… Y al mismo tiempo, nada.
Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Casi dos años desde
aquella navidad del dos mil doce, si exceptuamos la noche más hermosa. Mucho
tiempo, si, y tantas cosas. Alguien me decía que por qué no escribía algo, no
lo sé, le respondía, tal vez tenga miedo, recuerdo que le llegaba a decir, miedo de qué
me preguntaba, miedo de escribir todo aquello que estaba viviendo, miedo a todo
eso que te va ocurriendo en el día a día. Muchas… tantas cosas.
Todo lo engloba una simple frase y leída así, suena tan
sencilla, tan fácil. De veras que no lo es. A veces tenemos esa facilidad de
describir de una forma tan simple todo aquello que es tan complejo o complicado
de entender. Es un error. Nunca se podrá describir con unas simples frases todo
aquello que en cualquier etapa de tu vida te sucede, es como describir el
vértigo, lo puedes explicar más o menos de una forma coherente para que quien
te lea se haga una idea aproximada de lo
que es, pero nunca podrá alcanzar la exactitud de esa sensación vivida, ese
momento de ahogo, de miedo y de expectación que gira en torno a ti en esa
milésima de segundo. Es imposible describirla. Hay cosas que solo vale
vivirlas, lo otro siempre estaría fuera de lugar, por mucho que se intente.
Solo uno mismo puede percibir esa sensación jamás
compartida, tan unipersonal como
imposible de transmitir. Escribir de ella te llevaría a dejarte tantas cosas en
el camino que creo que ni merecería la pena intentarlo. Sería como un fraude a
la realidad de lo experimentado. Ni me atrevería.
Puede servir como excusa, aunque sé que tampoco lo es.
Quizás fue cobardía, tal vez pudor, crisis o cambios, la vida avanza
inexorablemente y te cambia o te hace cambiar costumbres, creces con todas esas
cosas a tu alrededor a un ritmo tan vertiginoso que a veces ni te da tiempo
asimilar, es la velocidad que al llegar a cierta edad adquiere la misma vida,
una velocidad de vértigo. Esa, que tú y sólo tú, puedes apreciar y percibir.
No, creo que tampoco serviría como excusa.
Me río porque pienso y me pregunto hacia donde quiero llegar,
en realidad es que no lo sé tampoco. Supongo que será el tiempo que hace que no
me siento delante de un folio en blanco y aún continúo bajo el influjo de su
síndrome. Estoy aquí delante de él y siento ese vértigo, ese cúmulo de
sensaciones y cosas vividas, extrañas, nuevas, inéditas revolotear en mi mente
en busca de un acople más o menos lógico. Desisto, insisto porque es imposible.
Me planteo separarlo todo en capítulos independientes donde cada experiencia
adquiera su propia forma, pero no sería fiel a lo realmente vivido, rompería
esa cadena de circunstancias que te eslabonan a su tiempo y dirigen tu espacio
hasta llegar hasta aquí.
No son solo cosas, son personas también. Y en medio de todo
te encuentras tú como centro de tu propia experiencia. Todo gira a tu
alrededor, a veces sin quererlo, implicado hasta el tuétano o simplemente como
invitado inconsciente. Qué más da. Te empapas de todo y todo te confiere de
manera directa o indirecta. Todo atrae a todo, una cosa te lleva a otra, encadenada
o libre, todo rota y susurra su presencia a tu alrededor, te ves
envuelto y dentro de esa espiral vertiginosa por momentos huracanada que te
arrastra hacia donde quiere. Son vueltas y vueltas dentro de un caos que te
maneja a su antojo hasta que poco a poco empiece a perder fuerza y te arrastre
hacia alguna orilla desde donde contemplar tus propias consecuencias.
Tal vez, una de ellas, sea ésta.