viernes, 21 de diciembre de 2012

LA BELLEZA PASA DESAPERCIBIDA


Un hombre se sentó en una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante unos 45 minutos. Durante ese tiempo, ya que era hora punta, se calcula que 1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al trabajo.

  Tres minutos pasaron, y un hombre de mediana edad de dio cuenta de que había un músico tocando. Disminuyó el paso y se detuvo por unos segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.

  Un minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar de propina: una mujer arrojó el dinero en la caja y sin parar,  siguió caminando.

  Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escucharlo, pero el hombre miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es evidente que se le hizo tarde para el trabajo.

  El que puso mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre le empuja fuerte, y el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue repetida por varios otros niños. Todos sus padres, sin excepción, los forzaron a seguir adelante.

  En los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y permanecieron por un tiempo. Alrededor de 20 le dieron dinero, pero siguió caminando a su ritmo normal. Se recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y el silencio se hizo cargo, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún reconocimiento.

  Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Él había interpretado sólo una de las piezas más complejas jamás escritas con un violín Stradivarius  de 3,5 millones de dólares.

  Dos días antes de su forma de tocar en el metro, Joshua Bell llenó un teatro en Boston donde las butacas costaban una media de 100 dólares.

Esta es una historia real. Joshua Bell tocando de incógnito en la estación de metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente. Las líneas generales fueron los siguientes: en un entorno común a una hora inapropiada: ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?

 Una de las posibles conclusiones de esta experiencia podrían ser:

 Si no tenemos un momento para detenernos y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos estaríamos perdiendo?

martes, 4 de diciembre de 2012

"LA TRAGEDIA DE LO MONSTRUOSO"

La espeluznante noche de Halloween se convirtió en tragedia real. Nada más salir del metro y comenzar a bajar hacia el Madrid Arena ya comenzaban a concentrarse masas de personas. La gente bebía en los aparcamientos creando su propia mini rave con su música. Eran las once y media de una noche que dejaría muchas sorpresas. Ingenua, miraba a mi alrededor y me decía: “es imposible que entremos los que estamos aquí, imposible”. La gente revendía entradas y eran capaces de comprarlas por precios bastante más elevados al original solo por escuchar a Steve Aoki. La noche prometía sorpresas, pero nadie auguró que fuesen tan amargas.

    Sobre la una menos diez mis amigos y yo decidimos a entrar. Primero entraron unos cuantos a los que sí pidieron DNI y luego los otros, y no nos lo pidieron: -“Entrada”, dijo el encargado. -“¿Te damos el DNI?”, preguntó una amiga. -“No es necesario”, contestó. Independientemente de si pudiese ser o no menor de edad. Sonaban los primeros DJ. Las gradas de arriba estaban semivacías y en la pista había espacio para bailar cómodamente. De vez en cuando se formaba algún pequeño pogo, pero en poco tiempo se disolvía. Según se acercaban las tres de la mañana y el turno del DJ estrella, Steve Aoki, comenzaba a armarse revuelo entre los asistentes. La gente comenzaba a empujar intentando avanzar hacia filas próximas al escenario. El calor era intenso. De vez en cuando una ráfaga de aire fresco azotaba la pista y era recibida con alegría.

    En esos instantes, mirases donde mirases, solo se veía personas en poco espacio. La pista estaba hasta arriba y las gradas primera y segunda, completas. No cabía nadie más. Había estado más veces en ese recinto viendo espectáculos pero nunca algo así. El penúltimo DJ dio paso a minutos de silencio. El momento de Aoki se acercaba. La adrenalina comenzaba a subir. No tenías espacio. No podías moverte de donde estuvieses. Avanzar hacia adelante era una locura y retroceder un camino peligroso e inviable, no sabías hasta dónde podrías llegar. En esos instantes un fuerte empujón nos sacudió y se formó un río de caídos. Sujetaba a mis amigas como podía y las ayudaba a levantarse mientras hacía equilibrios para no caerme. Poco a poco nos conseguimos poner en pie.

   La locura llegó cuando Aoki salió. La gente comenzó a saltar y a bailar. Carecíamos de espacio mínimo. Y según transcurría la actuación la gente intentaba moverse hacia el escenario. No podía con tanto agobio. Me comenzaron a temblar las piernas, a saltar las lágrimas. Necesitaba salir. Pero ¿cómo? No podía moverme en ninguna dirección. Mis amigos hicieron corro para evitar que la muchedumbre me agobiase más de lo que estaba mientras me intentaban tranquilizar. Mi único pensamiento era: “Necesito salir. Tengo que salir de aquí. ¿Cómo puedo salir?”, y a la vez ya imaginaba que me iban a  aplastar. Me ponía en lo peor. Sentí pánico.

