martes, 13 de diciembre de 2011

OTRO CUENTO DE NAVIDAD




Nevaba y veía la calle mojada y solitaria a través del cristal. Veía  luces en las ventanas y algunas lucecitas de colores en los balcones. Hace frio y miró hacia la mesa. Se acercó a la cocina y abrió una botella de vino. Se sirvió una copa y de nuevo se acercó a la ventana, limpió la escarcha pegada y se volvió a asomar, todo igual. Las mismas luces, la misma soledad, el mismo frio,  un sorbito de vino mojando sus labios. Se oye ruido de fondo, y risas, y villancicos, el descorchar bullicioso de una botella y más risas, muchas risas.

Se acerca por la calle un perro vagabundo medio perdido, buscando posiblemente el calor de algún rincón, el bocado de algún resto olvidado, se detiene sin saber donde ir, y vuelve a andar, posiblemente no sepa hacia donde dirigirse, tiene frio, y hambre. Mira hacia arriba con su mirada perdida, y le ve. Un gemido sale de su interior. Bajó y abrió la puerta. Se acercó desconfiado pero se acercó.

Lo secó con una toalla, y le dio de comer. Se acerca al calor de la chimenea y se tiende mirando el fuego, con la mirada perdida. Cogió un libro y se sentó en el sillón, pero no le apeteció mucho leer, se acerca a sus pies y se tiende enfrente suyo. Le habló, y le miró extraño, acercando su cabeza hacia sus piernas. Un nuevo sorbito, y de nuevo hacia el cristal empañado. Las mismas luces, las mismas risas….

Calle abajo, un borracho zigzaguea cantando una antigua canción botella en mano, solo y andrajoso, cae sobre el helado asfalto, empapado y renqueante se levanta y mira hacia arriba, le vió mirarle y levantar la botella hacia ella. Le sonrió y le devolvió una sonrisa fría. Le dijo  que subiera, y entonando una nueva canción, subió. Le indicó donde estaba el baño y le abrió el agua caliente, le dejó ropa seca, y le indicó donde estaban sus utensilios. Le miró triste y cerró la puerta. Un nuevo sorbito de vino mientras oía chispotear el agua detrás de aquella puerta. El perro no dejaba de mirarla y de nuevo emitió un nuevo gemido.

 Una prostituta aparecen calle abajo con ropas provocativas, bolso en mano donde posiblemente guarde la poca recaudación del día, se supone que buscará alguna pensión donde pasar la noche, donde se supone que subirá, encenderá la luz de la mesilla, besará la foto de su hijo y se tapará con una recia manta para dormir. Abrió la ventana, y se preguntó donde iría, extrañada le miró y le sonrió, le dijo que si quería subir a tomarse un café y se quedó parada y extrañada, pero aceptó. Subió, y se quitó la cazadora vaquera, la invitó a sentirse cómoda, si le apetece un café. Gracias le dice, acercándose a la chimenea y acariciando al perro.

El señor ya ha salido de la ducha, su rostro parece otro, se siente un poco avergonzado y le invitó a comer algo. Ella también se atreve. Apenas hablaban,  sentía la tristeza y la soledad en sus rostros.
Poco a poco empezaron a sonreir mientras comían. Se hicieron amigos y abrieron una botella de champán. El vivía solo desde que su mujer le abandonó para marcharse con otro y se llevara a sus hijos, se había quedado sin trabajo. Ella había llegado a España hace unos meses huyendo de la pobreza de su país, cada semana le enviaba a su familia algo de dinero. Ella les miraba con cara de tristeza. Se marcharon.

Les vió alejarse tras el cristal, posiblemente se fueran a la pensión de ella a pasar la noche, o tal vez a la casa de él, el perro se fue con ellos. De nuevo, un sorbito de vino, asomada a la ventana, viendo la oscura y fría noche pasar, las luces de enfrente encendidas, la música y el murmullo a lo lejos. Se sentía sola, pero se sentía bien, pensó en ellos, pasarían la noche juntos…  en compañía.

  De pronto las luces de enfrente se apagaron, las luces de la calle se apagaron, y vió como una estrella brilló con más intensidad, ella la vió, y no pudo evitar acordarse de él. Una lágrima resbaló sobre sus mejillas. La luz de su casa no se había ido, las otras volvieron enseguida, y seguía asomada a la ventana, con una copa de vino en la mano, con la mirada perdida.

Sonó el teléfono, interrumpiendo sus recuerdos y su tristeza, descolgó el teléfono con miedo, “felicidades mamá” alcanzó a escuchar antes de echarse de nuevo a llorar. Sonó el timbre de la puerta, al mismo tiempo que intentaba decirle algo, espera, y se dispuso a abrir. Allí estaba él, con el móvil en la mano, “feliz navidad, mamá”. Y volvió a llorar, esta vez de alegría. Hacía seis años que no sabía nada de él.  Esa noche buena nunca estuvo sola, se asomó a la ventana, se quedó helada mirando el frio y sintió su mano sobre sus hombros.

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