viernes, 16 de septiembre de 2011

UN TROZO DEL ESPEJO



  Ni se miraron. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Él se hizo algo de cenar y ella se sentó en su sillón a leer un libro. El silencio era angustioso, tenso. Pero no era nuevo. Desde hacía tiempo aunque convivían bajo el mismo techo cada uno hacía vidas separadas y solo la inercia y la costumbre les mantenía unidos. Guardaban las formas y las conversaciones eran artificiales y forzadas. Los lazos de complicidad que en su día les unió hacía mucho tiempo que saltaron por los aires, quizás sobrevivían a la espera de algo que ni ellos mismos sabían. Su vida se había vuelto automatizada de puertas hacia dentro.

Parecía como si a él, lo que había visto no le pillara de sorpresa, ni se inmutó, solo calló. A ella se le veía más nerviosa, tensa, como queriendo hablar. Pero solo calló.

La noche que no apareció por casa había colmado el vaso de su paciencia. Ya nada le importaba ya, ni le pidió explicaciones. Por eso, tal vez, él tampoco se las pidiera. La situación era incómoda y arriesgada, pero no definitiva, ya estaban acostumbrados a estas situaciones. Intentó dormir y esperar a que amaneciese un nuevo día. Él se quedó dormido en el sofá.

Cuando despertó ya se había marchado como cada día. Le llamó por teléfono, y le intentó explicar lo que había pasado. No te preocupes, le contestó, me lo había imaginado…..

   _ Tenemos que vernos, tenemos que hablar….
   _ Esta noche me es imposible. Tengo una reunión y saldré tarde. Tal vez mañana.

Aquella tarde, como cada tarde, se fue  a la hora de siempre a la vieja taberna donde cada tarde tomaba su Martini. Allí estaba el camarero que no le quitaba ojo. Como cada tarde, le vió pasar cogido de la mano de la otra chica. Tragó saliva, pagó y se volvió a marchar.

Estaba rabiosa, y no pudo disimularlo cuando él llegó a casa. Su cabeza estaba a punto de estallar y no quería volver a pagarla de nuevo. Le mandó un mensaje desde el baño. “Hoy no podemos hablar, está aquí, y no estoy tranquila, mañana te llamo”. Disimulaba. Pero su dolor era intenso, necesitaba verle y necesitaba hablar con él. Aclarar las cosas.

Esa noche, como si nada hubiese ocurrido la noche anterior, hicieron el amor, estaba muy dolida. Ella sabía que desde hacía tiempo, él mantenía otra relación. Ya estaba harta de todo y sabía que la situación era irreversible. Sabía que nunca habría marcha atrás. Por eso decidió vivir su propia vida….. y esperar.
Pero jamás pudo imaginar lo que de nuevo estaba viviendo. El mundo se le volvió a caer al suelo. Los veía cada tarde, y cada noche recibía su llamada. Después callaba y guardaba la compostura como podía, pero el corazón se le desgarraba por dentro. Quería huir, gritar, correr, quería escapar…. Pero no podía.

Se sentía acorralada. Prisionera de su pasado y de su presente. Tuvo miedo, pavor a la situación. Estaba enganchada a dos amores cadáver y se sentía atrapada por sus garras moribundas. Necesitaba hablar con alguien, conocer a alguien, y cada vez se sentía más sola. Indefensa. Había aceptado una situación a cambio de hacer lo mismo y asumiendo la muerte como algo inerte y presente, se dejó llevar por una velocidad que no le convenía pero alguien vino a su rescate y casi se olvidó de todo. Había vuelto a soñar. Había vuelto a crecer. Y hoy se sentía como si hubiese vuelto a morir. Por eso, mientras hacían el amor, no pudo evitar el abrazarlo fuerte, muy fuerte…..

Esa noche durmió tranquila. Estuvo soñando toda la noche, reuniendo las fuerzas que necesitaba para el día siguiente. Necesitaba volver a nacer, volver a empezar. Se levantó contenta, la cama ya estaba vacía, pero ese día no le importó. En realidad nunca le había importado. Se vistió, y se dirigió hacia el espejo del vestidor. Estuvo mirándose un buen rato en el espejo roto que se había hecho trizas, pero que el azar quiso que un trozo se mantuviese intacto. En él vió su reflejo mientras el sol entraba por la ventana y le iluminaba la cara. Se quedó fijamente mirándose….

…. Como si se hubiese cruzado con ella.

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