrábamos a clase o allí no podíamos estar. Ya nos enteramos que habíán pasado lista en todas las clases y que en nuestro expediente figuraba con letras remarcadas la famosa falta de disciplina desde aquel mismo momento. Creo que la cosa estuvo bastante igualada, mitad y mitad. Nosotros, hicimos una asamblea en una calle adyacente donde exponíamos todas nuestras razones, y después nos fuimos a tomarnos unos vinos al Bar España. El resto de la jornada, estuvimos haciendo el vago por las calles, nos fuimos de futbolines y de paseos hasta la hora de salida de clase que teníamos que coger el autobús de regreso a casa.

     Aquello pasó.  La verdad es que no recuerdo muy bien si se consiguió que bajaran las tasas, seguramente no, pero de lo que sí me acuerdo es que por la noche en el telediario sacaron la noticia de la huelga que había habido en todo el país, y bueno, mientras la oía, la verdad es que me sentí orgulloso de ser uno de ellos. Mi madre me miraba de forma rara, pero yo estaba a otras cosas. La verdad, es que al día siguiente, al regresar al instituto, me sentía bien. Y no sabría muy bien decir porqué.

   A las dos semanas, iniciamos otra huelga, pero esta ya más pequeña. Todos los de mi clase, nos negamos a asistir hasta que no nos pusieran una estufa dentro, ya que el frío era insoportable, y al igual que los despachos del director y del jefe de estudios tenían estufa, exigimos que le dieran alguna solución o nos negábamos a asistir a clase. A nuestra clase, se sumaron otras, y por fín, obtuvimos la promesa de que en breve se colocarían estufas en todas las aulas. Ésta última huelga fué secundada por casi un ochenta por ciento de la clase, siempre hay quien no la sigue, pero bueno, ya contábamos antes de hablarlo con ello. No nos importó, creíamos que era justo lo que estábamos pidiendo, y así lo hicimos. El invierno siguiente, no pasamos tanto frío.

sábado, 10 de noviembre de 2012

LA HIPOTECA DE LA VERGÜENZA

    
      La culpa no es del sistema financiero, ni de unas leyes desfasadas, unos políticos autistas y alejados de la realidad,  de unos jueces lavándose las manos a diario o de unos medios de comunicación untados hasta el gaznate, sería un error pensar eso ya que nos conduciría a un camino sin retorno y retroalimentado en el tiempo por la propia mierda que los sustentan, la culpa es de un sistema podrido hasta la náusea en el que todos hemos metido el hocico hasta narcotizarnos, en el que hemos colaborado y lo seguimos haciendo con una demagogia inusual, resignación de perdedores o cobardías subsidiarias donde nos hemos acostumbrado demasiado a agachar la cabeza, miedo a los listos de turno que enseguida cuando te terminen de leer se apresurarán a velar tu indignación con una chufla verdulera haciéndote pensar en lo inepta e inservible de tu actitud, casi se reirán de ti o acudirán al recurrente ya estamos bastante jodidos como para tener que pararme a pensar un poco en toda esta mierda. Somos parte del sistema, y como tal, espíritus podridos y cobardes incapaces de dar un paso hacia adelante aunque solo sea escribiendo cuatro pijadas donde sueltes tu adrenalina para que cuatro locos ingenuos te lean y piensen lo mal que desvarías
     
 Ayer, el suicidio de Amaia Egaña movilizó las conciencias de millones de ciudadanos. Una noticia más de las muchas que desgraciadamente inundan nuestras pantallas o  portadas, y como tal un suceso más que añadir, solo un número, y de nuevo y sin querer de vuelta a la podredumbre canibalesca  donde convertimos la vida de un ser humano en solo un nombre, un hecho, un dato,  un acto o que más nos da cuando habitamos en la inmundicia y en el terrorismo de la simpleza donde todo enseguida se tapa con la misma mierda que nos cubre y nos sirve de lecho. Oír gritar a la gente desde lo más dentro su impotencia, leer la indignación y escuchar la rabia de muchas de esas personas que se sentían incapaces de hacer algo. Demasiado tarde. Ella utilizó el último recurso que le quedaba, el de su propia libertad, aquel al que Plinio llamaba como el don más preciado que Dios le había dado al hombre de entre todas las miserias de la vida. Utilizó la válvula de la desesperación, aquella que te arrebata tu psique o te enajena del sufrimiento y te libera del yugo de la presión que esta maldita crisis ha estado posiblemente atormentándola durante meses. Toda una vida. El sueño de toda una vida que se diluye cuando oyes sonar el maldito timbre de la injusticia.

