Son horas de vestidos de verano y cenas al fresco en el porche, de helados y ensaladas, de paseos por la playa mirando el mar en calma, precioso y envolvente bajo la atenta mirada de la luna o de ver dispararse hacia el cielo un sinfín de fuegos artificiales, verlos abrazados desde la terraza y perdernos en la noche acompañados de miles de estrellas.
miércoles, 29 de junio de 2011
MAR EN CALMA
Son horas de vestidos de verano y cenas al fresco en el porche, de helados y ensaladas, de paseos por la playa mirando el mar en calma, precioso y envolvente bajo la atenta mirada de la luna o de ver dispararse hacia el cielo un sinfín de fuegos artificiales, verlos abrazados desde la terraza y perdernos en la noche acompañados de miles de estrellas.
martes, 28 de junio de 2011
CALOR
Hay días en los que el calor no deja que te muevas. Te atrapa y te deja hecha un trapo en el sillón, sin ganas de hacer nada, con una sensación de pérdida de tiempo total... Así estoy yo hoy. Me pesa todo el cuerpo.
No es un calor sudoroso, es un calor que te inunda, seco, que te sale desde dentro e imaginas que eres una estufa portátil. Te da dolor de cabeza y te embota los ojos... casi estás a punto de estallar, pero eres incapaz de moverte. Lo veo todo amarillo.
Tengo la piscina enfrente y no me apetece ni moverme para ir a refrescarme!! Así que, ante tal panorama lo único que puedo hacer para no entrar en combustión espontánea y empezar a arder como por arte de magia, es intentar quemar algunas calorías... Uf! Qué complicado! Quemar calorías para aliviar el calor... un poco incongruente me parece esta idea, pero es la única que se me ocurre para tener menos calorías pululando por mi cuerpo!! Además... al quemar calorías se suda, y lo que menos me apetece ahora es sudar... Y quemar calorías sin moverse... es posible? Pensar quema calorías? Porque lo único que puedo hacer ahora es pensar... El calor no me deja hacer nada más. Y comer picante? Hay quien afirma que comer picante alivia el calor... al igual que beber té ardiendo en el desierto, y seguramente será verdad (la verdad... no pienso comprobarlo ahora.... puede que cuando caiga el sol...).
Pensar con claridad con un ataque de calor como el que ahora mismo me invade no es fácil (se me nota mucho, lo sé; no hacía falta que lo dijese, pero... ya está dicho, y tampoco tengo ni ganas de darle al “borrar”), así que tendré que pensar con turbiedad...
Y qué se me ocurre pensando turbiamente? Pues se me ocurre que estoy bien, que me gusta el verano y el calor, y verlo todo turbio, y cansarme de verlo todo turbio y sacar fuerzas de donde pienso que no las tengo, y salir a la piscina como una zombie arrastrando la toalla y dejarme caer en el agua, sin pensar en que puede que me lleve un susto tremendo por el enfriamiento espontáneo, y empezar entonces a pensar con claridad. Sí, me gusta el verano y el calor.
Me gustan las noches de verano, y los granizados, y la playa por la noche (la playa por la noche? He dicho yo eso?... sólo me he bañado en el mar dos veces por la noche y casi me muero del agobio de pensar en el pulpo gigante!), y los niños gritando en la piscina a la hora de la siesta (he vuelto a decir una tontería?), y las patatas fritas con coca-cola al borde del agua (esto no es ninguna tontería!).
Y ya son las ocho y cuarto, y creo que me voy a levantar a darme una ducha fresca, untarme de crema con algún aroma cítrico, ponerme un vestido de verano y sentarme en el porche a esperarte. Tenemos ensalada para cenar, ya lo sabes.
jueves, 23 de junio de 2011
LA HOGUERA
Estoy esperando, sentada en la arena de la playa con los brazos abrazándome las rodillas. Se acerca la hora y los nervios empiezan a hacer acto de presencia en mi estómago. Todo mi cuerpo se balancea al ritmo de las olas...Sé que algo va a suceder, quiero que suceda y sucederá.