   Poco a poco nos fuimos dispersando. Cada uno se fue buscando un hueco mejor en el que estar. Como parte de la animación, el Dj tiró una barca hinchable sobre el público y alguien se subió. A continuación optó por algo más grande, una cama hinchable de matrimonio. Dos chicas subieron y aguantaron un tiempo. Era lo que mi vista alcanzaba a apreciar. Una locura. No teníamos casi espacio y me costaba coger aire como para que encima pasase sobre mi cabeza una barca o una cama con gente sobre ella… Mi agobio aumentaba y cada vez iba retrocediendo posiciones.

   La gente fumaba. Independientemente de que fuese espacio sin humo, encender una colilla era arriesgado. Intentaban fumar con el cigarrillo en alto para evitar quemar. Pero en tan poco espacio era tarea complicada. Veía las colillas encendidas peligrar cerca de la cara mis amigos. A alguien le iba a tocar y, en efecto, le tocó a una amiga con una pequeña quemadura en el brazo. Había que andarse con cuidado. A parte, el suelo era un campo de basura: restos de disfraces, pelucas, zapatos, diademas, sudaderas… ¡Hasta pilas!

   Eran las cinco menos veinte y la sed era inaguantable. El resto del grupito que quedaba visible decidimos ir a los baños a beber agua. Estábamos en la pista. Intentamos salir por la puerta central. Había dos agentes de seguridad que nos mandaron hacia la puerta de la derecha (de espaldas al escenario). Detrás de los agentes había un pasillo vacío y al final los baños. Nos movimos como pudimos hasta por fin poder salir. Gracias a Dios, a pesar de las condiciones en las que se encontraban pudimos beber agua y sentarnos a esperar que fuesen las cinco y media, hora a la que habíamos quedado con el resto de amigos en la entrada. Ya había sucedido el acontecimiento de la bengala o el petardo, pero sinceramente nosotros desde la pista no oímos nada.

   Un agente de seguridad fumaba en las escaleras. Todo parecía estar en relativa calma acorde con el momento. Comenzamos a agruparnos donde habíamos quedado y a relatarnos los rumores. Amigos vinieron duchados en champagne por Aoki y contando que había tirado una tarta a una chica del público. Anécdotas nada relevantes. Hasta que de repente nos llegó la noticia. Había fallecido una chica. Era creíble, pero a la vez, ingenuos, pensamos que solo se habría desmayado. Más bien no queríamos creerlo. Demasiado atroz para ser real. La siguiente noticia es que no había sido una víctima, sino cuatro. Nuestro nivel de escepticismo aumentó. Demasiado duro para ser cierto.

   Poco a poco nos fuimos organizando para irnos. Buscamos como locos noticias sobre lo acaecido aquella monstruosa noche de Halloween. En mi pensamiento estaban mis amigas. Daba gracias porque estaban bien. Jamás me hubiese perdonado que les pasase algo y me acordaba de los horribles momentos de angustia que pasé en la pista. Ahora pienso, ¿de quién es la responsabilidad de estos fatídicos acontecimientos? Todos vimos la gran cantidad de gente que había. No creo que solo hubiese 9.600 personas. No sé cuántas estaríamos, pero había gente de más. Mientras unos habrán conseguido una considerable suma de dinero hay familias que jamás podrán volver a ver sus hijos, hermanos, nietos, sobrinos o amigos. ¿Quién arregla eso? Ningún padre se acuesta tranquilo cuando su hijo sale, pero todos esperan levantarse y verles en casa, durmiendo, no que les despierte una llamada que pondrá final a la vida que han conocido hasta esos días.

   Estos hechos afectan a todos. Aunque no conociese a las víctimas, me importan. Podrían haber sido algún ser querido o nosotros mismos. Todos fuimos testigos de las negligencias, todavía supuestas. Nadie va a devolver a esas chicas la vida ni les va a quitar el sufrimiento a sus familiares, pero hay que reclamar a los responsables para que nunca vuelva a suceder. Halloween, una de las noches más “monstruosas” esperadas por los jóvenes, se ha convertido en la más dura y trágica que hemos tenido que vivir en Madrid. Una fecha que jamás se olvidará y unos acontecimientos por los que se deberá investigar a los responsables. La verdadera realidad del miedo y el dolor  es más humana que cualquier terrorífico disfraz.

Patricia Berbell