   Amaia no era un número, ni el uno ni el dos ni el tres, ni siquiera el número cuatrocientos mil de los que llevamos hasta ahora, Amaia era el espejo en el que ayer nos vimos reflejados millones de ciudadanos que hasta ahora hemos permanecido impasibles, ayer cayó sobre nosotros un jarro de agua helada que nos tendría que servir para reaccionar ante toda esta basura que nos envuelve. Y no, no deberíamos aceptar las liturgias oportunistas de que  ahora hay que empezar a hablar para solucionar un problema, al menos no ahora sin Amaia. Es de cobardes oportunistas llorar la mierda de los demás cuando vivimos protegidos por una capa impermeable que nos inmuniza y nos separa de quienes tenemos la obligación de defender. Es de rastreros incompetentes el estar esperando a que Amaia haya tomado la peor decisión de su vida para ponernos a trabajar en un problema que se lleva denunciando desde hace cinco años y que se ha cobrado casi medio millón de familias. El nombre de Amaia debería martillear el resto de los días sobre los oídos de una sociedad autista y cobarde que ha sido incapaz de ni siquiera frenar la pérdida de una vida, debería caer como chuzos sobre las conciencias de quienes con  sus tropelías lo han consentido y permitido.

   Lo peor de todo esto es el “tontismo” en el que nos hayamos inmersos y la incapacidad de querer hacer frente a la verdad de una puñetera vez y  a los sangrantes problemas que nos rodean a todos. Que nos tomen por tontos ya es el paradigma del cinismo en el que nos movemos, pero que se lo consintamos un día sí y otro también solo nos podría hablar de lo huérfanos que estamos y de lo inoperantes que parecemos, de lo débiles en que nos han convertido. Vivimos en el reino de la hipocresía y de la mentira donde un nuevo feudalismo político capa a sus anchas con el cuento de los reyes magos como bandera, tragando lo intragable y aguantando lo inaguantable, consintiendo que la mentira engorde a todo un país hasta el sonrojo de sentir en nuestras carnes nuestra propia vergüenza.

    El problema no es una ley hipotecaria caduca, ni la premura por su reforma ni su particular utilización, el problema es la merma de nuestros propios derechos con los que trafican y mercadean a su conveniencia, el problema es nuestro silencio y nuestro consentimiento, el problema es entrar en su juego chantajista bajo la amenaza de la inestabilidad de una cada vez más secuestrada democracia, el problema no es de hacer cosas, sino de exigirle hacerlas bien y justas,  no es un problema de números, es un problema de derechos, como el de una vivienda o un trabajo, es un problema de sensibilidad, pero también de firmeza, esa que a nosotros nos está faltando, claudicar hipotecando de por vida el futuro de nuestros hijos y de sus hijos, con nuestro silencio nos estamos convirtiendo en esclavos de por vida de una hipoteca que es mucho más que unos simples números o unos simples años,  es la hipoteca de nuestra conciencia.

miércoles, 10 de octubre de 2012

LA HISTORIA OFICIAL

 “Todo el país se fue para abajo. Solamente los hijos de puta, los ladrones, los cómplices y el mayor de mis hijos, se fueron para arriba.”

Eso solo es una parte de diálogo entre un padre y un hijo a cuenta de la situación argentina durante la dictadura y formaba parte de "La Historia Oficial". Hace poco alguien dijo que los españoles tenemos la sana costumbre de cada cincuenta o sesenta años "estropearlo todo", y que ahora solamente estamos empezando a cumplir con ese precepto. Abocados a un rescate que nadie en realidad sabe exactamente lo que es ni a quien irá dirigido. A quién se supone que van a rescatar? a los bancos, al estado, a las grandes empresas? o a esas miles de familias que empiezan a tener hambre, a esos miles de jóvenes que pasan y pasan las horas sin saber lo que hacer ni a donde ir, o a esos padres de familia que se quedaron hace meses sin trabajo y que andan desesperados por intentar pagar el recibo de la luz.