La noche es tranquila, corre una ligera brisa y el silencio me envuelve. Miles de estrellas son las únicas testigos de mi presencia en la playa. Sólo ellas y yo sabemos lo que pasará a partir de este momento.
Lo tengo todo preparado. Todo está donde debe estar, amontonado, sin orden... He sacado de mi mochila todo lo viejo de este año, todo lo inútil, lo inservible, lo sucio, roto, polvoriento, lo podrido, lo remendado, las malas herencias... todo.
Desde donde estoy miro esa pila de sentimientos y objetos amontonados y mis ojos no pueden evitar hacerme recordar todo lo sucedido durante este tiempo. Un año... sólo un año... todo un año!!
Viéndolo desde la distancia parece que hay cosas que no han sido tan graves, y seguramente no lo han sido, porque puedo mirarlas con una sonrisa, pero es una sonrisa de quien sabe que algo que no le gusta se va para no volver. Es una sonrisa de alivio, de tranquilidad. Hay otras cosas que miro con asco y con desprecio, con rencor, casi con odio, pero también esos sentimientos están amontonados en un rincón de mi hoguera. No quiero volver a sentirlos nunca más. Veo mentiras, veo egoísmo, cinismo...
He vestido un gran muñeco de trapo con unos vaqueros y un polo azul marino, porque siempre va vestido así, con el pelo cano sobresaliendo de su pasamontañas de cobarde y un chupete en la boca, porque es un niñato malcriado y consentido. En una mano lleva un canuto de maría y en la otra un cubo de basura, en el que debería estar él metido en lugar de haberlo arrojado con rabia rompiendo lo poco que nos unía. Ira... tras sus gafas, sus ojos reflejan ira, una ira con la que me miró el día en que le dije que no aguantaba más. Y aquel empujón también está junto a él, igual que el miedo y la impotencia.
Le voy a quemar en mi hoguera, y voy a saltar tres veces sobre él, para que lo tenga claro. Voy a quemar sus reproches, sus envidias, las noches sin dormir, sus borrones de dos días, mis agobios, mis “le daré otra oportunidad”, mis horas conduciendo por no volver a casa...
Y es la hora. Me levanto y me quito el pelo de la cara. Miro por última vez ese montón de cosas inútiles y enciendo la cerilla...
La pequeña luz de la llama va iluminando poco a poco todo lo que toca. Destruye a la vez que purifica. Se va haciendo grande y el rojo anaranjado de las llamas iluminan mi cara. Noto el calor... todo arde. Fuego y luz. Lentamente y sin remedio todo desaparece dentro del rojo intenso. No quiero que quede nada. Me quito la ropa y la echo a las llamas...
Corro feliz alrededor del fuego que todo se lo lleva, y yo me dejo llevar por su calor, que cada vez es más fuerte, como los latidos de mi corazón. Entonces salto por encima de las llamas para que el fuego también purifique mi cuerpo y mi alma.
Todo va desapareciendo poco apoco hasta que sólo quedan unas cuantas cenizas que son arrastradas por la brisa.
Y ahora empezaré de nuevo desde esas cenizas. Nada va a volver... Nada va a ser como antes.
Me voy sonriendo, sin mirar atrás, con la mirada hacia el futuro y me pierdo en la oscuridad. Me vuelvo a sentar en la arena a mirar las estrellas, pero ya no estoy nerviosa, estoy aliviada, tranquila, respiro hondo y dejo que mi corazón se vuelva a acompasar.
