miércoles, 29 de junio de 2011

MAR EN CALMA


   Hacía días que no escribía nada, tantos como casi una semana.  Esta ventana al viento os ha hablado muchas veces de las cosas que nos pasan, de lo que pensamos…. Es como una película que va apareciendo en pantalla fotograma a fotograma. Lo mismo es que en ciertos momentos pensamos  en hacer de la vida una película, o es que  lo mismo a veces las escenas que vivimos son tan intensas que casi las vivimos al tiempo que las leemos o escribimos. Todo tiene su verdad en realidad….

Ni que decir tiene que las noches ya no son iguales, ni que los días engañan  mis minutos a la espera de que ocurra algo, ni de que el tiempo sigue enfadado conmigo. Hace una semana que describíamos viajes a través del tiempo, hablábamos de maletas guardadas en armarios olvidados, incluso soñábamos con escribir preciosas cartas de amor.  Nos tirábamos las horas pensando y dando vueltas a la cabeza, había días que no teníamos ganas de hacer nada o nos conformábamos  con  irreversibles realidades. El tiempo siempre suele ser sabio aunque no lo reconozcamos y purifica a la par que quema a veces en hogueras preparadas recuerdos que nos encadenan. Pero la realidad aún irreversible es la que es, y de la que vivimos y nos alimentamos cada día. De la que aprendemos, sí, cada día.

De la misma forma que el mar, al que recurrimos frecuentemente en éste espacio tiene sus días bravos y tiene sus días tranquilos, y se enfurece enviándolos  galernas mientras suelta toda su fuerza en nuestro rostro como rechazando nuestra compañía y prefiere estar solo sin que nadie le moleste o  nos abraza en noches de calma y luna llena como suplicando nuestras caricias o jugando con nuestros pies mientras caminamos descalzos por la arena, y lo vemos venir, y alejarse para volver a venir una y otra vez.

Es así de caprichoso el mar como la misma vida, a veces te lo beberías o lo acariciarías y otras veces  te da miedo. Todo se relativiza con el tiempo y siempre después de grandes tempestades vendrán preciosos días de calma, que nos envuelvan de nuevo en su inmensidad y su belleza.  Es la gráfica  que siempre  nos acompaña y nos hace crecer, la que nos enseña y nos indica el porqué de muchos de nuestros movimientos,  la que nos recuerda que vivimos en función de magnitudes o variables,  dependientes o independientes, continuas o discontinuas y nos movemos en nuestros días a base de máximos o mínimos.  En la búsqueda de nuestro propio equilibrio oscilan nuestras coordenadas como una balanza frágil que necesita días de peso y contrapeso para poder llegar a eso que llamamos felicidad.

Son horas de vestidos de verano y cenas al fresco en el porche, de helados y ensaladas, de paseos por la playa mirando el mar en calma, precioso y envolvente bajo la atenta mirada de la luna o de ver dispararse hacia el cielo un sinfín de fuegos artificiales, verlos abrazados desde la terraza y perdernos en la noche acompañados de miles de estrellas.

 Son horas de no pensar en  nada, como agotados de tan alta música o torrenciales lluvias, de sueños inacabados o interminables silencios  ahora solo se cuentan las horas para otro nuevo viaje, esta vez ligero de equipaje y con destino al sol, con destino al mar. 

A ese precioso mar en calma.

Creo que quiere que descalzos sobre la arena, juguemos con él, y lo veamos venir, y lo veamos  alejarse para volver a venir una y otra vez.

martes, 28 de junio de 2011

CALOR

Hay días en los que el calor no deja que te muevas. Te atrapa y te deja hecha un trapo en el sillón, sin ganas de hacer nada, con una sensación de pérdida de tiempo total... Así estoy yo hoy. Me pesa todo el cuerpo.

No es un calor sudoroso, es un calor que te inunda, seco, que te sale desde dentro e imaginas que eres una estufa portátil. Te da dolor de cabeza y te embota los ojos... casi estás a punto de estallar, pero eres incapaz de moverte. Lo veo todo amarillo.

Tengo la piscina enfrente y no me apetece ni moverme para ir a refrescarme!! Así que, ante tal panorama lo único que puedo hacer para no entrar en combustión espontánea y empezar a arder como por arte de magia, es intentar quemar algunas calorías... Uf! Qué complicado! Quemar calorías para aliviar el calor... un poco incongruente me parece esta idea, pero es la única que se me ocurre para tener menos calorías pululando por mi cuerpo!! Además... al quemar calorías se suda, y lo que menos me apetece ahora es sudar... Y quemar calorías sin moverse... es posible? Pensar quema calorías? Porque lo único que puedo hacer ahora es pensar... El calor no me deja hacer nada más. Y comer picante? Hay quien afirma que comer picante alivia el calor... al igual que beber té ardiendo en el desierto, y seguramente será verdad (la verdad... no pienso comprobarlo ahora.... puede que cuando caiga el sol...).

Pensar con claridad con un ataque de calor como el que ahora mismo me invade no es fácil (se me nota mucho, lo sé; no hacía falta que lo dijese, pero... ya está dicho, y tampoco tengo ni ganas de darle al “borrar”), así que tendré que pensar con turbiedad...

