viernes, 13 de enero de 2012

EL TERCER PODER

    Alguien me dijo una vez que el estado de derecho se sustenta bajo los pilares de tres poderes, pero uno de ellos nunca podría tener la importancia que tienen los otros dos, aunque imprescindible para el perfecto funcionamiento dos de ellos emanan de la voluntad popular mientras el tercer poder no emana de ella. Nos han enseñado desde siempre a tener el deber de creer en la justicia y hoy es uno de esos días en que uno se pregunta porqué…. Es de esos días en que piensas si el deber de creer en la justicia no estuviese siendo utilizado con cierta impunidad por quienes precisamente deberían hacer valer esa misma creencia que por otra parte necesitamos.

Todos necesitamos creer, pero no a cualquier precio. Yo necesito creer, pero también necesito que al mismo tiempo me crean como ciudadano libre que soy, y no puedo extender con mis derechos  ningún cheque al portador para que sea ninguneado en nombre de la justicia por  muy necesitada que estemos de ella. No podemos circular a distintas velocidades quien administra el estado de derecho y los administrados, no puedo como sociedad a la que pertenezco ir por detrás de quien se supone vela porque esta sociedad funcione.

Me  niego a que la impunidad se haya establecido en ciertos órdenes de manera caprichosa y que en nombre de no sé qué estado de derecho campe a sus anchas por en medio de él haciendo caso omiso a quienes de verdad lo mantienen en pié. No podemos ir la sociedad por un lado distinto a quienes nos administran y se creen ejecutores de la verdad más absoluta. Esa no es mi justicia, no al menos en la que yo creo o me enseñaron a creer.

Un juez, un fiscal, un comisario de policía, unos jóvenes o unos padres de familia, al igual que un abogado, o un ministro, un vendedor de coches o un vendedor de pescado, que más da quien represente a quien y en nombre de quién, existe algo que se llama responsabilidad, sentido común, derechos,  libertades u obligaciones y que está muy por encima de cualquier sueldo que cualquiera se pudiese ganar por hacer de manera responsable su trabajo, pero hay una diferencia y es que muchos de ellos viven de los que les pagamos los demás a través de nuestros impuestos y a quien sostenemos en silencio para que precisamente velen por nuestra seguridad, nuestra justicia o nuestros derechos. Yo arriesgo mi dinero y arriesgo mi trabajo, y al igual que yo millones de ciudadanos, pero no otros que se valen del dinero o el trabajo de los demás para que en el nombre del estado representen aquello que nunca ningún ciudadano del estado habría  aprobado.

Si yo hago mi trabajo mal yo asumo mis responsabilidades y todo irá en mi perjuicio y en el de los mios, entiendo que forma parte de un riesgo que asumo y del que necesito esforzarme cada día para que eso no ocurra, pero yo actúo en mi nombre y siempre con mi dinero, no deberíamos permitir la trampa a la que a veces nos somete el estado en que para sustentarlo permite impunidades o irresponsabilidades en perjuicio precisamente de quienes le pagan, sin tener ni siquiera la opción de pagar sus malas praxis, irresponsabilidades, dejadez de funciones o simple y llanamente pura incompetencia porque viven amparados bajo la capa de la impunidad del estado que los sustenta.

Y la sentencia que se ha producido, se ha producido  porque alguien ha hecho mal su trabajo.  Y yo, como ciudadano libre que soy tengo todo el derecho del mundo a expresar mi opinión y a pedir desde mi libertad que quien haya hecho mal su trabajo deje de vivir de mis impuestos y caiga sobre él el mismo perjuicio que sobre mí caería cuando hago mal mi trabajo.

Detrás de una sentencia, siempre hay un trabajo y ese trabajo por lo visto se ha hecho mal.  Detrás de cada sentencia, siempre hay dolor, en este caso el dolor de una familia y ese dolor no puede equipararse jamás ni sostenerse bajo el mismo manto que una negligencia o una incompetencia, aunque todos estemos hablando de un estado de derecho.

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