Seis millones de parados, casi cuatrocientos mil
desahucios, setecientos cuarenta mil
millones de deuda, doce millones de
personas en riesgo de pobreza o exclusión social, doscientas treinta mil
empresas cerradas desde que comenzó la crisis,
un paro juvenil del cincuenta y tres por ciento o una tasa de emigración
en el último año de casi quinientas mil personas son razones más que poderosas
para hacer una huelga, en España, o en
el país que sea. La huelga no solo es un derecho reconocido en la Constitución
por todos los españoles sino que históricamente ha sido un medio legítimo fundamental de los ciudadanos
y de los trabajadores del mundo para la defensa, protección y promoción de sus
intereses económicos y sociales. Y no hay nada más importante en la vida para
una persona que su propio derecho a vivir de una manera justa, económica y
socialmente. Hablamos de derechos, y hablamos de libertades, hablamos de la
propia vida de las personas, del presente y el futuro de todo un país, en
definitiva de supervivencia.
Una huelga no debería
ser nunca un fracaso o un éxito, una cifra o una estadística de electricidad
consumida, una huelga siempre es el reflejo de una realidad. A mí no me importa
si ha sido oportuna o inoportuna, si ha sido política o económica, justa o injusta,
si quienes la han convocado han sido de izquierdas o de derechas, si ha sido aceptada o ha sido rechazada, lo
que verdaderamente me importa es que se ha producido, y se ha producido por
algo. No me importa si ayer la
secundaron más o menos empresas o si fue mayoritaria o minoritariamente seguida
por no sé cuántos trabajadores; ayer vi a
través de diversos medios, pero sobre todo a través de mis propios ojos, a
cientos, a miles, a decenas de miles de personas manifestarse pacíficamente por
las calles de todas las ciudades de mi país. Y eso sí que me importa.
El noventa y cinco por ciento del tejido empresarial español
son microempresas de entre cero y nueve trabajadores. Estoy seguro que muchos
de esos trabajadores que ayer apoyaban la huelga ni siquiera tuvieron la
oportunidad de ejercer su derecho a hacerla, posiblemente coaccionados o
seguramente imposibilitados de una u otra forma, al igual que estoy seguro que
muchos de esos trabajadores anoche formaban parte de alguna de las cientos de
manifestaciones que tuvieron lugar. Seguramente no dijeran ni explicaran el
porqué, porque no haría ni falta, porque estar allí solo era simbólico, un
símbolo de solidaridad, un símbolo de justicia o tal vez un símbolo de
esperanza. Miedo tal vez a que algún día formasen parte de los otros, los que
obligados por las circunstancias no fueron esa mañana a trabajar sencillamente
porque no tenían donde hacerlo ni aunque hubiesen querido.
En ninguna de las
huelgas generales de nuestro periodo democrático nunca ha ganado nadie y jamás
ha cambiado nada, las cosas siempre han
seguido igual. Pero a partir de la de ayer, yo creo que ni siquiera las cosas
van a seguir igual, sino peor. Los antes
y después de las huelgas son muy endémicos y con unas liturgias repetitivas hasta
decir basta, si echamos mano de las hemerotecas veremos en todas las mismas
disfunciones, éxito para quien las convoca y fracaso para quien las soporta,
irreverencia maquillada de ironía pero lo suficientemente triste como para caer
en la trampa de enajenarnos de lo verdaderamente importante y más triste aún
cuando percibes que el argumento va lo suficientemente intencionado como para
desviar la atención por unas horas para seguir por el mismo camino del
desprecio y la sordina.
La partitocracia en que hemos convertido a nuestra
democracia no nos deja otra alternativa,
renunciar silenciosamente al escaparatismo político en el que estamos
sumidos y reconquistar paso a paso el poder que nos corresponde a través de nuestros
legítimos derechos. Revertir la situación es prioritario y asumir cada uno
realmente el papel que le corresponda, ayer cada uno de los miles y miles de
ciudadanos que salieron a las calles dieron prueba de lo evidente y de lo
irrespirable que se ha hecho la actual situación. Son muchos los obstáculos y
enormes las dificultades, la mentira sobre la que se sustenta nuestro estado de
derecho se ha petrificado en el tiempo y sus guardianes se han acomodado, ayer
los ciudadanos no hicieron una huelga general, manifestaron en la calle su opinión
sobre su propio país, hicieron quizás solo una grieta, solo alzó la voz y dijo
basta. Quizás solo fue un símbolo, o quizás solo un principio. No es cuestión
de derechas ni de izquierdas.... es cuestión de supervivencia, o tal vez de
libertad.
1 comentario:
Buena entrada
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