viernes, 20 de mayo de 2011

KILÓMETRO CERO


Como cada mañana me levanto muy temprano, cada vez me cuesta más conciliar el sueño, y a eso de las seis de la mañana algo me tira de la cama que me impide permanecer en ella, es como si sintiese que estoy perdiendo el tiempo y la ansiedad me impidiese quedarme quieta. Me ducho y me preparo un café, mientras enciendo el ordenador. Leo las últimas noticias y me dedico como cada mañana a enviar currículums a diferentes empresas, creo que ya he enviado más de tres mil a todas las partes del mundo.

Salgo muy temprano de casa con mi carpeta, y tiro de la lista de empresas que visitaré hoy. A las diez tengo una entrevista y tras permanecer media hora larga en una siniestra y silenciosa sala de espera con otras tres compañeras más por fín oigo mi nombre. Me hacen unas preguntas sin mirarme a los ojos mientras hojean mi currículum.

Tengo 39 años y desde hace un año y medio que estoy en el paro. Mi empresa cerró y nos fuimos todos a la calle, soy ingeniera agrónoma y trabajé durante once años en una empresa de fertilizantes. Me habia comprado un piso que estaba pagando de manera cómoda, lo sobrellevaba bien y nunca tuve problemas para pagar mi cuota. Poco a poco me la fueron subiendo sin darme cuenta y ahora de los seiscientos cuarenta y ocho euros que pagaba se me ha subido a setecientos setenta y nueve. Cuando me despidieron, pasé a cobrar un subisidio de novecientos cuarenta y dos euros, y solo me quedan cuatro meses de prestación. Me siento un poco agobiada, aunque gracias a lo que mis padres buenamente me mandan siento que lo voy sobrellevando medio bien. Pero conforme se acerca el final y veo que no encuentro la manera de colocarme en cualquier sitio, me suelo agobiar cada vez más.

Durante tres meses, he estado poniendo copas en una cafeteria los fines de semana, y me pagaban cuarenta euros por noche que me servian para mis gastos, pero la cafetería tambien cerró. Tras unas preguntas livianas de compromiso, por enésima vez oigo la misma frase de siempre, muchas gracias ya le llamaremos. Son las doce menos cuarto, y me voy a dar un paseo por el parque, me siento en un banco a ver a los niños jugar mientras echo un vistazo a los anuncios clasificados y remarco las visitas de mañana en rojo. Me subo a casa y me preparo una ensalada para comer. Abro de nuevo el ordenador y abro el messenger para hablar con mi amiga, ella está en la misma situación que yo y nos contamos como nos ha ido la mañana.

Me comenta que esta noche hay una manifestación en Sol de gente que se encuentra más o menos como nosotras y decidimos quedar para asistir. Veo la televisión un poco, y de nuevo me meto en el ordenador a revisar mis correos para ver si tengo alguna noticia de algún trabajo, me meto en la página de la organización que ha convocado la manifestación y me quedo un poco sorprendida de los testimonios, no sé porqué me veo reflejada en cada uno de ellos, visiono unos cuántos videos en youtube y cada vez me siento un poco más cerca de todas esas palabras. Comparto mi angustia y mi tristeza y por primera vez pienso que no estoy sola.

Me arreglo y me marcho al encuentro de mi amiga, juntos nos acercamos a la plaza donde vemos con sorpresa que ya hay bastante gente. Nos quedamos un poco sorprendidas y decidimos meternos dentro del mogollón, abriéndonos paso como podemos entre la multitud observo a la gente y me fijo en los cartelitos que mucha gente lleva, algunos muy recurrentes y sonrio, me fijo y veo que hay mucha gente jóven, veo a personas mayores tambien, me fijo en ese padre con su niñito en brazos, en esa pareja que se besan mientras rien a carcajadas de alguna ocurrencia espontánea, en esa pandilla que entonan canciones con las manos en alto, nos acercamos a un grupo que se encuentran sentados en círculo mientras el chico de melena rubia porta la guitarra y todos le acompañan. Hemos encontrado un buen sitio, de repente todos empiezan a cantar consignas, algunas graciosas.

Lo que en un principio me había parecido una simple curiosidad ahora nos está emocionando un poco a las dos. Nos unimos a los gritos de manera espontánea cuando de pronto me veo con las manos levantadas alzando cada vez un poco más mi voz. Siento algo extraño en ese momento dentro de mí, algo que hacia mucho tiempo que no había sentido. Quizás la sensación de no sentirme sola, quizás una sensación de esperanza, quizás fuese de rabia contenida, pero los gritos de la gente me engullían y silenciaban mis pensamientos los mios propios. Mi voz cada vez se alzaba más, mientras seguía observando los rostros de la gente, me emocionaba viendo sus caras y en ellas veía reflejada la mía. Por un momento, me sentí bien. Muy bien.

Cuando nos retirábamos a eso de las dos de la mañana, observamos como algunos comenzaban a montar unas tiendas de campaña pequeñitas, por lo visto habían decidido pasar la noche alli. Me soprendió la solidaridad con que todos les ayudaban a montarlas. Seguian habiendo grupitos pequeños cantando, mucha gente se marchaba, mucha gente se quedaba. Oia a la gente apoyarles, acercarles comida y mantas. Vi a gente muy emocionada. Un nudo se me dispuso en la garganta y no quise pensar más. Le dije a mi amiga que nos fuésemos a casa.

