jueves, 2 de junio de 2011

MISS SARAJEVO

  
Atardece en Amsterdam. Acaba de marcharse mi amiga Inga y me he quedado pensativa asomada a la ventana sin querer reviviendo la nostalgia de aquellos días que pasamos juntas y que cambiaron nuestras vidas. Ha venido a visitarme como cada vez que viene a Holanda y como casi siempre terminamos hablando y recordando de lo mismo. Nicolai y Viktor hoy han pasado el día fuera, por lo que no he podido evitar sacar del armario mi viejo álbum de fotos una vez más y poner mi canción preferida, no he podido evitar una vez más que mis pensamientos volasen sin remedio hasta aquel día.

Lo recuerdo como si fuese ayer, como si aquel 29 de mayo de mil novecientos noventa y tres se me quedara grabado para siempre en mi memoria y en la de mi pueblo. Esa noche había dormido bastante mal, apenas había podido conciliar el sueño por los intensos bombardeos que se produjeron, pero aparte los nervios se adueñaron de mí y no sabía como pararlos, casi tenía el presentimiento de que aquel día iba a ser muy importante para mi madre.

Ella había insistido en que participase, me empujó a apuntarme y la veía esperanzada en aquel día. Siempre había insistido en que a pesar de todo lo que nos estaba pasando siguiéramos haciendo de nuestra vida la cosa más normal del mundo. Por eso no dejé ni un día de asistir a clase a pesar del peligro que ella sabe que corríamos todos, era como una obsesión no solo de mi madre, sino de todos los vecinos de Dobrinja .

Por eso, cuando se enteró del concurso, no dudó en apuntarme incluso sin consultarme, y sabiendo que mi estado físico no era el adecuado ya que se me dibujaban las costillas de lo delgada que me había quedado, aunque luego durante los ensayos pude comprobar que todas las que participamos estábamos igual. Durante los ensayos de esa semana había conocido a las otras chicas y también allí fué donde conocí a Bill, que fué quien habia organizado todo el concurso. Bill se había instalado allí desde que murió su novia en un terrible accidente de coche y se integró en nuestro pueblo como si fuese uno más de nosotros. Era periodista y trabajaba en televisión, estaba obsesionado con que el mundo conociese nuestra verdadera realidad.

Recuerdo la humedad y la oscuridad de aquel sótano y la sensación de soledad que nos invadía durante los ensayos en aquel extraño local, sin embargo el día del concurso aún recuerdo la emoción que nos invadió a todas al ver el sótano repleto de tanta gente, de tantos vecinos y periodistas. Estábamos realmente nerviosas, pero sobreexcitadas y esperanzadas, me emocioné al ver a mi madre allí al fondo, me emocioné cuando entre todas dimos nuestro consentimiento para sacar aquella pancarta, me emocioné al comprobar como aquel fotógrafo no me quitaba la vista de encima en ningún momento, fue una noche de muchas emociones.

No pude evitar derramar mis lágrimas cuando oí lanzar mi nombre sobre todas aquellas cabezas ni al sentir el abrazo emocionado de todas mis compañeras, recuerdo a Inga llorar como si hubiese ganado ella. Al salir de nuevo al escenario ví a mi madre llorar emocionada y le volví a mirar a él, que no dejaba de sonreirme. Era alto, rubio y tenia aspecto de cansado, se notaba los efectos de la guerra, su atención en mí me alteró bastante, y no pude evitar mi mirada mientras recibía todos aquellos aplausos. Aún retumbaba mi nombre en forma de eco, repetido en mis oídos sin llegar a creérmelo, cuando oí ese silencio y de pronto de ese micrófono atronador sonó aquel seco Inela Nogic. Me quedé muda por momentos hasta que mis compañeras se abalanzaron hacia mí llorando de alegría. Aún permanecía en el escenario oyendo todos aquellos aplausos y mirándole instintivamente a él cuando veo venir a todas mis compañeras hacía mi.

La desplegamos emocionadas y aquella ovación que se me dispensaba de pronto se amplificó por todo el sótano de una forma atronadora, recuerdo apagarse y encenderse flashes de manera vertiginosa, nos asustamos un poco de repente viendo que aquella sonora ovación no cesaba, vi la rabía contenida en todos aquellos rostros y esa súplica esperanzadora en todas nuestras manos que sujetaban aquella sencilla leyenda: "Don't let them kill us".

En medio de aquel emotivo momento, recuerdo que alguien me colgó la banda por la cabeza, me pesaba tanto como tanto me hacía volar en aquel momento de manera que nunca percibí haber recibido ninguna corona y ni siquiera recuerdo si la hubo. Si que me acordaré siempre de un precioso ramo de flores.

Poco a poco fuimos adentrándonos en el improvisado camerino, cuando oigo mi nombre, al volver mi vista atrás le veo que es él quien me llama de forma nerviosa, y me pide unas palabras en un más que aceptable inglés. Noté su tensión de la misma forma que él pudo notar mi nerviosismo y mi sorpresa, su pregunta fué directa mientras me miraba a los ojos y notaba algo en aquella mirada, mi respuesta no se hizo esperar, me salió desde dentro y sentí quizás haber sido tan explícita pero era lo que en ese momento sentía. Recuerdo perfectamente sus palabras, no pensé exactamente en su intencionalidad, y ante aquel “que planes tenía para el día siguiente” no pude contenerme cuando se lo dije: “No tengo planes. Podría estar muerta mañana”.

Unas pocas semanas después, aquel periodista alto y rubio, me sacó de aquel infierno y se casó conmigo. Tuvimos dos preciosos hijos, y aunque nuestro matrimonio no funcionó, siempre me acordaré de aquel terrible malentendido.

Aún se viene a mi memoria, el día que regresé por primera vez.  Fué cuatro años después,  recuerdo aquel paseo entrañable en el coche con Bono y The Edge  recorriendo aquellas calles cambiadas y transformadas y se me encoge el estómago cuando les recuerdo cantarme aquella preciosa canción “Miss Sarajevo” que me hizo de nuevo brotar las lágrimas.

Miro para atrás con nostalgia, siento cada vez que la oigo como se me encoge el corazón y no puedo sino cerrar el álbum. Mañana me espera un día duro de trabajo, y mis hijos están a punto de llegar.



1 comentario:

Lauri García Dueñas dijo...

Wow, qué gran historia. Saludos.

Publicar un comentario