martes, 20 de diciembre de 2011

EL SILENCIO DE ENONE



Por qué callas Enone?

Por qué disculpas su ausencia y esperas en tu ladera su regreso cada día? Que tienen ellas que tú no tengas, las riquezas y la belleza, tu soledad acaso no vale tu espera, no dejas de pensar en él mientras le imaginas riendo y bebiendo, seduciendo nuevos vientos que le hicieran olvidar y pensar que un día partió de agrestes colinas  e interminables tardes calladas. No miró hacia atrás, ni le importó el amor que le tenías, la pasión que le ofrecías, quería vivir, soñar, reir.

Una mañana te levantaste, sola como cada día, y ni siquiera le viste partir,  no estaba,  sabias desde hacia tiempo que no estaba, o si estaba andaba perdido entre matorral diminuto y hermosas palabras que le silbaban el aire cada mañana, cada tarde a la misma hora. El cartero hablaba con él cada día, y cada día le entregaba una nueva carta, una nueva carta de silencio que nunca te atreviste a leer, jamás le preguntaste, jamás te preguntaste pero intuías que su final se acercaba y que preparaba su marcha. Cánticos de sirena desde la orilla le llegaban en ellas y le hacían imaginar un mundo mejor,  cada letra le caía sobre sus ojos como viva tentación a dejarte, le acostumbraste a vivir sin ti y solo buscó su refugio en esas palabras, no hay ventanas para pensar, solo horizontes no tan lejanos, prohibidas tentaciones le deslumbraban a cada atardecer, y solo tú le veías esconder su carta entre sus puños cerrados siempre pensando en que no las verías.

Miraste hacia otro lado, y ahora es tarde. Partió un día sin ni siquiera despedirse, te quedaste sola, ya ni cartas, ni su presencia, ni una sola palabra, ni un adiós, ni un beso de despedida, partió hacia dentro de aquellas palabras, se fué a la búsqueda de otra vida, de otro lugar, lejano como su mirada tenía desde hacía algún tiempo. Y no lo esperaste. Dolida y herida, pero callada, silenciosamente callada, aguardaste con el silencio de compañía cada tarde, cada mañana, a que regresara y que asomara detrás de cada ventana.

Seguiste tu camino, como París siguió su camino, pero el tuyo era esperarle, más no el suyo que solo quería olvidarte, alimentar sus bellezas hasta hartarse de sus riquezas, no cabes en sus sueños, Enone, aquellos se quedaron allí contigo en tu ladera solitaria. De vez en cuando el cartero te visitaba, y algunas noticias te traía, llorar podrías si para eso solo venía, pero las apretabas con rabia hacia tu pecho, las maldecías y ni siquiera dormías, le veías allí riendo, le imaginabas bebiendo, amando o queriendo, gritando o corriendo, y sola callabas.

No debiste dejarle marchar, haber impedido su camino, quizás no mirar hacia la ventana ni siquiera deberías haberte callado, le tenias que haber robado esas cartas, haber silenciado aquellas palabras haber ocultado tu inquieta sonrisa. Ya es tarde, Enone, solo te queda esperar.  Esperar su regreso por si decide volver. Las cartas te dicen que está en otros brazos, que le besan otros labios, que otros cuerpos habitan sus noches, mientras tú, callada y dolida  suspiras de dolor, tu ira se confunde con tu silencio, tus mañanas con tu soledad, la espera no espera y cada día que pasa lágrimas de rabia desnudan tu acallado rostro de pena.

Sabes que volverá, que cuando se apaguen sus risas y el vino se acabe, volverá. Y le estarás esperando aún, triste y cansada de esperar, le verás aparecer a lo lejos de tu ventana,  a lomos de su caballo, hundido y derrotado, contrariado, arrepentido, pero le perdonarás, y le curarás sus heridas, y sanarás sus pecados, y olvidarás sus desprecios, y te volverás a callar, y tu silencio le matará poco a poco, y se dejará morir, allí frente a tu ventana, se dejará morir junto a ti.

Por qué callaste, Enone?

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