martes, 16 de agosto de 2011

CORTEO



   Corteo es un guiño a la vida través del sueño de un payaso imaginando su propia muerte. La evocación a su propia resistencia de entrar en el cielo y dejar abajo lo que ha sido toda su vida rememorada a través de sus amigos,  de su infancia, de sus amores, sus penurias pero sobre todo sus alegrías. Es un grito de socorro a no querer partir, alentado por ángeles que le custodian su propio viaje se resiste a dejar la algarabía y felicidad que ha supuesto su paso por la vida.

Es un homenaje a la nostalgia y a los recuerdos, un viaje al pasado que nos traslada a todos los que le acompañamos en ese momento durante las dos horas que dura su funeral. Es una invitación que nos hace, quizás, en el último suspiro de su vida a participar de lo que ha sido toda su aventura y de la que nos quiere hacer partícipes. No quiere irse solo, sino que quiere llevarse con él todas sus vivencias y quiere que las conozcamos. Quiere invitarnos a su  muerte a través de su propia vida, y sube y baja sin atreverse a entrar al cielo sin antes cerciorarse de que nos ha hecho igual de felices a como él lo ha sido.

Es un continuo trasiego de viajes entre el cielo y la tierra, sabiendo que llega su hora y se resiste a dejar lo mucho que ha vivido aquí en el suelo, quiere llevarse si ha de irse sus mejores recuerdos, y para ello nos muestra un sueño en forma de carnaval y de fiesta donde nos hace cómplices de su propia ilusión. La convicción es tal que nos la creemos, y mientras bailamos y cantamos, nos reímos con él, nos mete en la propia fiesta de su vida nos va dejando pinceladas de lo dura que ha sido y una cierta nostalgia entrevemos en sus ojos.

Nos rodea de sus mejores amigos, perfectamente entregados, nos los regala por unos minutos y nos convencen con su confianza y su propia perfección. Arriesgan, vuelan, transgreden, escenifican el riesgo por lo bello dándonos lo mejor de sí mismos. Hay momentos en que incluso nos hacen sufrir, como cuando se lanzan a unas simples manos que les recoja después de haber volado por el mismo cielo, es lo más cercano al “Paraiso” que jamás se haya podido contemplar,  el sentirte cogida después de volar sobre el vacío y notar que unas manos fuertes te aprisionan y no te dejan vencer a quince metros de altura.

  Nada más entrar al funeral nos regalan un disfraz  a cada uno, como si de un baile de máscaras se tratase y nos trasladan dos siglos atrás sin movernos de nuestro asiento, yo me elegí  el del payaso blanco que abría el desfile y no pude evitar perder de vista su sonrisa en toda la noche, y así cada uno elegimos  el que quisimos, todos estaban allí, junto a nosotros para poder elegirlos, cercanos, corriendo y paseando entre nosotros, los podíamos tocar.

 Las luces, la música nos amenizó el viaje hasta aquel universo de arte, de excelencia, de esfuerzo, de creatividad en un viaje sin retorno hasta que se encendieron las luces; mientras,  en nuestro viaje  utilizamos distintos medios, camas que se elevan, bicicletas que vuelan, lámparas que nos atrapan mientras distintas hadas nos vigilan desde arriba y custodian nuestros sueños.
  
Pude ver a través de mi viaje a esa pareja  que danzaba acrobáticamente o esa pareja de enamorados liliputienses cantar a la luz de la luna, o a Valentina viajar en globos gigantescos impulsada por manos inocentes, o aquella marioneta que cobraba vida. Las viejas canciones en inglés o en italiano, al grandullón que hacía de tenor, pero sobre todo la sonrisa de aquel payaso cada vez que se escapaba del cielo para volverse aquí con nosotros  de nuevo. 

Como resistiéndose a morir.

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