Mi mochila ha dejado de pesar.
miércoles, 22 de junio de 2011
LA CARTA DE AMOR MÁS BONITA DEL MUNDO
La empecé diciendo lo guapa que pensaba que era y lo sonrojado que me pondría en aquel momento cuando notase que me había mirado, describí el sueño de verme toda la vida con ella y como me la imaginaba. Durante años la seguí rellenando de cosas bonitas, recuerdo cuando soñé con aquel primer beso en la playa aquel día que jugásemos a la botella y lo azorado del momento, como describí con detalles aquella tarde y lo que sentiría por ella, creía que le estaría escribiendo al amor de mi vida. Relaté la frecuencia de nuestros enfados y pensaba que siempre eran por tonterías, que si había mirado a no sé quien, que si era mentira y así pasaban mis dedos describiendo mi carta entre reproches y reconciliaciones, pero no podía dejar de escribirle en cada momento todo lo que estaría sintiendo por ella.
Pasaron los años, y yo seguía escribiendo mi carta de amor sin dejar de hacerlo ni un solo día. Empecé a describirla y a hablar de sus manos, de su boca y de sus ojos, de su cuerpo y de las cosas que nos estarían pasando, de lo que pensaría de ella y del porqué me estaría enamorando y le diría que quería que lo nuestro no acabase jamás, le hablaría de mis cosas, de mis inquietudes, de mis amigos y de cómo la veía a ella. Le empezaba a hablar de amor y de sensaciones, de lo que pensaría cada noche al regresar a casa y de aquellas llamadas interminables de teléfono donde ponía que no tenía nunca ganas de que acabasen aunque no nos dijéramos nada.
Al cabo del tiempo le escribiría de nuestros sueños, le hablaría de planes y de lo bien que me hacía sentir con aquellas profundas conversaciones a la luz de la luna, le hablaría sobre nuestros trabajos, de nuestros viajes juntos y le hablaría de recuerdos, de lo feliz que me hacía sentir y de lo especial que estaba siendo para mí. Le relataría nuestras primeras vacaciones juntos o la ilusión por nuestra primera casa y de cómo salimos adelante con todos aquellos inconvenientes que nos iban surgiendo y como los íbamos superando apoyándonos el uno en el otro. Les escribiría versos y me inventaría alguna poesía. Le describía aquellos maravillosos momentos íntimos y lo mucho que me hacía disfrutar y lo bien que lo pasábamos, cuando al levantarnos nos tomábamos el desayuno en la cama y lo bien que me hacía sentir a cada momento.
Paso a paso iba describiendo todos mis sentimientos hacia ella y la admiración que cada día más le sentía, lo tremendamente feliz que me hacía y las ganas que siempre tenía de verla, de hablar con ella, de encontrarme con ella, lo maravillosa que me parecía y la tremenda suerte que tuve al haberla encontrado.
La carta, ya era muy grande, pero no por las palabras que contenía sino por las cosas que contaba y lo que significaban, a fin y al cabo, las palabras solo eran excusas para dibujar realmente lo que se pretendía con ellas, su respuesta.
Durante mi vida he conocido a muchas personas, pero jamás me atreví a entregarle a ninguna mi carta. Un día conocí a una persona, y por fin me decidí a entregársela. Habíamos quedado y esa noche estaba decidido a entregársela porque había creído que ella era la persona a quien le había estado escribiendo toda mi vida. En ella ví todo el contenido de los sentimientos y los deseos de mi carta. Cuando me disponía a sacarla de mi bolsillo, me dijo que teníamos que hablar, que necesitaba marcharse y emprender un nuevo viaje. Recuerdo que con mis manos la apretujé todo lo que pude haciendo una bolita de papel con ella, al final ni se enteró, me la volví a guardar apretujada y corroída por la rabia de ese momento.
En ese momento algo me despertó. Había sido una jornada agotadora y me había quedado profundamente dormido. Miré el teléfono, había un mensaje de ella que me decía, “durmiendo supongo”. Le contesté, pero ya era muy tarde. Recuerdo que me levanté con dolor de cabeza y apenas recordaba de manera difusa algo así como que la carta de amor más bonita del mundo, jamás había sido leída.
