jueves, 23 de junio de 2011

LA HOGUERA

Estoy esperando, sentada en la arena de la playa con los brazos abrazándome las rodillas. Se acerca la hora y los nervios empiezan a hacer acto de presencia en mi estómago. Todo mi cuerpo se balancea al ritmo de las olas...Sé que algo va a suceder, quiero que suceda y sucederá.

La noche es tranquila, corre una ligera brisa y el silencio me envuelve. Miles de estrellas son las únicas testigos de mi presencia en la playa. Sólo ellas y yo sabemos lo que pasará a partir de este momento.

Lo tengo todo preparado. Todo está donde debe estar, amontonado, sin orden... He sacado de mi mochila todo lo viejo de este año, todo lo inútil, lo inservible, lo sucio, roto, polvoriento, lo podrido, lo remendado, las malas herencias... todo.

Desde donde estoy miro esa pila de sentimientos y objetos amontonados y mis ojos no pueden evitar hacerme recordar todo lo sucedido durante este tiempo. Un año... sólo un año... todo un año!!

Viéndolo desde la distancia parece que hay cosas que no han sido tan graves, y seguramente no lo han sido, porque puedo mirarlas con una sonrisa, pero es una sonrisa de quien sabe que algo que no le gusta se va para no volver. Es una sonrisa de alivio, de tranquilidad. Hay otras cosas que miro con asco y con desprecio, con rencor, casi con odio, pero también esos sentimientos están amontonados en un rincón de mi hoguera. No quiero volver a sentirlos nunca más. Veo mentiras, veo egoísmo, cinismo...

He vestido un gran muñeco de trapo con unos vaqueros y un polo azul marino, porque siempre va vestido así, con el pelo cano sobresaliendo de su pasamontañas de cobarde y un chupete en la boca, porque es un niñato malcriado y consentido. En una mano lleva un canuto de maría y en la otra un cubo de basura, en el que debería estar él metido en lugar de haberlo arrojado con rabia rompiendo lo poco que nos unía. Ira... tras sus gafas, sus ojos reflejan ira, una ira con la que me miró el día en que le dije que no aguantaba más. Y aquel empujón también está junto a él, igual que el miedo y la impotencia.

Le voy a quemar en mi hoguera, y voy a saltar tres veces sobre él, para que lo tenga claro. Voy a quemar sus reproches, sus envidias, las noches sin dormir, sus borrones de dos días, mis agobios, mis “le daré otra oportunidad”, mis horas conduciendo por no volver a casa...

Y es la hora. Me levanto y me quito el pelo de la cara. Miro por última vez ese montón de cosas inútiles y enciendo la cerilla...

La pequeña luz de la llama va iluminando poco a poco todo lo que toca. Destruye a la vez que purifica. Se va haciendo grande y el rojo anaranjado de las llamas iluminan mi cara. Noto el calor... todo arde. Fuego y luz. Lentamente y sin remedio todo desaparece dentro del rojo intenso. No quiero que quede nada. Me quito la ropa y la echo a las llamas...

Corro feliz alrededor del fuego que todo se lo lleva, y yo me dejo llevar por su calor, que cada vez es más fuerte, como los latidos de mi corazón. Entonces salto por encima de las llamas para que el fuego también purifique mi cuerpo y mi alma.

Todo va desapareciendo poco apoco hasta que sólo quedan unas cuantas cenizas que son arrastradas por la brisa.

Y ahora empezaré de nuevo desde esas cenizas. Nada va a volver... Nada va a ser como antes.

Me voy sonriendo, sin mirar atrás, con la mirada hacia el futuro y me pierdo en la oscuridad. Me vuelvo a sentar en la arena a mirar las estrellas, pero ya no estoy nerviosa, estoy aliviada, tranquila, respiro hondo y dejo que mi corazón se vuelva a acompasar.

Mi mochila ha dejado de pesar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche

te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra

del infinito mar viene tu asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo

tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.

Mario Benedetti

Publicar un comentario