Y qué se me ocurre pensando turbiamente? Pues se me ocurre que estoy bien, que me gusta el verano y el calor, y verlo todo turbio, y cansarme de verlo todo turbio y sacar fuerzas de donde pienso que no las tengo, y salir a la piscina como una zombie arrastrando la toalla y dejarme caer en el agua, sin pensar en que puede que me lleve un susto tremendo por el enfriamiento espontáneo, y empezar entonces a pensar con claridad. Sí, me gusta el verano y el calor.

Me gustan las noches de verano, y los granizados, y la playa por la noche (la playa por la noche? He dicho yo eso?... sólo me he bañado en el mar dos veces por la noche y casi me muero del agobio de pensar en el pulpo gigante!), y los niños gritando en la piscina a la hora de la siesta (he vuelto a decir una tontería?), y las patatas fritas con coca-cola al borde del agua (esto no es ninguna tontería!).

Y ya son las ocho y cuarto, y creo que me voy a levantar a darme una ducha fresca, untarme de crema con algún aroma cítrico, ponerme un vestido de verano y sentarme en el porche a esperarte. Tenemos ensalada para cenar, ya lo sabes.

jueves, 23 de junio de 2011

LA HOGUERA

Estoy esperando, sentada en la arena de la playa con los brazos abrazándome las rodillas. Se acerca la hora y los nervios empiezan a hacer acto de presencia en mi estómago. Todo mi cuerpo se balancea al ritmo de las olas...Sé que algo va a suceder, quiero que suceda y sucederá.

La noche es tranquila, corre una ligera brisa y el silencio me envuelve. Miles de estrellas son las únicas testigos de mi presencia en la playa. Sólo ellas y yo sabemos lo que pasará a partir de este momento.

Lo tengo todo preparado. Todo está donde debe estar, amontonado, sin orden... He sacado de mi mochila todo lo viejo de este año, todo lo inútil, lo inservible, lo sucio, roto, polvoriento, lo podrido, lo remendado, las malas herencias... todo.

Desde donde estoy miro esa pila de sentimientos y objetos amontonados y mis ojos no pueden evitar hacerme recordar todo lo sucedido durante este tiempo. Un año... sólo un año... todo un año!!

Viéndolo desde la distancia parece que hay cosas que no han sido tan graves, y seguramente no lo han sido, porque puedo mirarlas con una sonrisa, pero es una sonrisa de quien sabe que algo que no le gusta se va para no volver. Es una sonrisa de alivio, de tranquilidad. Hay otras cosas que miro con asco y con desprecio, con rencor, casi con odio, pero también esos sentimientos están amontonados en un rincón de mi hoguera. No quiero volver a sentirlos nunca más. Veo mentiras, veo egoísmo, cinismo...

He vestido un gran muñeco de trapo con unos vaqueros y un polo azul marino, porque siempre va vestido así, con el pelo cano sobresaliendo de su pasamontañas de cobarde y un chupete en la boca, porque es un niñato malcriado y consentido. En una mano lleva un canuto de maría y en la otra un cubo de basura, en el que debería estar él metido en lugar de haberlo arrojado con rabia rompiendo lo poco que nos unía. Ira... tras sus gafas, sus ojos reflejan ira, una ira con la que me miró el día en que le dije que no aguantaba más. Y aquel empujón también está junto a él, igual que el miedo y la impotencia.

Le voy a quemar en mi hoguera, y voy a saltar tres veces sobre él, para que lo tenga claro. Voy a quemar sus reproches, sus envidias, las noches sin dormir, sus borrones de dos días, mis agobios, mis “le daré otra oportunidad”, mis horas conduciendo por no volver a casa...

Y es la hora. Me levanto y me quito el pelo de la cara. Miro por última vez ese montón de cosas inútiles y enciendo la cerilla...

La pequeña luz de la llama va iluminando poco a poco todo lo que toca. Destruye a la vez que purifica. Se va haciendo grande y el rojo anaranjado de las llamas iluminan mi cara. Noto el calor... todo arde. Fuego y luz. Lentamente y sin remedio todo desaparece dentro del rojo intenso. No quiero que quede nada. Me quito la ropa y la echo a las llamas...

Corro feliz alrededor del fuego que todo se lo lleva, y yo me dejo llevar por su calor, que cada vez es más fuerte, como los latidos de mi corazón. Entonces salto por encima de las llamas para que el fuego también purifique mi cuerpo y mi alma.

Todo va desapareciendo poco apoco hasta que sólo quedan unas cuantas cenizas que son arrastradas por la brisa.

Y ahora empezaré de nuevo desde esas cenizas. Nada va a volver... Nada va a ser como antes.

Me voy sonriendo, sin mirar atrás, con la mirada hacia el futuro y me pierdo en la oscuridad. Me vuelvo a sentar en la arena a mirar las estrellas, pero ya no estoy nerviosa, estoy aliviada, tranquila, respiro hondo y dejo que mi corazón se vuelva a acompasar.