 
Es como la claridad que esperamos al final del túnel, esa que nunca llega,  esperamos y esperamos. Rescatarán al estado, pero qué es ese término ambigüo que nos señalan con nombre de marca...?,  sus instituciones o sus habitantes, quienes lo dirigen o quienes lo viven, sienten, padecen o forman parte de él. Somos extraños o formamos parte de un mismo ente, nos concierne o no nos concierne, qué o quienes somos exactamente, de donde formamos parte y de que sitios no formamos. Rescatan los bancos, los estados, los gobiernos, rescatan a esa gran empresa inyectándole el capital necesario para que no pueda caer...  quién decide? quien reparte o quien elije a quien o quienes se debe rescatar, para qué necesitamos ser rescatados.

Rescatar es salvar, salvarnos de algún peligro. No hay más peligro que la desesperanza, la tristeza de ver que hoy no podrás llevar una barra de pan a tu casa, peligro es recibir una carta del banco amenazándote de que te van a echar de tu casa,  es coger una maleta e irte a cualquier parte del mundo para no sentirte inútil, peligro es levantarte cada mañana y no saber donde ir ni lo que hacer, el verdadero peligro es el miedo a que un dia cualquiera te encuentres en la mesa de tu despacho una carta de despido.... de ese peligro nos deberían rescatar. Pero llegará el rescate y seguiremos haciendo lo mismo, seguiremos sin poder comprar el pan, ni pagar el recibo de la luz, seguiremos haciendo las maletas..... seguiremos esperando.

No es un problema de dinero, si así fuera le daríamos a la maquinita y que no parase hasta que no hubiese un solo ciudadano sin él. Es un problema de principios, un problema de jerarquía,  donde los herederos han traicionado el concepto del porqué se les puso ahí, es un problema de memoria, de reconocimiento hacia quienes un día lucharon con todas sus fuerzas para sacar a su familia adelante, para que su pueblo viviese en libertad y para que sus hijos no pasaran las penurias por las que ellos mismos pasaron...  es un problema histórico donde la confianza se ha utilizado de manera interesada, es un problema de responsabilidad, de mentiras y de engaños, de fábulas y de cuentos chinos en nombre de la democracia. Democracia es libertad, es poder, el  poder de un pueblo para decidir lo mejor para él.

Vivimos atascados cada cuatro años, le quitamos el polvo a nuestros derechos para luego hibernarlos, secuestrarlos o esconderlos.  No falla la democracia, fallan las personas en quienes se le confía la administración de esa democracia, quienes la guardan y custodian bajo la llave del poder, de una mayoría absoluta o de unos pactos puntuales interesados otorgados por unas urnas con trampa, la democracia no es un cheque al portador para quienes se cuelan en una lista porque le cae bien a su jefe político y se ve legitimado para llevar a cabo ese secuestro. Esta democracia es una trampa. El pueblo decide, si,  pero qué decide?. Hay que revisar el proceso, desengrasar la maquinaria y poner en marcha otros mecanismos menos cerrados y más participativos.    

                                                                       
Las crisis no son entes tangibles, son originadas por las personas y por sus errores, y por tanto hechos corregibles. La española es política y de principios, estamos ante una crisis de comodidad, jerarquizada y de poder, una crisis de beneficios, de capital y de mala distribución, es una crisis pendenciera y hereditaria de políticas serviles y chusqueras. Una crisis a la española donde cada cuatro años afloran los lazarillos de turno mientras millones de quijotes siguen soñando con cuentos de caballerías y molinos de viento a quien derrotar. El problema es que se le ha dado demasiado poder a esos lazarillos, se le ha dado veda abierta para utilizar, apropiarse y legitimar lo que no es suyo y ese ha sido un problema de todos aquellos que seguiamos jugando a escribir novelas y mirar hacia otro lado.

