jueves, 21 de abril de 2011

EL CLÁSICO




Fué un partido digno de final de copa, con los dos mejores equipos del mundo frente a frente y millones de espectadores siguiéndolo desde todo el mundo. Los ingredientes necesarios para ver un maravilloso espectáculo que no dejó impasible a nadie. Conceptos distintos por una vez puestos sobre el bien cuidado césped se entremezclaron formando un perfecto conglomerado de lo que tiene que ser un partido de fútbol de primer nivel y mostrarnos lo básico que se necesita para ser el foco de atención mundial durante dos horas.

Sobre el verde, la magia y la belleza de un Barcelona de memoria sin renunciar a su patrimonio más cuidado y la música de una orquesta dispuesta a ofrecernos su mejor sinfonía; enfrente, el aspirante blanco, la creencia en unos principios de competitividad y la fe puesta al servicio de unos maravillosos jugadores que confiaron ciegamente en quien les dirige y que sacaron los principales valores que cualquier deportista debe exponer ante semejante acontecimiento, la creencia en sí mismos y la fe en la victoria, no sentirse inferior a quienes son superiores y luchar por derrocar la evidencia, la fe y la lucha.

En el aire un baremo de ecuaciones tácticas de ataque y contraataque, defensa y espacios, velocidad de arranque, sorpresa y bandas, presión individual y por lineas o de nuevo abrir el libro de lo aprendido y perfeccionado durante años y poner en solfa la maquinaria inventada. El arte frente al espíritu, la sabiduria frente a las ganas, la química frente a la física y en el círculo central la creencia de ser el mejor o la posibilidad de llegar a serlo.

Marcelo esta vez si movió rápido y se lo dispuso a Di Maria que esta vez, si estuvo acertado e internándose por la banda izquierda y cuando ya veía la linea de fondo sin mirar elevó el esférico al segundo palo, donde Cristiano se autoimpulsó en el aire de forma bella y perfecta, elevándose hasta el cielo de Valencia en unas décimas de segundo para mostrar a los niños, volando como una gacela y sin quitar sus ojos al balón que llegaba certero, exacto, medido.... Testó su frente con toda la fuerza de su alma en el cuero y lo dirigió con la fuerza precisa en una parábola antológica lejos del alcance de Pinto camino de la red.

Estallaron miles de gargantas a la vez que el portugués liberaba la suya extraida de esa fuerza extraña que nos sale del alma cuando conseguimos aquello que hemos soñado siempre, la mitad del estadio saltó al unísono de millones de personas que en sus casas acompañaron ese segundo de algarabía, antes de que sus compañeros lo engulleran bajo sus cuerpos en un grito inenarrable de emoción contenida y rabia.

Un niño gritaba sin parar, repitiendo la palabra mágica una y otra vez, mientras se abrazaba con voz temblorosa a su padre y agitaba su bandera al viento, gol, gol, gol, ha sido gol, gritaba y gritaba demacrado mientras su voz se perdía en un bosque inanimado de gargantas que repetían su mismo estribillo, su cuerpo volaba por encima de su alegría desbordada por cientos de brazos agitados al viento y perdiendo la noción de su espacio solo alcanzaba a estrellar aún más su grito entre la muchedumbre enfervorizada.

Enfrente, en la otra punta del estadio, un niño se había quedado con la boca abierta, mudo, mientras se echaba las manos a la cara como no queriendo mirar hacia el campo, se habia detenido en su memoria un segundo antes la angustia de aquel remate mientras hacia el asomo de detenerlo de la manera que fuese, miró a su alrededor y solo vió desolación, silencio, manos sobre la cabeza e incipientes lágrimas de rabia y de dolor, la emoción le angustiaba, tragó saliva cuando de pronto comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos, miraba con angustia a su padre buscando la protección que necesitaba y el calor que se le había helado en esa décima de segundo, todo su alrededor contenía desolación.

Con el plato de la ensalada acabada, la tabla de quesos terminada y los envases de las coronitas interponiéndose entre el cenicero y las servilletas elevamos la vista hacia el plasma, un grito me salió del alma, mientras mi amigo miraba hacia otra parte con resignación callada, ella me miraba y sonreía, de pronto se hizo un silencio difícil y pausado mientras no quitábamos la vista del televisor, por dentro me repetía bien, bien, bien..... y miraba la hora. Mi amigo sonreía forzado mientras pensaba la respuesta que le daría a su abuelo ante la incipiente llamada que minutos después sabía que le haría. Su abuelo... tambien era del Madrid.

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