Mi mochila ha dejado de pesar.

miércoles, 22 de junio de 2011

LA CARTA DE AMOR MÁS BONITA DEL MUNDO

La empecé hace ya muchos años en un bloc de aquellos cuadriculados, me saltaba las primeras hojas donde normalmente tenía puestos mis deberes, y disimuladamente cogía las hojas blancas del centro donde pensaba que nadie se atrevería a mirar. Allí la empecé a escribir una tarde de verano. Pensé en llenarla de cosas bonitas para entregársela algún día en mano a la persona que creía debía ser su destinataria. Las cartas son bonitas siempre y a veces lo son porque no siempre son esperadas por la persona a quien le escribes.

 La empecé diciendo lo guapa que pensaba que era y lo sonrojado que me pondría en aquel momento cuando notase que me había mirado, describí el sueño de verme toda la vida con ella y como me la imaginaba. Durante años la seguí rellenando de cosas bonitas, recuerdo cuando soñé con aquel primer beso en la playa aquel día que jugásemos a la botella y lo azorado del momento, como describí con detalles aquella tarde y lo que sentiría por ella, creía que le estaría escribiendo al amor de mi vida. Relaté la frecuencia de nuestros enfados y pensaba que siempre eran por tonterías, que si había mirado a no sé quien, que si era mentira y así pasaban mis dedos describiendo mi carta entre reproches y reconciliaciones, pero no podía dejar de escribirle en cada momento todo lo que estaría sintiendo por ella.

Pasaron los años, y yo seguía escribiendo mi carta de amor sin dejar de hacerlo ni un solo día. Empecé a describirla y a hablar de sus manos, de su boca y de sus ojos, de su cuerpo y de las cosas que nos estarían pasando, de lo que pensaría de ella y del porqué me estaría enamorando y le diría que quería que lo nuestro no acabase jamás, le hablaría de mis cosas, de mis inquietudes, de mis amigos y de cómo la veía a ella. Le empezaba a hablar de amor y de sensaciones, de lo que pensaría cada noche al regresar a casa y de aquellas llamadas interminables de teléfono donde ponía que no tenía nunca ganas de que acabasen aunque no nos dijéramos nada.

Al cabo del tiempo le escribiría de nuestros sueños, le hablaría de planes y de lo bien que me hacía sentir con aquellas profundas conversaciones a la luz de la luna, le hablaría sobre nuestros trabajos, de nuestros viajes juntos y le hablaría de recuerdos, de lo feliz que me hacía sentir y de lo especial que estaba siendo para mí. Le relataría nuestras primeras vacaciones juntos o la ilusión por nuestra primera casa y de cómo salimos adelante con todos aquellos inconvenientes que nos iban surgiendo y como los íbamos superando apoyándonos el uno en el otro. Les escribiría versos y me inventaría alguna poesía. Le describía aquellos maravillosos momentos íntimos y lo mucho que me hacía disfrutar y lo bien que lo pasábamos, cuando al levantarnos nos tomábamos el desayuno en la cama y lo bien que me hacía sentir a cada momento.

Paso a paso iba describiendo todos mis sentimientos hacia ella y la admiración que cada día más le sentía, lo tremendamente feliz que me hacía y las ganas que siempre tenía de verla, de hablar con ella, de encontrarme con ella, lo maravillosa que me parecía y la tremenda suerte que tuve al haberla encontrado.

La carta, ya era muy grande, pero no por las palabras que contenía sino por las cosas que contaba y lo que significaban, a fin y al cabo, las palabras solo eran excusas para dibujar realmente lo que se pretendía con ellas, su respuesta.

Durante mi vida he conocido a muchas personas, pero jamás me atreví a entregarle a ninguna mi carta. Un día conocí a una persona, y por fin me decidí a entregársela. Habíamos quedado y esa noche estaba decidido a entregársela porque había creído que ella era la persona a quien le había estado escribiendo toda mi vida. En ella ví todo el contenido de los sentimientos y los deseos de mi carta. Cuando me disponía a sacarla de mi bolsillo, me dijo que teníamos que hablar, que necesitaba marcharse y emprender un nuevo viaje. Recuerdo que con mis manos la apretujé todo lo que pude haciendo una bolita de papel con ella, al final ni se enteró, me la volví a guardar apretujada y corroída por la rabia de ese momento.

En ese momento algo me despertó. Había sido una jornada agotadora y me había quedado profundamente dormido. Miré el teléfono, había un mensaje de ella que me decía, “durmiendo supongo”. Le contesté, pero ya era muy tarde. Recuerdo que me levanté con dolor de cabeza y apenas recordaba de manera difusa algo así como que la carta de amor más bonita del mundo, jamás había sido leída.

Ni escrita. No existía. Solo había sido un sueño.

lunes, 20 de junio de 2011

IRREVERSIBLE REALIDAD

“Viste la irreversible realidad.
Nunca te pareció tan cristalina.
De repente, todo vuelve a ser oscuridad.
Ya has muerto en tu mundo.
No desesperes.
Te queda el consuelo de vivir en el de los demás.”


Hace algunos años, una amiga me regaló un libro, y en él, en la primera hoja me escribió esta dedicatoria.  Pocos años después, esta amiga murió,  apenas tenía treinta años. Esas palabras siempre permanecieron en mi memoria y he tenido que echar mano de ellas durante muchas veces a lo largo de mi vida. Hoy he vuelto a coger el libro de la estantería, y lo primero que he visto ha sido su dedicatoria. El libro empieza con el siguiente texto de Lewis Carroll: “ Así se hizo la historia del país de las maravillas:  así, lentamente, uno a uno, fueron forjándose sus extraños sucesos y ahora la historia está hecha…”.

Me he acordado de la irreversible realidad, de la claridad con que vemos a veces las cosas después que nos han sucedido, de las innumerables dudas e indecisiones que he  tenido a lo largo de mi vida, de las maravillosas experiencias vividas y de la cantidad de errores que habré cometido. Posiblemente la suma de todos esos errores, experiencias, dudas,  una a una,  me tengan a mí como resultado. Posiblemente, detrás de cada error o experiencia,  en algún momento  me haya  encontrado leyendo de nuevo las palabras que me dedicó mi amiga. Me animaba a la esperanza, me decía que aunque una parte de mí  en ese momento estuviese muerta, aunque me encontrase desanimado o me sintiese culpable,  aunque todo pareciese oscuridad,  que siguiese hacia delante,   ya que la realidad era irreversible y no tenía marcha atrás.

 De todo aprendí, pero no lo suficiente como para no volver a caer en nuevos errores. Creo que no existiría sin mis propios errores y que jamás me reconocería sin ellos, de la misma forma que no existiría sin mis vivencias o experiencias. No es consuelo, porque a veces con esos errores hacemos mucho daño a personas que queremos, daño también a veces irreversible como la misma realidad. No es consuelo, porque muchos de esos errores a veces han  sido originados por mi propio egoísmo sin tener en cuenta el mundo de los demás. No es consuelo, porque todas las vivencias también me enseñaron a cometer menos cada día y a disfrutar más  de las nuevas experiencias y de los demás.
  
A veces, nos damos cuenta tarde, cuando ya no es posible revertirlo, aprendemos de ellos una y otra vez, pero seguiremos cayendo.  Porque tenemos que caer y no es consuelo, es parte de nuestra imperfección, en la esperanza de no volver a caer radica la búsqueda de nuestra propia felicidad y de la de los demás,  de la misma forma que sumamos experiencias bonitas y forjamos nuestro carácter para no volver a cometerlos.  A veces, las lecciones son tan duras que nos marcan de por vida, y a veces, las experiencias tan intensas que jamás se podrían olvidar,  pero no podemos parar,  tenemos que seguir.  Porque en realidad vivimos en el mundo de los demás.

La realidad puede ser cristalina, o puede ser oscuridad,  podemos morir en nuestro mundo como muchas veces  o podremos siempre  vivir en el de los demás. De páginas enteras podríamos rellenar el libro de nuestra vida, no nos hartaremos de leer  y de escribir nuestra historia y al final de todo, en el último capítulo  cuando nos hayamos conocido mejor y hayamos aprendido de nuestros errores y disfrutado de nuestras experiencias habremos descrito el país de las maravillas. Porque nuestra realidad también habrá sido la de los demás.

viernes, 17 de junio de 2011

DIECINUEVE MINUTOS


   
   Me imagino despierto y mirando hacia el techo,  dándole vueltas a la cabeza y sin poder dormir,   me veo pensativo con miles de preguntas rondándome la cabeza e intentando ordenar un poco mis ideas, pensando que tal vez estaría pasando la película del  día o intentando  adivinar la del día siguiente, haciendo cálculos y programando la manera de pasarlo más aprisa, como planeando ganarle la batalla a éste tiempo que se nos hace eterno.

Entremezclar momentos y recuerdos con nuestra realidad más inmediata, o caminar a empujones  saltándome toda lógica cronológica, es una lucha contra el tiempo, la necesidad de imprimir más velocidad a todo que me permita poner tierra por medio entre lo inmediato y los recuerdos más recientes vividos. No  tengo fácil el calendario porque no se cuenta por días, sino por minutos, quiero pasar las hojas de manera urgente y eso me ralentiza aún más las horas.  Intentando huir, salir corriendo, pero algo frena mi propia contradicción preguntándome  porqué nos tiene que tocar a veces esta locura de carrera.

Aliarse con nuestros silencios pensando que nos ayudarán a soportarla mejor y nos desgarramos el alma intentando evitarlos para poder respirar y sonreir de vez en cuando. Es el sinsentido de nuestras dudas, que hacer o no hacer, que será lo mejor o que será lo peor, lo conveniente o lo inconveniente, lo correcto o lo incorrecto, me pregunto el porqué de esta situación  impertinente que nos impide marcar un número cuando lo estamos deseando.

Que clase de promesa parece que hemos imaginado que nos tienta cada minuto a incumplirla, nos sentimos héroes viendo pasar las agujas del reloj mientras lloramos nuestra cobardía lamentando nuestra postura, qué nos impide romper con todo lo dicho o lo pensado, lo imaginado o lo deseado, de que material estamos hechos cuando somos incapaces de entendernos a nosotros mismos y caemos en nuestras propias indecisiones, nos ponemos nuestras propias trampas y nos  enredamos en ellas para demostrarnos lo complejos que a veces podemos llegar a ser.

Me imagino despierto, con la vista en el techo, mirando pasar el tiempo y pensando en que estaré haciendo allí en ese momento dándole vueltas y vueltas a la cabeza intentando comprender algo que no tiene comprensión, me pregunto que estoy haciendo y si alguien no estará haciendo lo mismo que yo, que clase de tiempo es ese que nos condena y nos impide luchar contra él, nos atenaza y nos paraliza castigándonos con su ignorancia más absoluta. Porqué me veo continuamente mirando el reloj e imaginando cosas que podría estar haciendo en ese momento, o tal vez pensando las cosas que otra persona pudiese estar haciendo al igual que yo, porqué no dejo de mirar al móvil una y otra vez como esperando que la pantalla se ilumine y de nuevo volver a empezar, que clase de sueño estoy teniendo hoy que me impide dormir como un día cualquiera.

No lo soporto y me vuelvo a vestir, la madrugada cae sobre mis cansados ojos y sobre mi retina una simple palabra, un simple deseo, el último, que como un destello de esperanza apareció mientras lo esperaba, solo dos palabras, que tan poca cosa para la ansiedad de tan larga espera, me pregunto si acaso esperaba algo más, no lo sé me respondo volviendo a leer de nuevo esas dos palabras, apenas dicen nada pero que importancia tienen. Me llevan hacia un sentimiento unido en ese momento y compartido en la distancia y en el tiempo, como esa necesidad de saber que estás ahí, tan lejos y tan cerca compartiendo un mismo pensamiento.

Le respondo que la quiero y de nuevo el silencio deja caer su espada  sobre mi espalda dejándome a su merced. Que larga noche me espera pienso mientras la imagino dormir, yo no puedo.  Miro de nuevo para ver si hay contestación, algo que me abrigue algún tipo de esperanza  o que me permita dormir en paz, pero la luz seguía apagada. Me fui a tomar el aire, paseé en la madrugada y compartí  mi silencio con las estrellas, me senté en un banco viejo de madera frente al mar y me fijé en los mástiles de los veleros que tranquilos se balanceaban mientras  dormían, pensé en las estrellas, la luna nos acompañaba…  pero allí tampoco podía quitármela de la cabeza.

MALAS COMPAÑÍAS



Hoy estoy con Desidia, Hastío y Desgana. Son una pandilla de indeseables. No os recomiendo su compañía.

Se lo he comentado a un amigo y me dice que de Desidia y Desgana ha oído hablar bastante mal, pero que Hastío suele tener como una pose aristocrática que no le disgusta. No sé...

Desidia... sí. Es una que se me ha pegado y que no puedo deshacerme de ella. Es pesada hasta la saciedad. Se apoya en mi todo el rato y no me deja moverme. Creo que me está pegando su indolencia...Me importa todo un comino, me da igual si voy o vengo, estoy por que tengo que estar, por inercia. La galbana se ha apoderado de mi y me siento completamente indolente. Todo me da pereza y no me apetece nada. Floto. Todas mis contestaciones son iguales: “Bueno... Me da igual...”

Desgana... sí, también ella quiere hacerme compañía hoy y se ha acoplado a mi lado. Así que por su culpa, cualquier cosa la hago porque no tengo más remedio, porque apetecerme no me apetece nada. He perdido hasta las ganas de comer. Desgana, sí. No me apetece ni escribir y supongo que se nota el desinterés. Me gustaría poderle dar esquinazo, porque además va mal vestida y dudo que se haya duchado, pero mucho me temo que no va a ser posible, porque ha llamado a su hermano Tedio y se están haciendo fuertes a mi lado.

Y Hastío... el aristócrata! Ya... Bueno... Es un poco empalagoso y me da la lata hasta la saturación. No dice más que estupideces... estoy cansada de él. Lo único que me apetece es estar tirada o bueno, por aquello del toque aristocrático, reclinada sobre el sofá esperando a que se le ocurra irse por fin.

No se si el calor y el principio del verano tienen algo que ver o si lo que tengo es un bajón que necesitaba tener y no tuve. Puede que todo sea lógico, pero me da miedo. No me gustaría dejarme llevar por la situación y acomodarme en este estado de laxitud...

Y me temo que Tristeza está escondida detrás de las cortinas...

Qué pereza me da todo...

jueves, 16 de junio de 2011

TERCER DIA

Me levanté con las primeras luces que entraron por mi ventana y con ese dolor de cabeza que tanto cariño me ha cogido y que creo que ya es incapaz de dejarme...

El día amaneció gris, con amenaza de tormentas.

No fue un buen día... no lo fue. Fue de esos días en los que mejor me hubiera quedado en la cama cuando sonó el despertador.

Por si lo de las tormentas no hubiera bastado, se rompió la radio de mi coche, los limpias no funcionaban correctamente, la carretera estaba llena de baches y de barro, me salió al encuentro un autoestopista borracho y lisiado que se abalanzó sobre mi coche y casi me hace perder el control y estrellarme contra un árbol, todos los bares de carretera que me encontraba estaban cerrados, y a cambio encontré atascos, mi móvil no sonaba cuando quería que sonase y sí lo hacía cuando prefería que estuviese en silencio....


