Habían pactado no hablarlo. Sin duda la intriga alimentaría su imaginación, pero ninguno de los dos podía evitar el pensarlo. A ella le empezó a dar un poco de miedo todo esto. La velocidad a la que se había desarrollado todo le daba un poco de vértigo. Se habían encerrado uno en el otro a través de sus horas y sus palabras, se pensaban enamorados y eso le hacía algunas noches sentirse incómoda. Enamorarse, es la sensación que tenía. Los movimientos que hacía, su actitud ansiosa de hablar con él, sus pensamientos giraban todo el día en torno a la última conversación, analizaba cada palabra, cada frase, su cabeza solo le tenía a él en mente a todas horas, además, pensaba que lo estaba, que le gustaba, incluso que le quería.

Se levantó pensando en que ese sería el día. Y no le dieron vueltas, eligieron una ciudad al azar, un día cualquiera, un momento cualquiera. A partir de ese momento, todo cambió, le temblaban los dedos, sintió pánico, era feliz así, y se dirigían hacia algo desconocido, creía que le conocía de tantas y tantas horas hablando con él. La complicidad era evidente, se sentían cómodos, y creyeron que era el momento.
Los siguientes días fueron eternos, alguna vez discutieron, se les notaba nerviosos a los dos conforme se iba acercando la fecha, ni siquiera se dijeron desde donde se iban a desplazar, ni que día saldrían, ni lo que tendrían que hacer para verse, habían elegido ese tipo de aventura, ese riesgo de aventura. Prefería concentrarse en todos esos buenos momentos, en esas risas, en esas madrugadas de insomnio hablando de lo bello, de lo oportuno, de lo efímero y de lo grandioso, de sueños y de imágenes de los dos en un mundo nuevo para ellos.
Cafetería Hotel París, 12 del mediodía de un día de Otoño.

Esa noche apenas había podido dormir. Llegó con tiempo y estuvo haciendo tiempo, desayunó en una cafetería enfrente del sitio acordado. Dio paseos para paliar su nerviosismo y no dejó de fumar en toda la mañana. Se acercaba la hora, y su inquietud le podía. Habían acordado que él llevaría chaqueta azul marino y camisa azul claro, ella un bolso granate.
Se sentó en un banco cercano, después de pasar de nuevo a la cafetería de enfrente a arreglarse un poco, y estuvo haciendo un poco de tiempo. Pasaban del cuarto cuando resopló de nuevo y se armó de valor.
Se levantó decidida, y empujó la puerta rotatoria. La decoración modernista le llamó la atención y la cohibió un poco, el artesonado de la entrada le entretuvo con disimulo mientras localizaba la puerta de la cafetería. Por fín la vió, sobre el cristal mate unas letras pintadas en oro, hacía allí se dirigió.
Estaba vacía. Se sentó en una mesa lateral, y pidió un whisky doble con lo que mitigar un poco su nerviosismo. Miró el reloj, y veinte. Eso le puso más nerviosa aún. Pensó lo peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario