Caminos que se presentan ante nuestros ojos y nunca nos atrevimos por miedo, pena o cobardía dilatan nuestras pupilas hasta entristecernos y sumirnos en un callejón sin nuestra propia salida hasta sentirnos ahogados, ojos al suelo y miradas al reloj viendo pasar los dias mientras en nuestra mente aparecen horizontes muy lejanos de juventud o experiencias perdidas y solo lamentamos que de nuestras manos se nos escape nuestra propia vida sin hacer nada por impedirlo. Lamentable perspectiva ajena a soñadas decisiones que pululan por nuestra cabeza y nos hace dar terribles vueltas en la cama cada noche. La cobardía nos bloquea y la sensación de estar haciendo algo mal nos impide la claridad de la luz que enfoca ese horizonte deseado.

Dejamos por una vez que la luz atraviese nuestra retina e ilumine nuestro valor soltando un grito de rabia contenida, sin mirar atrás por miedo a volver al precipicio que siempre nos atormentaba, hinchamos el pecho y soltamos aire creciendo por momentos unos centímetros de ilusión mientras calculamos con paso firme el paso firme y decidido. No hay marcha atrás te repites y te vuelves a repetir, momento soñado de tu liberación te vuelves a asomar a esa ventana mientras te fundes en tu propia contradicción. Ahora ves en el horizonte a Enone subida sobre un precioso caballo blanco, sus cabellos al viento y la brisa dándole en la cara fresca y radiante y sonríes mientras tu rostro se inunda de lágrimas calladas y el miedo sobrevuela tan mágica visión, décimas de segundo suficientes para enjugártelas con suspiro hondo sintiendo un puñal en tu corazón y arrancándotelo a trozos mientras vuelves a sonreir, abres la puerta y echas a correr.
Desnuda como el viento, tus cabellos al aire y el pánico amenazándote tu mirada emprendes el camino de aquel caballo blanco que imaginaste tantos dias. Sabes que cada pausa y descanso te hará llorar y brotará de la herida sangre culpable, aprendes pronto y te tragas tu aliento sin remedio hasta alcanzar el final del maldito puente sobre antiguas aguas turbulentas. Desvalida y sudorosa, sangrante y cansada logras el final de tu propia huida y de pronto tu rostro embellece mientras el caballo te espera al otro lado, lo acaricias y sientes el silencio del mundo a tus pies, no miras atrás ni recuerdas el sufrimiento de la carrera que te ha hecho libre. Comienzas una nueva vida. Te subes a ese caballo blanco y que te lleve donde quiera sin pensar ni siquiera donde.
Tu corazón respira, y se hinchan tus ojos al ver la luz de las estrellas por primera vez mientras juegan tus sueños traviesos con el firmamento y se entrecruzan con la luna mientras bailan los planetas y aplaude el universo a tus pies. Solo es un momento. El caballo blanco necesita beber y tú necesitas descansar. No lo conocías y te abrumas en la oscuridad extraña pero sobrevives y creces minuto a minuto, tu figura enaltece y tu rostro emblanquece, tu mirada gira y gira entusiasmada hacia un lado y hacia otro, él te espera y vas a su encuentro compartiendo un nuevo camino mientras cogida de su mano dejas el caballo volver a otros mundos, a otras almas encarceladas entre sueños, y te retiras de allí, te adentras a la vida y a la luz, y empiezas de nuevo a soñar.
Te das cuenta que los sueños nunca desaparecen, sino que reproducen sus sonidos cada noche y te hablan de amor, te distraen y te miran. Eres mayor de edad en sueños y te paras a pensar, volver a tí misma y conocerte mejor era el tuyo, abres las manos y lo miras ahí, lo tienes y te preguntas si era ese el que querías. Si era ese el camino, si eras tú la que soñabas esa tarde mirando la ventana. Lo elegiste tú. Y ahora vuelas como volaba aquel caballo blanco aquella tarde. Respiras hondo de nuevo y le das cuerda a tus sueños cada noche, te preguntas si Enone sonríe y contempla el cielo estrellado cada noche, te preguntas si ahora es feliz, te preguntas si se hace preguntas cada noche, ahora te preguntas si escogió bien su camino o simplemente ha vuelto la vida disfrazada de aquella sonrisa que siempre echaste de menos o de aquella ilusión perdida.
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