viernes, 13 de mayo de 2011

EL HECHIZO DEL OTOÑO

Había una vez, en un lugar no muy lejano, una niña rubia que se llamaba Rosita.

Rosita nació en otoño, un domingo por la mañana.

- Mírala Jaime....

- Ya la veo madre... Madre, es fea verdad?

- Bueno, tampoco es para tanto, pero sí, un poco fea sí es...

- Me la dáis? Quiero verla!..... Dios mío Jaime! Qué fea es!

- Sí...

- Sólo con que tuviera los mofletes un poquito más así...

Decía la madre mientras le subía los mofletes para arriba.

- Bueno, cómo la llamamos?

- Pues Paloma me encantaría...

- Paloma? Dime Rosa, cómo vamos a llegar al pueblo con una cosa tan negra y tan fea diciendo que se llama Paloma?!. Se llamará Rosa.

Y es que Rosita nació cuarenta y ocho horas después de que Rosa, su madre, hubiera roto aguas, así que nació con tal falta de oxígeno,que su carita era azul casi morada. Fea.

Pero pasaron unos días y la cara de Rosita fue adquiriendo el color rosa normal de un bebé normal.

Nacer en otoño predispone a las personas, o por lo menos eso dicen los astros, a ser de determinada manera, y en este caso además el otoño predispuso la vida de Rosita.

Pasaron sus primeros cumpleaños, en otoño, claro, y comenzó el colegio, en otoño.


Pasaron sus siguientes cumpleaños y Rosita se convirtió en Rosa y conoció a su primer amor en otoño, y después de algún tiempo rompió con él, en Octubre.

Parecía que toda su vida giraba en torno al otoño, esa estación melancólica, en la que la luz del verano se va apagando, donde los días se acortan y empieza a refrescar el aire.

Rosa también se casó y tuvo su primer y único hijo en Otoño. Hasta entonces no se había dado cuenta de que la estación melancólica se estaba apoderando de su vida.

Poco tiempo después de ser madre el otoño acabó por invadirla. Aquel bebé rosado y llorón era lo único que daba verdadera luz a su vida. El resto siempre era como el final del verano: un continuo recordar momentos pasados felices para poder tener valor suficiente para afrontar el otoño. El maldito otoño....

Llegó a pensar que el otoño la había hechizado, que no existía otra estación. Creía que siempre sería como un continuo caer de hojas y que su vida acabaría sin un brote de esperanza.

Pero se acostumbró a aquella luz suave y rojiza que lo envolvía todo, y llegó a confundirla con calidez. Estaba hechizada y pensó que aquellos colores eran los suyos y que aquellas hojas secas que se amontonaban en su puerta la protegían en lugar de impedirle el paso.

El otoño se hizo fuerte y pensó que sería eterno. Era tal su sensación de poder que de vez en cuando trataba de engañar a Rosa con falsas esperanzas de primavera. Algunas veces no, pero otras veces se daba cuenta y entornaba los ojos y miraba hacia otro lado porque el hechizo no le dejaba hacer mucho más.

Un día el otoño se dio cuenta de que Rosa no era feliz. Nunca había querido darse cuenta, porque para él Rosa era la única flor que quedaba en su reino, y no quería perderla, pero por fin comprendió que Rosa se ahogaba entre ocres. Así que decidió preguntarle, inseguro y con miedo, si quería que se fuera para dar paso al invierno.

Rosa rompió a llorar. Era otoño y toda su vida conocida se venía abajo. Tenía la posibilidad de dejar de vivir en otoño permanentemente y volver a disfrutar las estaciones y no sabía si sabría hacerlo.

Aquel otoño Rosa dejó de vivir en otoño.

Sin darse cuenta, aquella estación volvía a ser la protagonista en su vida. El maldito otoño. Solo que aquella vez era distinto. Aquella vez volvía a ser una estación brillante y de paz. Por fin la había librado de su hechizo.

Rosa se acordó entonces de aquel domingo en el que nació, en otoño, y recordó aquella historia que tantas veces le habían contado sus padres. Había nacido fea en una estación preciosa por no haber salido a tiempo del vientre de su madre. Por no querer salir, vivió fea unos días. Por muy seguros que nos podamos encontrar en algún sitio, debemos saber cuando abandonarlo si nos está haciendo mal, por mucho cariño que le tomemos, por mucho que nos prometa que nos tiene cariño.

Ahora Rosa vive en primavera, como tú, como yo, como todos, y cuando llegue el otoño volverá a esperarlo con una sonrisa.

1 comentario:

efejota dijo...

Precioso relato.

Es curioso, como a lo largo de nuestra vida todos tenemos fechas, semanas, años, estaciones en las que apoyarnos y de las que guardamos recuerdos especiales. A veces para bien y otras para mal, son como fechas que se quedan grabadas en el tiempo y que dejamos bailar en nuestro viaje en tren para luego recordarlas. Quizás casualidades que marcan su territorio y se reservan su espacio para sorprendernos.

Yo recuerdo en una de las estaciones de mi vida, hace años, donde una fecha se me unió como pegatina y que jamás por casualidades de la vida pude desprenderme de ella. Recuerdo que por aquel entonces me hice eco de esa casualidad que hoy recuerdo con cierta curiosidad. Era en primavera, y concretamente, el 24 de Marzo.

Fué una fecha crucial por aquel entonces para mí, parecía que todo lo bueno y lo malo de mis relaciones emocionales tenían que suceder aquel día. Un 24 de Marzo de un año cualquiera empecé a salir con una chica, para tres años después un 24 de Marzo terminar mi relación. Justo al año siguiente, un 24 de Marzo comencé otra relación que finalizó un 24 de Marzo de cuatro años después.

Evidentemente, con el tiempo esa fecha queda grabada, no sabes si como maldita o como afortunada, lo cierto es que durante años, ese día significaba el aniversario de algo importante por aquel entonces para mí, y que ahora vista en el tiempo miras con curiosidad como si hubiese marcado aquella estación. Son amores de juventud en los que se le dan mucha importancia a las fechas o a las casualidades.

Siempre pasaba algo en aquella fecha, para bien o para mal.

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