Solo un vestido corto porque el calor de la tarde apretaba, mientras utilizaba el pincel y redecoraba viejos muebles que habían quedado añejos le inspiraba la suave música que envolvía aquella habitación, en silencio tarareaba mirando de reojo la terminación en crema inglesa y volviendo atrás a dar pequeños retoques, momentos ocupados entre manos ocupadas y mente volando hacia horas atrás, suavizando el trazo para envolver de cera nuevos colores mientras sus recuerdos volaban hacia aquel rinconcito escondido frente al mar sintiendo la brisa en su rostro tomando aquellas cañitas.

Bebes agua y revisas todo, das algunos retoques y los miras una y otra vez. Su claridad ahonda en tu propia luz y te abre los ojos mientras saldas con ellos algunas cuentas pendientes, sin evitar volver de nuevo tu mente hacia aquella mañana en la playa, tumbados bajo el hiriente sol que tanto nos castigó, sobre aquel mar cristalino que nos invitaba a bañarnos en él abrazados y que muy de vez en cuando nos llamaba. Aquellos ratos de sombra y sueño con sabor a sal, aquellas horas ajenas al mundo y salteando piedras o aquellas nuevas experiencias vividas.
Y conforme vas viendo la obra terminar, la remiras y la ves como nueva, como si algunas cosas hubiesen cambiado, aunque son las mismas sabiendo que el color no lo es, se ha abierto una nueva ventana y algo ha tapado lo viejo y lo oscuro y con unas simples pinceladas ha llegado una nueva luz, un nuevo color. Simplemente distinto. Como distinta aquella noche tumbados en aquella terraza fumándonos aquel cigarrillo y tapados con toallas, oyendo el murmullo de la gente que quería que no acabara la noche, como nos mirábamos y nos deseábamos y nos tumbábamos abrazados a reírnos de aquel día en la playa, o de aquellas horas al sol. Notaba tu compañía y tú sentías la mía, apenas nada nos recordaba ni caímos en el mar en calma, solo estábamos tu y yo cuando nos entró frio y nos metimos para dentro.

De ese rinconcito escondido frente al mar.
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