Necesitamos sanar nuestras mentes, y utilizar nuestras lanzas para defender lo que es nuestro, no podemos seguir ciegos toda la vida ni dejar que nuestros derechos sean burlados en el nombre de la democracia;  las crisis son corregibles, pero hay que querer corregirlas, si estamos en peligro tendríamos que ser rescatados, un rescate viene porque algo se ha hecho mal y si algo se ha hecho mal es porque ha habido errores y hay culpables. No podemos consentir que los mismos culpables administren ese rescate, porque nos quedariamos en el mismo sitio aunque rescatados. Ese rescate debe repercutir en quienes nunca debieron permitir que se les robara el vino por muy seductoras que resultasen las novelas de caballerias.

sábado, 28 de abril de 2012

... MUY PRONTO



       Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
  y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado 
 y parece que un beso te cerrara la boca. 
       Como todas las cosas están llenas de mi alma 
           emerges de las cosas, llena del alma mía. 
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, 
y te pareces a la palabra melancolía; 
Me gustas cuando callas y estás como distante. 
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. 
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: 
déjame que me calle con el silencio tuyo. 
Déjame que te hable también con tu silencio 
claro como una lámpara, simple como un anillo. 
Eres como la noche, callada y constelada. 
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. 
Me gustas cuando callas porque estás como ausente. 
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. 
Una palabra entonces, una sonrisa bastan. 
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. 

                     Pablo Neruda, Poema 15

viernes, 13 de enero de 2012

EL TERCER PODER

    Alguien me dijo una vez que el estado de derecho se sustenta bajo los pilares de tres poderes, pero uno de ellos nunca podría tener la importancia que tienen los otros dos, aunque imprescindible para el perfecto funcionamiento dos de ellos emanan de la voluntad popular mientras el tercer poder no emana de ella. Nos han enseñado desde siempre a tener el deber de creer en la justicia y hoy es uno de esos días en que uno se pregunta porqué…. Es de esos días en que piensas si el deber de creer en la justicia no estuviese siendo utilizado con cierta impunidad por quienes precisamente deberían hacer valer esa misma creencia que por otra parte necesitamos.

Todos necesitamos creer, pero no a cualquier precio. Yo necesito creer, pero también necesito que al mismo tiempo me crean como ciudadano libre que soy, y no puedo extender con mis derechos  ningún cheque al portador para que sea ninguneado en nombre de la justicia por  muy necesitada que estemos de ella. No podemos circular a distintas velocidades quien administra el estado de derecho y los administrados, no puedo como sociedad a la que pertenezco ir por detrás de quien se supone vela porque esta sociedad funcione.

Me  niego a que la impunidad se haya establecido en ciertos órdenes de manera caprichosa y que en nombre de no sé qué estado de derecho campe a sus anchas por en medio de él haciendo caso omiso a quienes de verdad lo mantienen en pié. No podemos ir la sociedad por un lado distinto a quienes nos administran y se creen ejecutores de la verdad más absoluta. Esa no es mi justicia, no al menos en la que yo creo o me enseñaron a creer.

Un juez, un fiscal, un comisario de policía, unos jóvenes o unos padres de familia, al igual que un abogado, o un ministro, un vendedor de coches o un vendedor de pescado, que más da quien represente a quien y en nombre de quién, existe algo que se llama responsabilidad, sentido común, derechos,  libertades u obligaciones y que está muy por encima de cualquier sueldo que cualquiera se pudiese ganar por hacer de manera responsable su trabajo, pero hay una diferencia y es que muchos de ellos viven de los que les pagamos los demás a través de nuestros impuestos y a quien sostenemos en silencio para que precisamente velen por nuestra seguridad, nuestra justicia o nuestros derechos. Yo arriesgo mi dinero y arriesgo mi trabajo, y al igual que yo millones de ciudadanos, pero no otros que se valen del dinero o el trabajo de los demás para que en el nombre del estado representen aquello que nunca ningún ciudadano del estado habría  aprobado.

