miércoles, 26 de octubre de 2011

HORA CERO



No podía dormir. Caía la madrugada y sacó el coche del garaje. El silencio de la noche arrinconó sus prisas por un instante, pero no lo dudó. Se colocó el cinturón de seguridad y se dispuso a salir. Emprendió un extraño viaje. Repostó combustible hasta llenarlo. Puso la radio y comenzó a hacer kilómetros. Arreciaba el frío y la carretera estaba vacía. Solo la luna se dispuso a acompañarle.
Una emisora, y otra, otra más. Por fin, música suave de fondo. Un cigarrillo. Oscuridad a los lados y solo unos pocos de metros se iluminaban delante de él. Luces que parecían acercarse a lo lejos mientras seguía su marcha. Enlazó con la autovía. Camiones, algunos coches, silencio. 

Tras tres horas sin pensar paró en una estación de 24h. Había gente que como él, se encontraba viajando de noche. Les miraba y notaba el cansancio en sus rostros. Les observaba, y entendió que ellos sí sabían donde iban, de donde venían. Tenían prisa por llegar a su destino. Un café con leche. De nuevo en el coche.

Siguió su ruta. Su marcha a ninguna parte. De nuevo kilómetros y kilómetros por delante sin saber hacia donde dirigirse. No importaba. Una emisora, y otra, otra más. Un programa de llamadas anónimas donde la presentadora con voz angelical les escuchaba. Cada uno contaba sus problemas, se desahogaban, noté mucha soledad en la noche, mucha angustia y la necesidad de que alguien te escuchase. Historias tristes, de nostalgia, de recuerdos, pero sobre todo mucha soledad. Y compañía, también compañía.

Imaginaba quién iría en aquellos coches que adelantaba, o quien serían los que conducirían en aquellas horas, quizás gente trabajando,  gente que viene de algún largo viaje de negocios, o alguna pareja que regresa de su luna de miel, o gente a quien algún familiar se le ha puesto enfermo y han salido con prisas. Pensaba en ellos, y supuso que alguien estaría pensando lo mismo que él, que pensarían de él. El solo viajaba, no se dirigía a ninguna parte, solo iba hacia delante. Más kilómetros, una hora más. No tenía sueño. Apagó la radio y empezó a pensar.

A recordar. Pensó en otros tiempos, en cosas vividas, en historias de cuando era niño, en su etapa de juventud y recordaba nombres, algunos nombres de mujer con quien había compartido algo. Y pensó en su familia, en sus amigos, en toda la gente que conocía, y se los imaginó a todos en ese momento durmiendo en sus camas, a oscuras, soñando tal vez y esperando a que sonara el despertador para ir al colegio, o al trabajo, o simplemente a reanudar las tareas de la casa, pensó en todo y en nada. Se acordó de cosas, de detalles que recientemente le habían ocurrido, episodios de sus días, de su vida.

De nuevo otra estación. Un café con leche. Gente nueva, con caras de cansancio. Se lavó la cara. Se fumó otro cigarrillo, estuvo unos veinte minutos allí parado, sentado solo observando a la gente, saboreándolo, no tenía prisa, pero la noche se acababa, y seguía sin saber hacia donde se dirigía. De nuevo se montó en el coche, arrancó y se dispuso a salir a la carretera, pero invirtió el camino, eran casi las cinco de la madrugada. Y reemprendió el viaje de vuelta. Hacia su casa, hacia su cama. Siguió pensando en sus cosas, oyó música y contempló el paisaje conforme iba amaneciendo, siguió mirando las luces de los demás coches, volvía para casa.

Miró el reloj, no tenía prisa. De nuevo los mismos kilómetros, pero ahora, con las primeras luces del alba le puso imagen a su viaje de ida, todo eso lo había recorrido hace apenas unas horas, y ahora parecía tan distinto todo. Había vida, las primeras gentes de la mañana. Seguía haciendo frío. Una emisora, y otra, y otra más. Las primeras noticias del día, el tiempo. La carretera poco a poco se iba llenando de coches, el día de luz. Salida de la autovía, de regreso a casa. Una  ducha. Una cafetería donde tomar un nuevo café. De nuevo al trabajo, al trabajo de cada día. Un nuevo día.

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