Ni escrita. No existía. Solo había sido un sueño.
lunes, 20 de junio de 2011
IRREVERSIBLE REALIDAD
viernes, 17 de junio de 2011
DIECINUEVE MINUTOS
MALAS COMPAÑÍAS
Hoy estoy con Desidia, Hastío y Desgana. Son una pandilla de indeseables. No os recomiendo su compañía.
Se lo he comentado a un amigo y me dice que de Desidia y Desgana ha oído hablar bastante mal, pero que Hastío suele tener como una pose aristocrática que no le disgusta. No sé...
Desidia... sí. Es una que se me ha pegado y que no puedo deshacerme de ella. Es pesada hasta la saciedad. Se apoya en mi todo el rato y no me deja moverme. Creo que me está pegando su indolencia...Me importa todo un comino, me da igual si voy o vengo, estoy por que tengo que estar, por inercia. La galbana se ha apoderado de mi y me siento completamente indolente. Todo me da pereza y no me apetece nada. Floto. Todas mis contestaciones son iguales: “Bueno... Me da igual...”
Desgana... sí, también ella quiere hacerme compañía hoy y se ha acoplado a mi lado. Así que por su culpa, cualquier cosa la hago porque no tengo más remedio, porque apetecerme no me apetece nada. He perdido hasta las ganas de comer. Desgana, sí. No me apetece ni escribir y supongo que se nota el desinterés. Me gustaría poderle dar esquinazo, porque además va mal vestida y dudo que se haya duchado, pero mucho me temo que no va a ser posible, porque ha llamado a su hermano Tedio y se están haciendo fuertes a mi lado.
Y Hastío... el aristócrata! Ya... Bueno... Es un poco empalagoso y me da la lata hasta la saturación. No dice más que estupideces... estoy cansada de él. Lo único que me apetece es estar tirada o bueno, por aquello del toque aristocrático, reclinada sobre el sofá esperando a que se le ocurra irse por fin.
No se si el calor y el principio del verano tienen algo que ver o si lo que tengo es un bajón que necesitaba tener y no tuve. Puede que todo sea lógico, pero me da miedo. No me gustaría dejarme llevar por la situación y acomodarme en este estado de laxitud...
Y me temo que Tristeza está escondida detrás de las cortinas...
Qué pereza me da todo...
jueves, 16 de junio de 2011
TERCER DIA
El día amaneció gris, con amenaza de tormentas.
No fue un buen día... no lo fue. Fue de esos días en los que mejor me hubiera quedado en la cama cuando sonó el despertador.
Por si lo de las tormentas no hubiera bastado, se rompió la radio de mi coche, los limpias no funcionaban correctamente, la carretera estaba llena de baches y de barro, me salió al encuentro un autoestopista borracho y lisiado que se abalanzó sobre mi coche y casi me hace perder el control y estrellarme contra un árbol, todos los bares de carretera que me encontraba estaban cerrados, y a cambio encontré atascos, mi móvil no sonaba cuando quería que sonase y sí lo hacía cuando prefería que estuviese en silencio....
Yo me sentía extraña, porque me di cuenta de que las desgracias me estaban aliviando. Eran como pequeños o grandes paréntesis en mi cabeza. Me mantenían ocupada y mantenían alerta mi mente. Fue un día extraño y especialmente duro, pero me alivió tener que pensar en otras cosas.De todas formas tanto caos a mi alrededor hizo que me olvidase por unas horas del sentido de mi viaje. No podía pensar más que en que ya no podría oír música, en que debía centrarme en arreglar mi coche si quería continuar, en que lo que sucedía cerca de mi me estaba poniendo a prueba sin yo poder hacer nada por evitarlo. No pensaba, sólo pasaba pruebas una detrás de otra sin pensar. No tenía tiempo.
Las pequeñas o grandes desgracias se habían alineado delante de mi formando un gran eclipse que lo oscureció todo. Putoeclipse!