Si yo hago mi trabajo mal yo asumo mis responsabilidades y todo irá en mi perjuicio y en el de los mios, entiendo que forma parte de un riesgo que asumo y del que necesito esforzarme cada día para que eso no ocurra, pero yo actúo en mi nombre y siempre con mi dinero, no deberíamos permitir la trampa a la que a veces nos somete el estado en que para sustentarlo permite impunidades o irresponsabilidades en perjuicio precisamente de quienes le pagan, sin tener ni siquiera la opción de pagar sus malas praxis, irresponsabilidades, dejadez de funciones o simple y llanamente pura incompetencia porque viven amparados bajo la capa de la impunidad del estado que los sustenta.

Y la sentencia que se ha producido, se ha producido  porque alguien ha hecho mal su trabajo.  Y yo, como ciudadano libre que soy tengo todo el derecho del mundo a expresar mi opinión y a pedir desde mi libertad que quien haya hecho mal su trabajo deje de vivir de mis impuestos y caiga sobre él el mismo perjuicio que sobre mí caería cuando hago mal mi trabajo.

Detrás de una sentencia, siempre hay un trabajo y ese trabajo por lo visto se ha hecho mal.  Detrás de cada sentencia, siempre hay dolor, en este caso el dolor de una familia y ese dolor no puede equipararse jamás ni sostenerse bajo el mismo manto que una negligencia o una incompetencia, aunque todos estemos hablando de un estado de derecho.

martes, 10 de enero de 2012

FLOR...


Llevo tiempo que no escribo, pero hoy he vivido un suceso que me ha hecho pensar en cómo pasa el tiempo. Vuela..., y muchas veces no nos damos cuenta.
Nostálgica??
No, bueno, sí, ... no... un poco quizás... no sé... no. No.


Recuerdo cuando cumplí los 22 años, los dos patitos! Los dos patitos! Qué vieja!, me decía mi hermano...  A mi me parecía que ya era súper mayor y que estaba en ... otro estatus!. Y parece que fue ayer, pero ya ha pasado casi el mismo tiempo otra vez.
22 años... en la Flor de la vida.

Flor... eso es lo que me ha llamado la peluquera cuando venía hacia el lavacabezas... Ya voy flor!.
Flor????
La última vez que había oído llamar Flor a alguien fue a una abuelita mientras le lavaban la cara después de comer!!!
Flor...
No me ha sentado nada bien.
Y es que claro, yo voy a la peluquería muy poco, cuando veo que es cuestión de urgencia, pero si la cosa sigue por estos derroteros creo que voy a ir mucho menos.
Flor...
Y me fastidia más lo de flor porque la peluquera tendría... 25? 26?... a 30 no llegaba seguro. Y yo que en los espejos de la peluquería siempre me veo horrorosa, no sólo por lo horrenda que te dejan con el tinte puesto, que ni se molestan en dejarte un poco visible. Bueno, visible sí que te dejan, es más, te dejan abandonada a tu suerte en medio de la sala, al acecho de todas las miradas, sobre todo la del chico jovencito que se sienta a tu lado con una cara de entre susto y risa que te da que pensar, y mucho!. Pues eso, que no te dejan nada visible, y yo que me miro al espejo y entre pelos alborotados y llenos de un engrudo pestilente, me fijo un poco y empiezo a contarme las arrugas... me agobio, la verdad. Y entonces empiezo a intentar mejorar mi expresión (algo totalmente imposible, porque la cara es la que es y la luz de la peluquería es la que es), bajando las cejas, relajando los labios, intentando sonreír sin que se note en la boca (para no parecer boba fundamentalmente)... en fin.... misión imposible. Horrenda.
Flor dice! No sé si debería darme la risa...
Aunque entre espera y espera, he leído en una publicación científica de esas que te ofrecen en las peluquerías, que los 40 son los nuevos 30, y parece que me he animado un poco. Aunque por esa regla, los 20 qué son, los 10? Ya no sé si creerlo...
Y al final he llegado a la conclusión de que Flor me lo ha dicho por la cabeza que me ha dejado. Sabéis esas plantas que tienen semillas que vuelan? Pues algo parecido.
Parece que me haya lavado la cabeza con alcohol de quemar, la noto reseca y tirante, y el pelo, pues lo mismo. Lo secan con una pasión que lo llenan de electricidad estática, así que casi he salido volando de allí.
Como una flor... sí.
(Espero que nadie haya llegado hasta aquí...)