Yo me sentía extraña, porque me di cuenta de que las desgracias me estaban aliviando. Eran como pequeños o grandes paréntesis en mi cabeza. Me mantenían ocupada y mantenían alerta mi mente. Fue un día extraño y especialmente duro, pero me alivió tener que pensar en otras cosas.De todas formas tanto caos a mi alrededor hizo que me olvidase por unas horas del sentido de mi viaje. No podía pensar más que en que ya no podría oír música, en que debía centrarme en arreglar mi coche si quería continuar, en que lo que sucedía cerca de mi me estaba poniendo a prueba sin yo poder hacer nada por evitarlo. No pensaba, sólo pasaba pruebas una detrás de otra sin pensar. No tenía tiempo.

Las pequeñas o grandes desgracias se habían alineado delante de mi formando un gran eclipse que lo oscureció todo. Putoeclipse!

Sólo quería que terminase el día, pero el día se empeñaba en no terminar y en seguir mandándome una prueba tras otra.

Cuando por fin anocheció me di cuenta de que el tiempo había pasado muy rápido, que todas esas horas en las que parecía que era incapaz de avanzar ya formaban parte del pasado, estaban atrás, y aunque muchas de las “catastróficas desdichas” había sido incapaz de solucionarlas, me encontraba bien porque por lo menos había sido capaz de hacerles frente.


Había pasado un día de preocupación, nervios, rabia, tristeza, melancolía, impotencia... Necesitaba soltar todo el lastre acumulado a lo largo del día y sólo se me ocurrió una forma de hacerlo: acercarme al puerto.

Cuando llegué, me senté en el muelle con los pies colgando sobre el agua, respiré hondo y empecé a mirar los mástiles de los veleros balancearse. No sé qué tiene el Mar... pero conseguí ir a dormir con una sonrisa.

Hoy no me duele la cabeza.

miércoles, 15 de junio de 2011

CAMINOS



 Hay algo peor que quedarse en medio de un cruce de caminos sin saber cual dirección es la correcta que tienes que tomar, y no es sino el saber que de todos los caminos posibles ninguno llega a ninguna parte, es cuando dudas si permanecer quieto en medio de ese cruce o coger el que sea que sabes no te llevará a ningún sitio. Me preguntaba a veces porqué tenía que elegir alguno, o porqué debía permanecer inmóvil.

Elegí uno un día, hace unos cuántos meses  y tampoco sabía si llegaría a alguna parte, pero esa fue mi decisión, y empecé a recorrerlo, al principio lentamente, despacio, después quizás un poco más deprisa.  Conforme avanzaban los días más seguro estaba  de  que aquel  había sido el correcto, de que no me había equivocado. Empecé a disfrutar caminando, y jamás me importó hacia donde me llevaría, solo vivía el día a día, disfrutando paso tras paso. Nunca me paré a pensar si aquel camino tendría o no final, o si me llevaría a algún sitio concreto,  lo que duraría o de la forma que lo recorrería.

A veces, me preguntaba, que porqué no tendría que ser igual que los demás, aquellos que cuando cogen una dirección saben perfectamente donde  conduce o hacia que meta les llevaría. Pero recuerdo que estaba disfrutando tanto del camino elegido que hubo momentos que deseé  que jamás  acabase, soñaba con seguir andando ese camino todos los días, no quería que ese camino tuviese como todos algún final.

Muchas veces recordaba su principio, y lo he revivido como una de las cosas más maravillosas que me habían sucedido jamás, el coger aquel camino me cambió la vida. Tuve dudas, muchas, a la hora de cogerlo, pero confiaba en que aquel  fuese  el verdadero que debía tomar, y nada más empezar a caminar me percaté de que no me había equivocado.

A lo largo de mi caminar me he encontrado muchas trampas y obstáculos, muchas emboscadas, he tenido malos tiempos  y malos momentos, incluso muchos días de lluvia;  También he tenido días agradables de sol y luz, he reído bajo la luna,  he caminado bajo las estrellas por la noche, y me ha resultado a veces fácil y ameno de andar.  En los malos momentos, aprendí  a apreciarlo y a quererlo, aprendí del esfuerzo que suponía el andar cada día y recorrer sus pasos, a veces en condiciones adversas y difíciles,  aprendí  a salvar todos esos obstáculos que se me presentaban y a valorarlo más. En los buenos momentos, aprendí a disfrutar de él,  comprendí todo el placer y la ilusión que suponía recorrerlo y entendí la forma de admirar su inigualable belleza.

 Le coges cariño, lo haces como tuyo, te acostumbras a vivir en él y a recorrerlo cada día, lo cuidas, lo respetas, lo mimas hasta que terminas por llegar a amarlo como si fuese algo tuyo. Yo elegí aquel camino, y parece que aquel camino me eligió a mí. Y sigo en él a pesar de todo, no sé donde me llevará, ni siquiera sé cuánto durará o cuando terminará, a veces el final del trayecto no lo elegimos nosotros sino que las circunstancias de la misma vida que en su día te brindó la oportunidad de cogerlo es la que te dice hasta aquí has llegado.

