sábado, 30 de julio de 2011

CINE DE VERANO



   Aunque la cartelera anunciaba la película para las diez menos cuarto, nosotros a las nueve ya estábamos en la puerta sentados en aquel portal, mientras uno de nosotros siempre guardaba la fila delante de la taquilla. La cola poco a poco iba aumentando, y todos los de la pandilla empezaban a llegar poco a poco. Las chicas, siempre llegaban después.

   El momento de abrirse la taquilla, normalmente las nueve y cuarto siempre y con precisión suiza suponía un murmullo en la puerta y movimientos inquietos en todos los que estábamos allí. Entrábamos casi corriendo para pillar los mejores sitios, normalmente solíamos coger la cuarta o quinta fila de delante. Las butacas eran metálicas y unidas en filas de manera que si movías una como muchas veces hacíamos entreteniéndonos se movían todas de golpe. Lo que suponía las primeras risas por nuestra parte y las primeras quejas de los vecinos de asiento.

  El ritual era simple, una vez elegida la fila, poner algún objeto encima de los asientos para guardar la butaca, pensando en las chicas que vendrían después. La espera se hacía entretenida, ya cada uno más o menos había seleccionado su asiento y el de su chica, y habíamos distribuido los asientos. Una vuelta a la cantina a por la bolsa de pipas y la coca cola, y esperar.

No podíamos evitar mirar la pantalla en blanco y enorme como si ya estuviese proyectándose la película, pero en realidad mirábamos la puerta de entrada que estaba justo a un lado de la pantalla, una puerta pequeñita que era como un embudo por donde no dejaba de entrar gente continuamente. La verdad es que la espera siempre era consciente, todos sabíamos más o menos a la hora que ellas siempre entraban, justo diez minutos antes de que empezase la película, yo siempre supuse que a alguna siempre se le hacía tarde, aunque también pensaba que lo hacían adrede y se quedaban fuera a la espera de que faltasen diez minutos para empezar.

Por fìn, cuando veías a una amiga aparecer por la pequeñita puerta mezclada con la gente, el corazón se te aceleraba un poquito, puesto que ya sabías que a continuación entrarían las demás todas con su rebeca en la mano.  No hacía falta decir nada más porque la película estaba a punto de comenzar, nosotros cuidadosamente ya estábamos todos en nuestros respectivos sitios, y ellas conforme se acercaban ya controlaban el asiento donde cada una se sentaría. El silencio y los nervios creo que predominaban en aquel momento, solo eran unos segundos, sentarse, dejar sus cosas sobre el asiento previamente guardado y levantarse todas de golpe y a la vez para ir a la cantina era todo lo mismo y al mismo tiempo.

Empezaba la película con el habitual no-do y sus asientos permanecían vacíos, mirabas a la pantalla y con disimulo también te dabas la vuelta hacia el fondo del cine y veías arremolinada toda la gente alrededor de la cantina, menos mal que una vez apagadas las luces, la cantina se iba despejando como por arte de magia. De repente, llegaban todas juntas y esta vez sí, cada una ya ocupaba su sitio. Tú callabas, quieres? Me decía ofreciéndome palomitas o alguna chuchería de esas de goma de mascar con azúcar, bueno, respondía siempre.

Solíamos enseguida dirigir nuestras miradas a la pantalla donde parecía que siempre había algo interesante, pero la verdad es que lo que estábamos deseando es que se acallara ya todo el murmullo de los primeros minutos y de la gente que ha llegado un poco tarde para poder sin que nadie nos viera cogernos de las manos, cosa que una vez hecho ya no la soltaríamos hasta el final de la película, cuando de nuevo se encendieran todas las luces, entonces sí, como un resorte las manos dejaban de estar unidas, nos levantábamos en silencio y casi sin mirarnos nos dirigíamos entre el tumulto hacia la puerta pequeña, recuerdo que un silencio tímido siempre nos rodeaba en ese momento, nuestra mirada siempre se cruzaba con la de nuestros amigos, mientras veíamos como ellas entrecruzaban cómplices sonrisas.

El día ya había terminado, y casi sin despedirnos siquiera, ellas siempre cogían por un camino todas juntas, y nosotros por otro, ellas ya se iban a sus casas, nosotros permanecíamos en algún banco del paseo un poco más.

Ni que decir tiene que durante la película apenas hablábamos, solo algún “quieres” más de rigor, y las típicas preguntas de siempre de si vas a ir a la playa mañana y esas cosas, toda nuestra comunicación se hacía a través de nuestras manos y mientras éstas permanecían unidas el silencio nunca existía en esas noches de verano en esos cines de verano.

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