jueves, 14 de abril de 2011

EL

Le conocí hace dos años, pero a veces pienso que le conozco desde que nací.

Cuando le ví por primera vez me llamó la atención. Me pareció un tipo duro, seguro de sí mismo, elegante, educado, limpio, simpático aunque un poco distante, generoso, un poco complicado, analista, puntilloso, metódico... Me producía curiosidad, quería saber más.

Yo le hablaba de vez en cuando, poco, pero le hablaba. Primero intentaba comprender todo lo que decía e intentaba replicarle. Cada día esperaba su llegada entre la masa de gente que acudía a aquel lugar. Mientras esperaba hablaba con unos y con otras, saludaba, intentaba hacerme un hueco, porque no quería salir sin haber conseguido conocerle, aunque sólo fuera un poco.

Cuando llegaba parecía que todo se parase, como cuando el malo entra en el Saloon y todo el mundo le mira, con la diferencia de que ni él era el malo ni aquello un Saloon. Pero la expectación era casi la misma. Y siempre llegaba puntual.

Yo era una más entre aquel montón de gente y quería que se fijase en mi. Le hablaba cada día, como le hablaban muchos, pero él parecía poco hablador. Parecía solitario y parecía que su soledad era buscada. Después de su llegada no solía quedarse mucho tiempo a charlar. Yo le observaba y le hacía observaciones, pero a juzgar por sus pocas respuestas, él casi no reparaba en mi presencia. Aquello me sacaba de mis casillas. Yo sabía que mis observaciones no eran las más agudas, ni las más inteligentes, ni siquiera las más divertidas, pero esperaba un poco de atención, de aquella atención que sí le prestaba a otras personas cuando quería. Sólo conseguí unas cuantas respuestas casi por educación, pero todas y cada una de aquellas respuestas me animaban a seguir pasándome por aquel lugar, por si volvía a encontrarme con alguna.

Y pasó el tiempo y pasó la temporada de estar de moda aquel garito. Nos dispersamos, y cada uno cogió un camino distinto.

Un día se me ocurrió pasarme por un antiguo local del que había oído hablar. Pensé que podría encontrarle allí. Cuando entré casi me pierdo entre la cantidad de salas que había. En cada una de ellas habían grupos de gente que charlaban, discutían, cantaban, celebraban, se felicitaban... No sabía por dónde empezar a buscar, y ya casi había desistido cuando de pronto le vi. Estaba allí, hablando distendidamente con dos chicas. No supe qué hacer ni qué decir. Me dio vergüenza y me marché sin decir nada.

Estuve volviendo a aquel local durante dos días más, siempre en silencio, observando. El seguía igual que siempre, tan educado y elegante, pero desde la distancia le comencé a ver más cercano y me decidí a saludarles y con más osadía que vergüenza, me metí en su conversación.

Allí empezamos a conocernos, por fin.

Horas y horas, y más horas, y muchas horas, y muchas mas horas más tarde, nos acabamos de conocer.

Ahora le conozco y puedo decir sin miedo a equivocarme que no me equivoqué, que no estaba equivocada y que mi corazón no se equivocó cuando me hizo fijarme en él.

Ahora le conozco y me equivocaba. “Me pareció un tipo duro, seguro de sí mismo, elegante, educado, limpio, simpático aunque un poco distante, generoso, un poco complicado, analista, puntilloso, metódico...”. No. No es un tipo duro. Es vulnerable y un poco tímido.

Es un tipo sincero, cercano, amable e inteligente, que ha pasado de ser un excelente amigo a... algo más.

Tengo suerte de tenerle a mi lado, he tenido mucha suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario