martes, 13 de septiembre de 2011

LOS ESPEJOS ROTOS


    No había podido dormir mucho esa noche y acababa de amanecer. Se giró en la cama, extendió una vez más la mano y la encontró vacía. Tras levantarse, bajó las escaleras hasta el salón, estaba en silencio y todo apagado. Llegó hasta la cocina, y todo permanecía en su sitio y tranquilo. De nuevo subió hasta su habitación. Se había sentido sola muchas veces, pero algo le dijo que aquella sensación era definitiva, el pecho se le aceleraba y el pinchazo que sentía traspasaba su dolor. Pensó que era rabia, ira, desprecio, odio, pero esta vez no. Sintió pánico, terror, y por una vez sintió las garras de la soledad sobre sus espaldas. Se acercó al espejo, y se detuvo ante él, mirándose fijamente durante un rato. No le gustaba lo que veía, no pensaba en nada, solo se miraba cuando de repente el cristal estalló haciéndose añicos. Se llevó un susto de muerte, pero apenas pudo reaccionar, ni se inmutó. Pensó que cada fragmento correspondía a un año de su vida, y allí estaba esparcida por el suelo. Se sentó en el borde de la cama y una lágrima brotó desde lo alto de sus ojos.

Se quedaba mirándola como cada tarde desde hacia semanas. Siempre a la misma hora, y siempre en el mismo sitio. El camarero no dejaba de observarla, jamás habían intercambiado palabra pero le resultaba enigmática y sentía curiosidad. Solía llegar puntual sobre las ocho de la tarde, y siempre se sentaba en aquella mesa pegada a la ventana  desde donde se veía perfectamente  la gente que pasaba por la calle. Como si de un ritual se tratase siempre pedía lo mismo, un Martini y un vaso de agua…  callada,  mirando fijamente a través del cristal. Así permanecía durante aproximadamente una hora, cada tarde de cada día, lloviese o hiciese sol, fuese lunes o domingo.

 Procuró fijarse en la gente que durante ese espacio de tiempo solía pasar cerca de esa ventana, sintió una curiosidad especial y desde hacia unos días había tenido la tentación de fijarse un poco más. Ese día, volvió a ver pasar a las tres adolecentes que salían del instituto libros en mano y uniforme con falda a cuadros, tal vez alguna fuese su hija pensó. También vió pasar como cada tarde al viejito que a esa hora sacaba a pasear a su “basset- hound”, tal vez pensó que podría ser su padre al que hacía tiempo que no veía o que tal vez estarían disgustados. También se fijó en aquella pareja que sobre esa misma hora pasaba siempre por allí cogidos de la mano, o en aquel padre paseando  con su hijo subido en aquella pequeña bicicleta.  Pasaba más gente, pero éstos eran los que no fallaban cada tarde.
  
La observaba desde detrás de la barra, parecía triste, melancólica, era atractiva. No quitaba los ojos del cristal, no tomaba notas, ni hacia gestos, solo sorbía lentamente su Martini y miraba a través de aquel ventanal. Una vez, notó que la estaba observando, pero ella ni se inmutó.  Había pensado alguna vez en decirle algo, si se encontraba bien o si buscaba o esperaba a alguien pero nunca se atrevió a decirle nada. Parecía como si ella misma advirtiese a todo el mundo con su presencia de su distancia, como si se sintiese bien así, en silencio, mirando fijamente a través del cristal. Todo resultaba extraño.

 Una de aquellas tardes, observó que su estancia en aquella taberna duró menos de lo habitual, se había percatado de que había sido la pareja la que acababa de pasar hacía unos diez minutos, y de pronto la vió sacar un pañuelo de su bolso, y secarse con disimulo algunas lágrimas, hizo como que no la había visto, cuando de pronto la vió levantarse con algo de prisa y se le acercó a la barra desde donde la había estado observando. No pudo evitar ponerse algo nervioso.

-          Me dice lo que le debo, por favor?
-          Si, claro, como no…. son tres euros, como siempre.
-          Gracias.
-          Se encuentra usted bien?
-          Si, si, gracias….

Se marchó como cada tarde, y el camarero se quedó de nuevo pensativo, parecía muy distante, pero esa tarde, la había visto especialmente alterada, quizás no se había percatado de algo que habría sucedido, pero la había visto más rara de lo habitual.

Como cada noche se había conectado a internet, y había estado leyendo en aquella extraña página como cada día. Sabía que no lo pasaba bien y que era como asomarse al abismo al que se había visto empujada, como si tuviese cada día la necesidad de saltar hacia ese precipicio que no había elegido y tuviese que volar a través del tiempo, trasladarse hacia otro mundo desconocido, imaginario, hacia otra vida. Su vida había cambiado pero ella se seguía sintiendo prisionera. No pasaba ni un solo día sin la necesidad de sentir ese ansia de escapar de él, pero no podía. Se sentía atrapada. Y como cada noche escribía, mientras esperaba aquella llamada que cada noche recibía…… Solo eran unos minutos, pero los necesitaba, antes de volver de nuevo a su pasado.

  Se disponía a leer de nuevo aquel párrafo que le había llamado mucho la atención cuando el móvil se iluminó. Era él……

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