jueves, 25 de agosto de 2011

BAJO EL PUENTE DE MADISON


  
Mirada frágil y de cristal, que de recuerdos sobreviven tus horas, siento como abres el libro cada noche y te asomas a la ventana, mirando  la lejanía no esperando nada suspiras sin rencores conocidos, tal vez errores que nunca cometiste te maldices por nada y te sientes impotente ante el tiempo que pasa entre silencios envenenados, noto como miras tus horas sin esperarlas siquiera, ajena a todo y a nada nunca te acostumbras por más que quieras, y ese nudo en la garganta que cada noche se te olvida cuando miras a través de esos cristales rotos.
  
Amanece cada día en  espera de  nada, ilusiones rotas por trozos diminutos que poco a poco fueron sangrando tu herida, levantas tu rostro entristecido por la soledad de la noche mientras calientas tu sorbo y empiezas a abrir tus ventanas. La soledad  acecha tus cristales y la nostalgia de cada paso, de cada mirada, de cada recuerdo se te clava en el alma, aguantas la embestida de tus días y te haces fuerte entre palabras silenciosas o esperanzadoras llamadas que te saquen de tu rutina.

Una llamada a la calma, una palabra de ánimo, un grito de rabia o un porqué te acompaña de vez en cuando y coges las llaves de tu coche y te vas hacia la playa a mirar las olas, a mirar el horizonte para no ver nada, ni oir nada, ni sentir nada. No puedes, te convences de que no puedes intentando engañar al tiempo pero no puedes. Te gustaría correr, gritar, pero te mantienes inmóvil, parada delante de ti mismo esperando a qué. Una lágrima te resbala de rabia por los ojos mientras el nudo en la garganta de nuevo aparece y no te deja respirar, ni hablar, ni pensar.

Tal vez cogiste el tren equivocado, o tal vez te bajaste en la estación errónea, el humo ya dejó de salir y la sirena de sonar, andas solitaria entre asfaltos inhumanos, miras escaparates intentando soñar con probarte al menos aquel sombrero, y te ves reflejado a través de él, tienes miedo de que también se rompa como se rompieron aquellos sueños, te aferras a la vida de un reloj malvado que juega contigo y que te engaña. Amanece cada día entre cristales rotos y cada día te asomas mirando la lejanía. Tu silencio te delata y te oprime la rabia cuando ese nudo en la garganta cada cierto tiempo asoma. Solo es miedo, terror al infinito de un extraño viaje que nunca has elegido.

Traficas con tus pensamientos chocándolos con nubes que ni siquiera sabes si existen, te apartas del cielo y te recoges bajo tu techo al amparo de tu propio silencio, te escondes de ti culpándolos a ellos de vivir siempre detrás de ti, persiguiéndote, amenazándote, agachas la cabeza y aprietas los labios con rabia mientras vidrian tus ojos y te vas a por un nuevo papel sobre el  que escribir tu soledad. Deslizas la tinta con decisión y hasta puede que te sientas mejor, lees y callas, mientras de nuevo sientes sobre ti un nuevo nudo en tu garganta.

Te callas y te alejas, te despides con la mano minuto a minuto como si de una carrera contra el tiempo se tratase, solo la huella de tus dedos se agarran a la ventana mientras tu cabeza de nuevo se asoma, la escarcha de la noche los dibuja apretados mientras su silencio empieza a mostrar su huella, noche solitaria de pensamientos encontrados frente a frente contra cristales rotos mientras un nudo de nuevo aprieta fuerte sobre mi garganta.  

 Llega la hora de subir a ese tren, la noche cae y el frío arrecia junto a la lluvia, escondido tras paredes olvidadas le ves partir y perderse en la oscuridad, cuando llegue ya habrá amanecido y de nuevo al recordarlo sentirás sobre tu garganta el silencio de aquellos cristales rotos.

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