Y el caso es que cuando tenía 22 años no me pasaban estas cosas....
Flor...
Flor.
Já flor!



Llevo tiempo sin escribir... menos mal! Prometo no volver a hacerlo en mucho tiempo!!

sábado, 7 de enero de 2012

SE FUÉ NAVIDAD



   Parece que ya ha pasado la Navidad. Cuando llegamos a esta fecha no puedo evitar acordarme de algunos clic que guardamos en el armario  creo que junto a las figuras del belén o las bolas de árbol.  Como si todo junto lo metiéramos en cajitas de cartón o de sueños y lo guardásemos en algún diván escondido donde no nos estorbe mucho, ya que no los vamos a necesitar hasta dentro de aproximadamente un año. La de feliz navidad que habremos dado o enviado a través de cualquier medio, la de feliz año que habremos deseado a todo el mundo, la de copas obligadas según qué día habremos tomado para no faltar a nuestra cita con una tradición cada vez menos ortodoxa o la de regalos que habremos comprado o recibido, la de esperanzas que habremos puesto en esos décimos que hemos jugado, tantos y tantos clic y cosas que nos suceden cada año de forma tan necesariamente conocida.

Hace justo un año y en algún rincón del planeta  alguien dijo: tengo que poner algo, tengo que poner algo……

La navidad también aporta otras cosas aparte de clic repetitivos, por un lado sentimientos que afloran al recordar fechas tan familiares o sensaciones difíciles de explicar como cuando te sientes completamente sordo entre la marabunta más comercial colgada de bolsas de plástico, o la nostalgia y la añoranza que sientes cuando  momentos puntuales no los pudieses compartir con alguien a quien echas de menos, también es esa sensación del paso del tiempo. El cambio de un año a otro del que nos olvidamos con la misma celeridad que nos bebemos una copa de champán,  apenas a veinticuatro horas vista para a veces ni acordarnos del año que acabamos de vivir.

Con un día como éste empieza un nuevo año, a veces una nueva vida, y miramos entre todos los regalos que nos acaban de dejar y nunca nos fijamos en ese espejo que nadie nunca se atrevió  a regalarnos, ese espejo en el que mirarnos a cada momento y en el que podríamos ver reflejados  todos y cada uno de los momentos de esa vida, o ese año que ya hemos vivido.

Ha sido un año intenso, que posiblemente empezara una tarde soleada y bajo el rubor de cientos de palmeras que nos dieran la bienvenida ante un nuevo reto como nos sucede de vez en cuando. Un mundo lleno de habitaciones y repleto  de puertas que se abren y se cierran con cada día, interminable de miedos, de dudas y de risas, de paseos frente al mar, de silencios y de ruidos, toda una vida dividida entre miles de minutos que nos dejaron sin respiración a veces o entre papeles en los que reflejar un momento adecuado, de viajes solitarios o experiencias vividas, de noches apasionadas o días relajados, un año entre novelas leídas o entre velas encendidas, todo un año, toda una vida.

Y como la navidad,  puente entre recuerdos y deseos, entre  pasados o futuros, tal día como hoy, soleado y con el recuerdo aún del rubor de las palmeras ponemos de nuevo en marcha ese reloj que nos regala la vida de días y de sueños, de momentos esta vez por vivir, de habitaciones y puertas por abrir o de pensamientos sobre folios por escribir.

Ya se fué Navidad.  Pero la vida sigue….

Y  esta  vez no le voy a pedir nada, me atreveré a desafiarla con cada una de mis horas, con mis palabras, con mis días y buscaré dentro de pequeñitas cajitas mis sueños e intentaré abrirlas de una en una, le iré quitando los lazos conforme me vayan apareciendo y disfrutaré con cada regalo que saque de ellas, las buscaré o las esperaré como los niños ayer esperaban sus cajitas de sueños,  juguetes que hay que abrir cada día para vivirlos cada día.