Sólo quería que terminase el día, pero el día se empeñaba en no terminar y en seguir mandándome una prueba tras otra.
Cuando por fin anocheció me di cuenta de que el tiempo había pasado muy rápido, que todas esas horas en las que parecía que era incapaz de avanzar ya formaban parte del pasado, estaban atrás, y aunque muchas de las “catastróficas desdichas” había sido incapaz de solucionarlas, me encontraba bien porque por lo menos había sido capaz de hacerles frente.
Había pasado un día de preocupación, nervios, rabia, tristeza, melancolía, impotencia... Necesitaba soltar todo el lastre acumulado a lo largo del día y sólo se me ocurrió una forma de hacerlo: acercarme al puerto.
Cuando llegué, me senté en el muelle con los pies colgando sobre el agua, respiré hondo y empecé a mirar los mástiles de los veleros balancearse. No sé qué tiene el Mar... pero conseguí ir a dormir con una sonrisa.
Hoy no me duele la cabeza.
miércoles, 15 de junio de 2011
CAMINOS
SEGUNDO DIA
Anoche, cansada de tanta lluvia, paré a dormir. Tenía los ojos enrojecidos por el cansancio y el sueño, y me dolía todo el cuerpo. Había estado todo el día conduciendo bajo la lluvia, pensando, recordando, intentando tomar decisiones. Me dolía la cabeza. Necesitaba parar un poco.
Los nervios del comienzo del viaje empezaban a desaparecer, pero la tensión había hecho mella en mi alma y en mi cuerpo.
Seguía sin saber a dónde me dirigía. Había estado pensando en tomar varios caminos que había visto o había creído ver, pues la insistente lluvia no me mostraba con claridad el camino. Era una lluvia espesa, densa, pesada, continua, que volvía la luz de un color gris plomizo.
Al final del día estaba cansada, muy cansada. Me tumbé en la cama con la esperanza de poder descansar un poco, pero aunque mi cuerpo lo agradeció, mi mente seguía ocupada buscando un destino.
Mi suerte estaba echada, no podía volver atrás, pero los recuerdos a veces gastan malas pasadas y aunque no quería, no tenía fuerzas para luchar contra las imágenes que volvían a mi retina. Una tras otra, esas imágenes iban apareciendo, haciéndome recordar, y preguntándome por qué me había ido.
No había reproches, no había tristeza, no había soledad, ni malas pasadas, ni palabras inconvenientes, ni traiciones o engaños... Por qué entonces había salido huyendo? Por qué había necesitado irme? No sabía si tenía dudas, si empezaba a arrepentirme nada más empezar mi viaje.
Miré mi mesilla de noche. El móvil estaba allí, sin señales de nada, inerte, completamente negro... Fue entonces cuando mandé aquel mensaje. Necesitaba saber algo, lo que fuese... una mínima prueba de que lo que había dejado atrás seguía en su sitio, en orden. La idea de haberme marchado casi sin despedirme, por sorpresa, arrancándome de un lugar seguro para adentrarme en esta especie de sinsentido hacía que los remordimientos y la tristeza no me dejasen descansar.
La respuesta que recibí no fue tranquilizadora al principio, las cosas no estaban bien y yo tampoco lo estaba. Rompí a llorar. Estaba sola por fin, como deseaba, y entonces... por qué lloraba? Por qué había estado todo el día confundiendo mis lágrimas con la lluvia?
Tenía miedo, pero vi el saco pequeñito, ese que llevaba en el bolsillo y casi sin querer, sonreí. Me tranquilizó mirar aquel saquito. Eran las doce de la noche y mirándolo, me dormí.
He despertado con la primera luz que ha entrado por la ventana. Mi dolor de cabeza sigue ahí.
Hoy el día ha amanecido gris. La lluvia no es constante, son tormentas. Deja de llover y al rato, sin motivo aparente las nubes vuelven a descargar con rabia. Sigo con mi viaje, tengo que seguir.