 Pero mientras tanto, yo sigo adelante. Me costó mucho cogerlo y elegirlo, incluso dejé muchas cosas importantes de mi vida atrás, apenas llevaba equipaje cuando lo cogí, no cargué libros, ni maletas ni nada porque llevaba a mi lado todo lo que necesitaba;  tuve muchísima suerte porque también pude haberme equivocado como tantas veces pasa, o quizás pude haberme parado ya ante tantas adversidades y haberme apeado de él, si, claro que sí, también podía haber dado marcha atrás,  haber elegido otros o simplemente haber renunciado a seguir andando.

 Pero creo en él, confío en él. Y no me importa hacia donde me lleve o lo que dure,  ni me importa si llueve o hace sol, quiero seguirlo porque soy feliz en él.

SEGUNDO DIA


Anoche, cansada de tanta lluvia, paré a dormir. Tenía los ojos enrojecidos por el cansancio y el sueño, y me dolía todo el cuerpo. Había estado todo el día conduciendo bajo la lluvia, pensando, recordando, intentando tomar decisiones. Me dolía la cabeza. Necesitaba parar un poco.

Los nervios del comienzo del viaje empezaban a desaparecer, pero la tensión había hecho mella en mi alma y en mi cuerpo.

Seguía sin saber a dónde me dirigía. Había estado pensando en tomar varios caminos que había visto o había creído ver, pues la insistente lluvia no me mostraba con claridad el camino. Era una lluvia espesa, densa, pesada, continua, que volvía la luz de un color gris plomizo.

Al final del día estaba cansada, muy cansada. Me tumbé en la cama con la esperanza de poder descansar un poco, pero aunque mi cuerpo lo agradeció, mi mente seguía ocupada buscando un destino.

Mi suerte estaba echada, no podía volver atrás, pero los recuerdos a veces gastan malas pasadas y aunque no quería, no tenía fuerzas para luchar contra las imágenes que volvían a mi retina. Una tras otra, esas imágenes iban apareciendo, haciéndome recordar, y preguntándome por qué me había ido.

No había reproches, no había tristeza, no había soledad, ni malas pasadas, ni palabras inconvenientes, ni traiciones o engaños... Por qué entonces había salido huyendo? Por qué había necesitado irme? No sabía si tenía dudas, si empezaba a arrepentirme nada más empezar mi viaje.

Miré mi mesilla de noche. El móvil estaba allí, sin señales de nada, inerte, completamente negro... Fue entonces cuando mandé aquel mensaje. Necesitaba saber algo, lo que fuese... una mínima prueba de que lo que había dejado atrás seguía en su sitio, en orden. La idea de haberme marchado casi sin despedirme, por sorpresa, arrancándome de un lugar seguro para adentrarme en esta especie de sinsentido hacía que los remordimientos y la tristeza no me dejasen descansar.

La respuesta que recibí no fue tranquilizadora al principio, las cosas no estaban bien y yo tampoco lo estaba. Rompí a llorar. Estaba sola por fin, como deseaba, y entonces... por qué lloraba? Por qué había estado todo el día confundiendo mis lágrimas con la lluvia?

Tenía miedo, pero vi el saco pequeñito, ese que llevaba en el bolsillo y casi sin querer, sonreí. Me tranquilizó mirar aquel saquito. Eran las doce de la noche y mirándolo, me dormí.

He despertado con la primera luz que ha entrado por la ventana. Mi dolor de cabeza sigue ahí.

Hoy el día ha amanecido gris. La lluvia no es constante, son tormentas. Deja de llover y al rato, sin motivo aparente las nubes vuelven a descargar con rabia. Sigo con mi viaje, tengo que seguir.

martes, 14 de junio de 2011

PRIMER DIA


Abro el altillo de mi armario y ahí está, enorme y azul, esperándome. Siempre espera y nunca sabe lo que le espera.

La bajo con esfuerzo porque aunque está vacía, pesa, pesa igual que pesa el vacío. La observo e intento sonreír. Ella siempre sonríe porque mantiene la esperanza de un viaje a mejor. Está un poco vieja, su azul parece que tiene una fina capa mate que le quita el brillo de cuando la compré. Tiene algún que otro arañazo, y observo que alguno es profundo... algunos viajes son casi peligrosos. Todavía lleva colgando las etiquetas de facturación del último viaje. Las quito. No sé por qué no las quité antes. Todavía tengo recuerdos de aquel último viaje, pero este es nuevo y aunque la maleta es la misma, el destino espero que sea diferente.
Siempre se engancha el cierre y el código de seguridad no funciona, pero acaba por abrirse y espera mi equipaje. En realidad no sé qué meter. No sé cuánto durará el viaje ni por dónde pasaré. No sé si lloverá o si hará buen tiempo. Supongo que lo mejor será meter cuatro cosas e improvisar sobre la marcha.
La mayoría de las veces abro ese altillo emocionada, con un poco de nervios e ilusión. Aunque sepas dónde vas nunca sabes exactamente con qué te vas a encontrar. Y esta vez no sé dónde voy, así que debería estar doblemente emocionada, pero… es curioso, no lo estoy. Estoy haciendo la maleta, con el armario abierto y toda la ropa revuelta. Estoy cansada de viajar, casi tan cansada como mi maleta, pero este viaje lo hago por necesidad.

Meteré algunos libros, música, alguna cena con amigos, sol, arena de playa y poco más. No quiero olvidar un saco pequeñito, pequeñito, lleno de amor que es muy importante para mi. No sé dónde meterlo. En la maleta no, no me la vayan a extraviar y no querría perder ese saquito por nada del mundo. Lo meteré en el bolso, o mejor en uno de mis bolsillos, así lo notaré cerca de mi siempre.
Creo que llevo todo lo que quiero llevarme.

Cierro mi maleta. Es ligera. Los recuerdos no pesan, o eso dicen.
Salgo por la puerta, cargo la maleta en el coche y arranco el motor. No sé dónde ir... Dejo demasiadas cosas atrás, pero tampoco podría cargar con todas... no podría irme si lo hiciera. Pongo la música a toda pastilla porque no quiero oír las voces que me piden que me quede, y aprieto el acelerador. Y me quedo a solas conmigo. Respiro y miro hacia el frente...
----------------------------
Llueve mucho durante este primer día de viaje. No para de llover. Esta mañana he visto un pequeño rayo de sol y he sonreído. Pero no para de llover. Tengo que seguir adelante... y esto tiene pinta de no parar en mucho tiempo.

HOY NO ME ATREVO


 
    Hoy te tengo miedo. Te miro y deseo escribirte mil cosas, me desafías y te me presentas así, desnudo, en blanco, para que te vista de palabras o de cosas. Te gusta que te acaricie con mis dedos, y cada tecla que te roza la atrapas y te la quieres quedar para ti. Me miras con expectación mientras sonríes, sé que me estás esperando como cada día, pero hoy no me atrevo mucho, te tengo mucho miedo.
  
Me conoces bien, y sabes como pienso, por eso hoy estás inquieto, deseoso de que te llene de frases o pensamientos, de palabras. Pero hoy no me atrevo mucho, estoy cobarde. Me miras y ni te mueves, suplicas mis versos  y clamas por mis letras, me metes prisa y yo dudo mucho hoy. No me atrevo contigo.

Sabes que me siento solo, por eso estás aquí. Cuando me siento así, siempre me buscas porque sabes que me tienes, que siempre voy a tu encuentro y me desahogo contigo, te vistes de gala con tu mejor blanco y me esperas, hoy llevas bastante rato esperándome, lo sé, porque me conoces bien. Pero es que te tengo mucho miedo.

Hoy te hablaría de amor, de mentiras o verdades, de frio y  de soledades, te llenaría de recuerdos y de besos, te colmaría de deseos, te contaría mis miedos, me desnudaría ante ti como sé que te gusta y te llenaría enseguida con miles de letras, de pensamientos o de dudas. Sé que disfrutarías conmigo, pero no me atrevo. Mi tristeza es tu alegría porque me conoces bien, y abusas de tu compañía. Sabes que la necesito y te necesito, pero no me atrevo.

Me esperas pero no sé si hacerlo, te tengo miedo. Quiero descargarte un sueño y olvidarme del tiempo, quiero plagarte de risas o de llantos, de canciones, de amores y desamores, de horas y de silencios, quiero vestirte de luz, pegarte la foto de una estrella y empaparte de mar, quiero acostarme a tu lado y soñar contigo, hablar contigo, llorar contigo. Pero no me atrevo.

Sin embargo estoy aquí, te miro y sonrío, seduces mis manos que sin querer te acarician poco  a poco, quizás me recuerdes a alguien a quien  espero, y mientras llega me consuelo contigo. Es lo que te gusta, porque me conoces bien.  Pero también te hablaría de ella, y de sus ojos, y te contaría mil cosas bonitas, y te impregnaría de su olor, y te la dibujaría con trazos perfectos y te emborracharía de ella, te la describiría y te contaría millones de cosas, pero no me atrevo.

Hoy no quiero compartirte nada, quiero cerrar los ojos y pensar, descansar de ti, quiero quedarme con todo y soñar, quiero beberme tu espacio y que te quedes esperando, hoy solo es para mí. No puedo decirte nada, no me sale nada, no me atrevo, estoy cobarde y tengo miedo. Hoy te tengo miedo. Miedo a que descubras mis tristezas, a que desnudes mis sueños, miedo a sacar mi miedo, a descubrir mi angustia. Por eso no me atrevo.

No sé porqué me miras, y me miras con miedo,  porqué te callas, no me dices nada, porque te paras, hoy no te escribiré, te tengo miedo. Te miro parado, sé que me esperas, pero no me atrevo. Mis palabras hoy no te gustarían, no te embellecerían, saldrían tristes, cansadas, no las esperes, hoy me las guardaré para mí. Pasa tu hoja, hoy no te necesito, prefiero estar solo, hoy no te quiero escribir.