Me acosté, y no pude conciliar el sueño. Me sentía mal en ese momento mientras me abrigaba con la manta. Había empezado a llover y no me quitaba de la cabeza a esas personas que en ese momento estarian durmiendo bajo la lluvia. Creo que en ese momento lloré y empecé a dar vueltas en la cama. No lo dudé, me levanté, cogí ropa de abrigo, saqué mi viejo saco de dormir y me dirigí hacia Sol. Pronto me acogieron, y empecé a conocer gente. Pasé por fin una buena noche, estuvimos hablando toda la noche, mientras otros dormían, otros cantaban. La lluvia no nos importó. Mañana pienso repetir. Alguien se acerca a mí y me pregunta porqué lo hacemos. No lo sé, le respondo, porque creo que si no lo hiciese me sentiría peor, lo que estoy haciendo me está ayudando a sentirme mejor, le dije invitándole a sentarse con nosotros. Cosa que no dudó en hacer.

Amanece, hace frio, mucho frio. Y poco a poco veo como empieza a venir más gente a la plaza. Cada vez más. Recogí mi saco y me dispuse a marcharme a casa. Me prometí en ese momento volver esa misma tarde.

5 comentarios:

Raquel dijo...

Ya estás apostando 10 contra 1 a que la revolución de los indignados no llega a ningún sitio tras el 22-M. Puede que ganes, pero han llegado a la puerta del Sol y a tantas plazas de tantas ciudades, ese es un claro destino. Haces quinielas y pones Sistema 1, Indignados 0. Pero como poco han conseguido la X: la espontaneidad se ha aupado a la altura de la sólida arquitectura electoral, con su parafernalia de cartelitos, y le ha atravesado la mirada con la suya.

Puede que quieras un balance de resultados de todo esto porque no encuentras correspondencia inmediata entre el ruido y las nueces. Es normal, nos hemos vuelto utilitaristas. En la línea de ingresos de tu excel puedes poner que han ocupado telediarios, debates y charlas a la hora de comer sin marketing, ni mítines, ni banderitas: solo llenando el vacío que ha dejado una campaña electoral en la UVI de unos políticos en coma.

Te desvinculas porque no va a servir de nada. Pero ya ha servido de mucho: han doblegado a oposición y gobierno, que primero se esquinaron, luego silbaron y más tarde miraron de soslayo (ahora falta que lo hagan de frente). Eso es un hito en la chupocracia que vivimos. Los subestimas porque son neonatos de las protestas (y quizás antes porque solo les importaba el botellón). Es cierto, pero han conseguido lo que no logran los veteranos: que se hable de política en las aceras y que de las conversaciones en las calles se queden suspendidas en el aire las palabras “asamblea” o “Sol” o “estuve”.

Puede que te parezca poco. A mí no. Pero si no llega a más, si es el final del trayecto, no te sientas defraudado, porque ellos, al contrario que los profesionales de los escaños, nunca te prometieron nada que no pudieran cumplir.

Javier Arce dijo...

No quiero que mi voto sea cómplice de ineptos y desarmados. Si voto, habré participado en el complot porque gracias a mí, estos ladrones seguirán teniendo absoluta impunidad y siempre justificarán sus actos con mi voto, como si le estuviese dando carta libre para hacer y deshacer a su antojo. Me niego. Yo voto para mejorar las cosas de mi ciudad, no para que algunos engrosen su cuenta corriente, estaría siendo cómplice de la corrupción existente. Una vez que he votado no se me permite nada más, es como un cheque en blanco para que ellos puedan hacer lo que quieran con él. Ni siquiera se me permite quejarme, por mucho que me digan que si no voto no tengo derecho a quejarme, si voto tampoco lo tengo, le he dado todo el poder y sin derecho a réplica o rectificación, tú me votaste y ahora te aguantas, si pero mire usted yo le voté para esto y para esto, no para eso o para eso.... ah, se siente, no haberme votado, ahora te aguantas....

Es un chantaje en toda regla, me enseñan un programa que luego incumplen, pero eso si, no se preocupe usted, si ve que no cumplo mi programa dentro de cuatro años usted tiene la posibilidad de no votarme a mi y votar a otro, si pero mire usted, para dentro de cuatro años falta mucho, y mientras mi ciudad va a quedar hecha un solar, ah, se siente, no ha leido usted la letra pequeña del voto que usted metió en la urna, pues si, pero no ponía nada de eso.. No trago.

Con mi voto no. Mi voto lo quiero para mejorar la condición de vida mia y de mis conciudadanos, de mi ciudad y de mi familia, de mi región y de mi país. No quiero que con mi voto se trafique ni se mercadee, no quiero que se venda al mejor postor o a aquel que a usted le interese por lo que a usted y solo a usted le interese. Es muy valioso como para que pueda estar de mano en mano pululando como en cualquier mercado. No quiero mancharlo de sangre, ni quiero que ayude a cometer injusticias, ni quiero que sirva de salvoconducto para cualquier tropelía disfrazada, para eso me lo reservo para mi, porque es mio. Y solo mio. Tengo el derecho a votar, pero también tengo el derecho a no hacerlo, al menos mientras no se me garantice que mi voto va a ser útil para mi ciudad o para mi país, mientras no se me garantice que no va a ser cómplice de ningún delito legal ni va a servir de tapadera para cualquier acto delictivo o injusto, mientras no se me garantice que va a servir para algo y no solo para aumentar la cuenta corriente del concejal de turno.

Anónimo dijo...

Hora de despertar

Mayo, 20, 2011

He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.

Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra.

En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario.

continúa...

Anónimo dijo...

Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo.
Recuerdo un concejal que me acusaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.

El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven.

La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me critiacan no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora,o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista.

He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí.

Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.

continúa...

Anónimo dijo...

Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo.

Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.

Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.

Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto.

Antonio Muñoz Molina.

Publicar un comentario